XXXI

Cuando mis ojos hubieron llorado largo tiempo y tan fatigados estaban que ya no podían desahogar mi tristeza, propúseme aliviarla con palabras de dolor. Determiné, por ende, componer una canción en la cual, entre lágrimas, discurriese acerca de aquello por quien tanto dolor había destruido mi alma. Entonces compuse la canción, que empieza: «Mis, ojos han vertido tanto llanto». Y para que esta canción termine más secamente, la dividiré antes de escribirla, como haré de ahora en adelante.

Esta misma canción consta, pues, de tres partes. La primera es prefacio; en la segunda hablo de ella, y en la tercera me dirijo lastimeramente a la canción. La segunda parte empieza en «Beatriz ascendió»; 46

la tercera, en «¡Oh mi canción!» La primera parte se divide en tres: en la primera explico qué me impulsa a hablar; en la segunda digo a quién quiero hablar, y en la tercera, de quién quiero hablar. La segunda empieza en «Comoquier que el recuerdo»; la tercera, en «Por ende». Luego, al decir: «Beatriz ascendió», hablo de ella y hago dos partes en el discurso: en la primera digo la causa de que fuese arrebatada, y en la segunda, cómo los demás lamentan su partida. Esta segunda parte empieza en «Se separó». Y se divide, a su vez en tres partes. En la primera hablo de quien no la llora, en la segunda de quien la llora, y en la tercera, de mi situación. La segunda empieza en «Sin que le sobrecoja»; la tercera, en «Me causa angustia». Luego, al decir: «¡Oh mi canción!», me dirijo a la canción misma, indicándole a qué mujeres ha de ir y permanecer con ellas.

Mis ojos han vertido tanto llanto

por el pesar que el corazón henchía, que parecen exhaustos totalmente.

Y si aliviar pretendo mi quebranto,

que a la muerte me lleva con falsía, he de hablar con la voz languideciente.

Comoquier que el recuerdo se presente de que, mientras mi dama subsistía,

hablaba de ella, ¡oh damas!, con vosotras no quiero hablar con otras,

que las que cobijáis la cortesía.

Por ende, como fue la amada mía

súbitamente al Cielo, en llanto digo y cómo al triste Amor dejó conmigo.

Beatriz ascendió al reino de los cielos y en la quietud del ángel permanece.

¡Oh damas, de vosotras se ha alejado!

Y no la arrebataron ni los hielos

ni el calor, según norma que acontece, sino su corazón, insuperado.

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El resplandor por su virtud lanzado

a los cielos llegó con tal potencia, que Dios, ante el magnífico portento, llamó con dulce acento

a la dama gentil a su presencia.

Y provocó el maravilloso evento

a fin de evidenciar que el bajo mundo era indigno de un ser tan sin segundo.

Se separó de su gentil persona

su espíritu gracioso y delicado,

que actualmente reside en lugar digno.

Quien no la llora cuando la menciona, alberga un corazón duro y malvado

do no se encontrará sentir benigno.

No existe corazón, siquiera maligno, que pueda imaginar su puro encanto,

sin verse acometido de congoja,

sin que le sobrecoja

un ansia de morir fundido en llanto.

Y de confortación su alma despoja

quien en su mente ve lo que ella fuera y cuál fue arrebatada considera.

Me causa angustia el suspirar muy fuerte cuando me acude el pensamiento grave de aquella que mi pecho desgarra.

Y pensando a las veces en la muerte

me gana un sentimiento tan suave,

que muda los colores de mi cara.

Cuando ese pensamiento se declara

me vencen los dolores tan potentes,

que me estremezco del dolor que siento, y tal cariz presiento

que me aparta vergüenza de las gentes.

Solo, vertiendo lágrimas ardientes,

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llamo a Beatriz. “¡Estás ya muerta!”, exclamo, y me consuelo en tanto que la llamo.

Lloros de penas y ansias de agonía

pártenme el corazón en dondequiera

hasta el punto de herir a quien me oyese, y cuál es mi vivir desde aquel día

en que subió mi dama a la alta esfera no hay lengua que a decirlo se atreviese, ni tan siquiera yo, cuando quisiese, pues no sabría dar con tino el tono

que tanto amarga mi presente vida,

a tal grado abatida,

que todos me murmuran: “¡Te abandono!”

al percibir mi faz descolorida.

Pero mi ser presente ve el bien mío

y de hallar galardón no desconfío.

¡Oh mi canción de lágrimas y duelos!...

Vé en busca de señoras soberanas

a quienes tus hermanas

llevaban alegría y gentileza.

Y tú, nacida en gracia de tristeza,

queda con ellas triste y en desgana.

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