XXXVIII

La presencia de aquella dama poníame de tal guisa, que muchas veces pensaba en ella como en persona que harto me placía. «Es llegaba a pensar una gentil señora, bella, joven y discreta, que tal vez Amor me ha dado a conocer para consolar mi existencia.» Y a menudo pensaba aún más amorosamente, hasta el punto de que el corazón aceptaba tal argumento. Pero luego de la aceptación, pensaba yo lo contrario, como por la razón inducido, y decíame: «¿Qué pensamiento es éste, Dios mío, que de tan ruin manera quiere consolarme y no me deja lugar a pensar otra cosa?» Pero seguidamente surgía otro pensamiento para decirme: «Ya que te hallas tan atribulado, ¿por qué no quieres sustraerte a tal amargura? Bien advertirás que un hálito de Amor pone ante ti deseos amorosos, procedentes de tan noble origen como los ojos de la dama que tan compasiva se ha mostrado.» Yo, que albergaba una pugna vivaz en mí mismo, quería seguir hablando de ello; pero como en la lid de los pensamientos venían los que abogaban por ella, a ella creí conveniente dirigirme. Y compuse el soneto que empieza: «Un noble pensamiento que os presenta.» Y digo «noble», por cuanto a noble dama se refería, ya que por lo demás era un pensamiento muy vil.

En dicho soneto hago dos partes en mí, con arreglo a la división de mis pensamientos. A una parte llamo «corazón», o sea el deseo, y a la otra, «alma», o sea la razón. Y refiero cómo hablan entre sí. Que es propio llamar corazón al deseo y alma a la razón, resultará evidente para quien me place que me entienda. Bien, es verdad que en el soneto 56

anterior tomo el partido del corazón contra el de los ojos, lo cual parece contrario a lo que digo en el inmediato siguiente; no obstante, también allí tomé el corazón por el deseo, pues que mayor anhelo tenía yo de recordar a mi gentilísima amada que de ver a ésta, si bien tenía de ello cierta apetencia, ligera al parecer, con lo cual se demuestra que lo allí dicho no se opone a lo que aquí se dirá.

Este soneto consta de tres partes. En la primera comienza diciendo a esta señora cómo mi deseo se dirige hacia ella; en la segunda refiero cómo el alma, o sea la razón, habla con el corazón, o sea el deseo; en la tercera incluyo la respuesta. La segunda parte empieza en «¿Quién es?»; la tercera, en «Y el corazón».

Un noble pensamiento que os presenta viene a morar conmigo tan frecuente

y razona de amor tan dulcemente,

que hace que el corazón en él consienta.

“¿Quién es demanda el alma este

que intenta

mitigar el dolor de nuestra mente

y el influjo del cual es tan potente que cualquier otra idea nos ahuyenta?”

Y el corazón: “¡Ay alma cavilosa!

Es un novel espíritu amoroso

que ante mí ha desplegado sus delirios.

“Su vida, en lo que tenga de valiosa, dimana del espíritu piadoso

que turbábase al ver nuestros martirios.”

Share on Twitter Share on Facebook