XXXVII

Tanto me deleitaba ver a tal señora, que mis ojos comenzaron a deleitarse en demasía al verla, por lo cual acusábame frecuentemente yo mismo y teníame por vil. En ocasiones abominaba de la vanidad de mis ojos y decíales en mis pensamientos: «Antes solíais provocar el llanto de quien veía vuestra dolorosa condición, y ahora diríase que pretendéis olvidarlo por esta mujer que os mira. Os mira, pero solamente por la pena que le produce la bienaventurada mujer a quien llorar solíais. Mas haced cuanto queráis, malditos ojos, ya que os recordaré con tanta frecuencia, que nunca, sino tras la muerte, cesarán vuestras lágrimas.» Y en cuanto hube reprendido entre mí y en tales términos a mis ojos, me asaltaron grandes y angustiosos suspiros. Y a fin de que la pugna desarrollada en mí fuera conocida por alguien más que por el desventurado que la sufría, decidí escribir un soneto en que describiese mi horrenda situación. Y compuse el soneto que empieza: «Lágrimas muy amargas derramando.» Consta de dos partes. En la primera hablo a mis ojos como hablaba mi corazón en mí mismo; en la segunda aclaro alguna duda, manifestando quién es el que así habla. Y empieza esta parte en «Dice mi corazón». Cabría hacer más divisiones, pero serían inútiles, una vez expuesta claramente la materia.

“Lágrimas muy amargas derramando,

estuvisteis por tiempos, ojos míos.

Y la gente sentía escalofríos

de lástima que fuisteis observando.

“Más creo que lo iríais olvidando

si fuera yo inclinado a desvaríos

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y no obstaculizara los desvíos

a la que hízoos llamar rememorando.

“Pero me hacen temer la petulancia

y la vanidad vuestra por la instancia de un rostro de mujer que ahora os mira

“Recordad, mientras muerta no os apunta .

a la señora vuestra, ya difunta.”

Dice mi corazón. Luego, suspira.

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