XXVIII

Quomodo sedet sola civitas plena populo! facta est quasi vidua domina gentium! Aún no había pasado del inicio de dicha canción, de la que sólo había terminado la anterior estrofa, cuando el Señor de los justos llamó a mi gentilísima amada para que goce de la gloria bajo la enseña de la bendita Reina y Virgen María, para cuyo nombre hubo siempre gran veneración en las palabras de la bienaventurada Beatriz.

Y aunque tal vez fuera oportuno decir algo de su partida de este mundo, no es mi propósito tratar de ello, por tres razones: la primera es que no entra en el plan del opúsculo, como puede verse en el proemio; la segunda es que, aun cuando entrase en el plan, no podría yo hablar de ello como fuera menester; y la tercera es que, aun eliminando los dos obstáculos anteriores, no me conviene tratar de ello, por cuanto habría 44

de convertirme en un apologista de mí mismo, cosa, en fin de cuentas, muy vituperable, por lo cual dejaré tal materia para otro glosador.

Empero, como el número nueve se ha mostrado muchas veces entre las precedentes palabras, no sin motivo al parecer, y comoquiera que en la partida de mi gentilísima amada diríase que también tuvo importancia tal número, conviene decir aquí algo que creo pertinente.

En primer término, diré cómo intervino dicho número en su partida, y luego explicaré con razones la causa de que tal número le fuera tan amigo.

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