12. El ermitaño

¡Señores! Habéis oído que la causa del amor, que tantas alegrías y tristezas les proporcionó, había sido el brebaje que habían tomado durante la travesía de Irlanda. La madre de Iseo, que lo preparó para las bodas del rey Marcos, había dispuesto que el lovendrin fuese eficaz tres años. Durante ese tiempo los amantes no podían vivir separados ni abandonar la compañía el uno del otro más de una semana. Pasado esos tres años, la virtud del brebaje disminuía, pero el amor perduraba a lo largo de sus vidas.

La víspera de San Juan se cumplió el plazo previsto por la reina de Irlanda. Tristán se levantó muy de mañana y salió de caza. Persiguió por el bosque a un ciervo herido. Al llegar la tarde, se sentó cansado sobre una gran piedra. Era la hora en que, sobre la nave, bebió el filtro: los remordimientos lo acosaron, una gran tristeza lo invadió.

—Dios mío —se dijo—, ¡cuántas penalidades! ¡Durante tres años no conocí descanso ni respiro! Abandoné la caballería, las bellas hazañas, las luchas y justas, la vida de corte. Dejé a mis compañeros de armas. Debería estar en la corte con cien donceles a mi servicio. Pero vivo exiliado, vestido de andrajos y he perdido el amor de mi tío. Debería haber ido a otras cortes y a otros países para luchar al servicio de otros señores y conquistar renombre. Por mi culpa, la reina vive en una cabaña de ramas en vez de en ricas cámaras adornadas con bellas cortinas; tiene el bosque por morada en vez de habitar en un palacio, rodeada de doncellas. Ruego a Dios, señor del mundo, que me dé valor para devolverla a su esposo. Lo haría de buen grado si Marcos quisiera reconciliarse con Iseo a la que tomó por mujer según la ley de Roma.

Apoyado sobre su arco, Tristán se aflige; recuerda a su tío, que lo acogió cuando por vez primera llegó a Tintagel, lamenta el ultraje que le causó y el vituperio al que sometió a la reina.

Iseo, por su parte, se sumía en tristes lamentos: «¡Desgraciada! ¿De qué te sirve tu juventud? Vivo en el bosque como si fuese sierva sin una doncella que me acompañe. Debería morar en palacios, rodeada de nobles doncellas, hijas de vasallos libres, que me servirían con lealtad y a las que yo, en recompensa, casaría con caballeros. Soy reina pero el filtro que bebimos durante la travesía me hizo perder la dignidad que me correspondía. Brangel, ¡mal guardaste el encargo de mi madre!»

Tristán regresa a la cabaña. Como otros días, siente el cansancio de sus largas correrías, pero mucho más le atormentan los remordimientos que lo asaltan. La reina sale a su encuentro, el rostro triste, bañado de lágrimas.

—Amigo Tristán —le dice—, ¡gran mal nos causó quien nos dio a beber el vino de amor!

—Noble reina. ¡Mal usamos nuestra juventud! Bella amiga, ¡si pudiera ganar el favor del rey y obtener su perdón! ¡Si quisiera aceptar mi juramento de que nunca, por nuestra voluntad, tuvimos relaciones culpables, no habría caballero en todo su reino, desde Lidán a Durelme, que si pretendiese acusarnos de villanía y loco amor, no me encontrase armado para responderle! Si el rey Marcos me aceptase en su mesnada, le serviría como merece y no encontraría mejor vasallo en la guerra. Pero si prefiere retenerte a su lado y rechazar mis servicios, marcharé a la corte del rey de Frisia o a Bretaña sin más compañía que Governal. Noble reina, donde quiera que vaya siempre me reclamaré tuyo. Amiga mía, nunca me habría venido a la mente separarnos si pudiéramos vivir juntos sin sufrir las penurias que por mí soportas en estas tierras salvajes. Por mí has perdido el rango de reina. Vivirías honrada, en palacio, junto al rey mi señor, si no fuera por el brebaje que nos dieron en el mar. Noble Iseo, ¡aconséjame!

—Señor. Recuerda las palabras del ermitaño cuando estuvimos en su morada, allá en el fondo del bosque. Acudamos a él: nos dará preciosos consejos.

Llamaron a Governal. Volvieron a atravesar el bosque en el que tanto tiempo habían pasado. Cabalgaron durante toda la noche. Al despuntar el día llegaron a la ermita. El ermitaño leía a la puerta de la vieja capilla.

—¡Pobres proscritos! —les dijo—. ¡El amor os arrastra de miseria en miseria! ¡Cuánto tiempo ha durado vuestra locura! ¡Mucho habéis errado por los caminos del pecado! ¡Arrepentíos!

