V

El primer terremoto que derribó la ciudad y la cárcel tenía una voz fuerte en extremo, de una gravedad singular, que murmuraba allá en lo hondo, en las entrañas de la tierra terrible y amenazadora. Todo en torno vacilaba y caía, y, sin saber aún de que se trataba, yo me daba ya cuenta de que todo se había acabado, de que acaso la misma tierra había acabado su existencia. Pero yo no estaba muy asustado: no tenía nada que temer, aun en el caso de que aquello fuera, en efecto, el fin del mundo.

Bramó largo espacio el trombolista subterráneo.

De repente se abrió la puerta.

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