VI

Llevaba en la prisión largo tiempo, perdida en absoluto toda esperanza. Había intentado evadirme muchas veces, pero no lo había logrado. Tú tampoco lo hubieras logrado: ¡la maldita prisión estaba demasiado bien construída!

Y me había acostumbrado al hierro de las rejas, a las piedras de los muros, que me parecían eternas, antojándoseme el que había edificado la prisión el hombre más fuerte del mundo. Ni si quiera me preocupaba de si era justo o no, tal idea tenía de su fortaleza, de su inmortalidad.

Ni aun en mis sueños nocturnos me representaba la libertad: no creía en ella, no la esperaba, no la concebía. Y no me atrevía a llamarla. Es peligroso llamar a la libertad: mientras uno se calla, la vida es soportable; pero si uno se determina a llamar a la libertad, aunque sea con voz muy queda, hay que lograrla o morir. El profesor Pascale decía lo mismo. Sí, yo había perdido ya toda esperanza de salir de la cárcel, cuando, de repente, la puerta se abrió. Se abrió suavemente y ella sola; al menos no fué mano humana la que la abrió.

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