XXV

El hierro de la reja ni siquiera suena, tan sólido es. Está frío como un corazón impasible. La piedra de los muros no suena tampoco, tan implacable es, tan eterna, tan poderosa. Está fría también, como un pensamiento impasible. A horas fijas, el carcelero me echa de comer como a una fiera. Y yo, con cara de hombre, le enseño los dientes. Estoy famélico y desnudo. Las horas transcurren monótonas.

¿Estás contento, amo?

Share on Twitter Share on Facebook