Mensaje de Búcar
Espolonada de los cristianos
Cobardía del infante Fernando
(Laguna el manuscrito: cincuenta versos que se suplen con el texto de la “Crónica de veinte reyes.”) Generosidad de Pedro Bermúdez
Cuando estaban hablando de esto envió el rey Búcar al Cid que le dejase Valencia y se marchase en paz; que, si no, le pagaría todo lo que había hecho. El Cid dijo a aquél que trajera el mensaje: “Id a decir a Búcar, a aquel hijo de enemigos, que antes de tres días ya le daré yo lo que pide.”
Al día siguiente mandó el Cid que se armasen todos los suyos y salió contra los moros.
Los infantes de Carrión le pidieron entonces atacar en primer lugar, y cuando el Cid ya tuvo formadas sus filas, don Fernando, uno de los infantes, se adelantó para ir a atacar a un moro llamado Aladraf. El moro, cuando le vio, arrancó también contra él, y el infante, con el gran miedo que le infundió el moro, volvió riendas y huyó, y ni siquiera se atrevió a esperarle.
Pedro Bermúdez, que iba junto a él, cuando vio aquello fue a atacar el moro, luchó con él y le mató. Luego cogió el caballo del moro y se fue tras el infante que iba huyendo, y díjole: “Don Fernando, tomad este caballo y decid a todos que vos matasteis al moro, su dueño, y yo lo atestiguaré.”
El infante le dijo: “Don Pedro, mucho os agradezco lo que decís.”
“Ojalá llegue algún día en que esto pueda ser pagado.”
Allí el infante y don Pedro los dos juntos se tornaron.
Don Pedro dice que es cierto lo que cuenta don Fernando.
Mucho le ha gustado el Cid y también a sus vasallos.
“Todavía creo yo, si quiere el que está en lo alto, que luchando en campo abierto mis dos yernos serán bravos”.
Así hablaba el Cid, y mientras las fuerzas se iban juntando y en las huestes de los moros los tambores van sonando; por maravilla lo tienen muchos que aquellos cristianos que nunca vieran tambores porque son recién llegados.
Más que todos se asombraban don Diego y don Fernando; si atendieran a su gusto de allí se habrían marchado.
Oíd ahora lo que habló Mío Cid el bienhadado:
“Ven acá, Pedro Bermúdez, tú, mi sobrino tan caro, cuídame tú de don Diego, cuídame de don Fernando, que los dos son yernos míos y cosa que mucho amo.
Los moros, si Dios ayuda, no han de quedar en el campo.”