—Escuchad —responde Tristán—. Si largo tiempo llevamos esta vida, es porque era nuestro destino. Durante tres años sufrimos, día a día, todas las tribulaciones del amor. Si pudierais ayudarnos para que la reina obtuviera paz y reconciliación al lado del rey, yo aceptaría alejarme del reino y dirigirme a Bretaña o a Leonís. O si mi tío quiere conservarme junto a él, le serviría en su corte como vasallo fiel. Dadnos vuestro consejo y os escucharemos.

Iseo se inclina a los pies del ermitaño suplicándole que los reconcilie con el rey.

—Nunca volverá a haber en mí pensamiento de locura —le dice—. No es que me arrepienta de haber seguido a Tristán ni que renuncie a amarlo sin deshonor, pero nunca más nuestros cuerpos se unirán.

Conmovido por sus palabras el ermitaño da gracias a Dios:

—Señor Dios, rey todopoderoso. Os doy gracias por haberme permitido vivir para ver a estos dos venir arrepentidos a mi ermita. Dios me ayudará para daros consejo loable. Escuchadme: cuando un hombre y una mujer se dan el uno al otro y pecan juntos, Dios les perdona su culpa, por grande que sea, si vienen a penitencia y se arrepienten con corazón sincero. Pero, para evitar la vergüenza y encubrir el mal, es conveniente a veces ocultar la verdad con habilidad. Tristán, escribiremos una carta que enviaréis a Lancien. Diréis al rey que estáis en el bosque con la reina. Le pediréis que deponga su enfado y olvide su rencor. Ofreceréis defender con las armas que nunca amor deshonesto os unió a Iseo: no habrá barón en su corte que ose armarse contra vos. Marcos deberá aceptar vuestra justificación, pues cuando os condenó a la hoguera, instigado por los felones, rechazó vuestro juicio. Dios fue misericordioso y os salvó de una muerte segura cuando saltasteis de la capilla: de lo contrario habríais perecido deshonrado. Es cierto que habéis vivido juntos en el bosque, mas trajisteis a la reina de Irlanda para dársela en matrimonio: no podíais permitir que permaneciera en manos de los leprosos. Vuestra conducta hizo recaer sobre vosotros las sospechas pero sólo así podíais salvar vuestras vidas.

—Lo otorgo —dijo Tristán—. Mas añadid que cuelgue su respuesta de la Cruz Roja, en medio de la Landa, porque desconfío de él a causa del bando que contra mí ha divulgado y no deseo que conozca dónde estoy.

Ogrín tomó pluma, tinta y pergamino. Escribió la carta y la selló con su anillo. Cuando estuvo terminada preguntó:

—¿Quién la llevará?

—Yo mismo —dijo Tristán.

—No, Tristán, correrías demasiado riesgo.

—Señor. Conozco bien Lancien. Partiré de noche con mi escudero y dejaré a la reina bajo vuestra custodia. Governal cuidará mi caballo mientras yo entraré solo en la ciudad.

Cuando cayó el día, Tristán y Governal se pusieron en camino. Cabalgaron gran parte de la noche y llegaron a Lancien cuando los vigías tocaban al alba. Tristán desciende por el foso y trepa hasta el castillo. Se aproxima a la ventana del rey y en voz baja lo llama. Marcos despierta:

—¿Quién eres que vienes a interrumpir mi sueño a horas tan tempranas? ¿Qué asunto urgente te trae? ¡Dime tu nombre!

—Señor, me llaman Tristán. Traigo una carta que dejo aquí, en el dintel de la ventana. Leedla. No me atrevo a quedarme más tiempo.

El rey se incorpora. Tres veces lo llama en voz alta:

—Tristán, querido sobrino. Espera.

Pero Tristán ya ha desaparecido. Alcanza a Governal que lo aguarda impaciente: «¡Insensato! ¡Vayámonos cuanto antes!», le dice su ayo. Saltan a sus caballos y emprenden el regreso a la ermita.

Ogrín había pasado la noche rogando a Dios que los protegiera. La reina no había cesado de llorar. Al verlos volver salieron a su encuentro dando grandes muestras de alegría. El ermitaño impaciente le preguntó:

—Amigo, por el amor de Dios. ¿Llegasteis hasta la corte del rey?

Tristán contó todo lo ocurrido.

—¡Dios sea alabado! —decía el buen hombre—. No tardaremos en recibirla respuesta de Marcos.

Tristán descabalga. Pasaron el día en la ermita hasta recibir la carta del rey Marcos.

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