XXXII

Una vez compuesta semejante canción, llegóse a mí quien, según los grados de amistad, podía considerar yo como mi segundo amigo, el cual tenía tal parentesco de consanguinidad con la gloriosa Beatriz, que no podía haberlo mas estrecho. Luego de conversar conmigo, suplicó

me que le compusiera unos versos para dedicarlos a una mujer que había muerto, si bien disimuló sus palabras con objeto de parecer que se refería a otra que también había fallecido. Mas yo, advirtiendo que se refería solamente a la bienaventurada Beatriz, respondíle diciendo que haría lo que suplicaba. Y meditando sobre ello decidí escribir un 49

soneto en que me lamentase largamente y entregarlo a mi amigo para que pareciese escrito por él. Y entonces compuse este soneto, que empieza: «Venid para escucharme los lamentos.» Se divide en dos partes.

En la primera llamo a los devotos de Amor para que me escuchen; en la segunda hablo de mi lamentable estado. La segunda parte empieza en

«Lo que morir.»

Venid para escucharme los lamentos,

almas piadosas, que piedad lo pide.

Lo que morir, por el penar, me impide es que lanzo mis penas a los vientos.

Apelo al llanto en todos los momentos aunque el llanto a acudir no se decide.

Mi dolor no se pesa ni se mide

si lágrimas no bañan sus tormentos.

Venid para escucharme la llamada

a la dama que fuese a la morada

que su virtud celeste requería.

Venid para escucharme que abomino

de la presente vida y mi destino,

ya que me falta su presencia pía.

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