4. El cabello de oro

Tristán regresó a Tintagel curado de la herida que había recibido en el combate contra el Morholt. El rey lo honró como a su mejor guerrero y más sabio consejero. Nada se hacía en palacio sin que Marcos consultase a Tristán y cuando salían a cabalgar, Tristán marchaba a su derecha.

Hacía tiempo que el rey había llegado a la edad de hombre y nunca había querido tomar mujer que le diese herederos. En vano lo exhortaban sus consejeros; ahora, al regresar su sobrino, decidió más que nunca envejecer sin hijos y dejar su reino a Tristán.

Había en la corte cuatro barones felones que odiaban a Tristán por su valentía, su nobleza y porque gozaba de la confianza del rey. Eran Andret, Ganelón, Godoine y Denoalen. El duque Andret era sobrino de Marcos como Tristán. Poseía grandes alodios, bellos castillos y numerosas tierras ricas. Era fuerte y bien plantado, de pelo rojizo y piel pecosa, fanfarrón y amigo de chanzas y zumbas. Al escuchar los felones el relato de Tristán pensaron que era brujo y que por arte de nigromancia había logrado curarse.

—¡Ved! —decía Andret a sus compañeros—. ¡Demasiadas maravillas! ¿Qué magia pudo curarlo de la fatal herida del Morholt? ¿Qué encanto usó para engañar a la hija del rey de Irlanda, su mortal enemiga? Es un hechicero y así ha logrado hacerse con el corazón del rey.

Así convencieron a la mayoría de los barones que incitaron al rey a tomar esposa que le diese herederos, amenazándole con retirarse a sus tierras y hacerle la guerra si no aceptaba sus consejos. El rey rechazó sus propósitos con firmeza, diciéndoles que nunca tendría su reino mejor heredero que Tristán. Marcos se resistía y juraba en su corazón que, mientras viviera su sobrino, ninguna hija de rey entraría en su lecho. Tanto maquinaron los barones que Tristán advirtió sus manejos y temiendo que alguien pudiera pensar que él, por codicia, había influido en el ánimo de su tío, acudió a él y le dijo:

—Tío, deberías seguir el consejo de tus barones que buscan tu gloria y buen nombre. Un rey no puede ser cura ni canónigo. Deberías tener una reina que realzase tu corte y te diese un hijo que un día pudiera sucederte en el gobierno de tu reino. Evitarías así los manejos de los envidiosos y, a tu muerte, el país no tendría que soportar las luchas y querellas de la sucesión.

Al ver que el rey no accedía a seguir su consejo, Tristán lo amenazó con dejar la corte y marchar a tierras extrañas a servir a otros señores. Tanto dijo, insistió y rogó que el rey accedió a convocar a sus barones.

No hubo noble ni señor que no acudiera el día señalado. Todos rogaron al rey que tomase mujer. Marcos los despachó malhumorado, declarando que en el plazo de quince días los volvería a reunir para comunicarles quién debía ser la reina de Cornualla.

Llegó el día. El rey aguardaba, solo en su cámara, la llegada de sus barones. «¿Dónde hallaré hija de rey tan lejana e inasequible que me permita fingir tomarla por esposa?», se preguntaba angustiado. En ese momento entraron por la ventana dos golondrinas que dejaron caer sobre las manos del rey un cabello de mujer más suave que la seda y brillante como un rayo de sol. Marcos lo tomó. Al poco rato llegaron los barones y Tristán. Todos venían con un partido para proponer al rey: uno hablaba de la hija del rey de Northumberland, el otro prefería una sobrina del rey Arturo cuya belleza era de todos celebrada, este otro pensaba en la hija del duque de Bretaña. El rey los acalló diciendo:

—Señores, he meditado vuestro consejo y accederé a seguirlo si os comprometéis a buscar la princesa que he elegido. Todos asintieron y preguntaron quién podría ser.

—He elegido a la bella a quien este cabello pertenece. Sólo ella aceptaré como reina de Cornualla.

—¿A quién pertenece? —dijeron los barones—. ¿Quién os lo trajo? ¿De qué país?

—Pertenece a la bella de los cabellos de oro —replicó el rey—. Dos golondrinas me lo trajeron. Preguntadles: ellas saben de qué país procede.

Perplejos y sorprendidos, los barones pensaron que el rey se mofaba de ellos. ¡Tristán había inventado esta burla para eludir el matrimonio del rey! Tristán comprendió sus sospechas y cuanto contra él maquinaban. Observó el cabello y recordó a la bella Iseo. Sonrió y dijo:

—Rey Marcos. Vuestro ardid levanta contra mí las sospechas de vuestros barones. Yo iré en busca de la bella de los cabellos de oro para acallar sus negros pensamientos en contra de vos y de mí. Sabed que la empresa es más arriesgada que cuanto nunca hice. ¡Más difícil será regresar de su país que de la isla en la que luché contra el Morholt! Pero para que vuestros barones sepan que os amo con lealtad, pongo mi fe en este juramento: o bien moriré en el intento o bien traeré a la corte de Tintagel a la reina de los cabellos dorados.

Tristán eligió a cien caballeros de entre los más nobles y valientes para acompañarle en su viaje. Luego embarcó, llevando a Governal, en una nave bien provista de víveres, bebidas, buen vino, harina y numerosas mercancías como si fuera nave de mercader. Todos vestían sayal y capa de carmelín basto, pero bajo el puente de la nave escondían sus calzas de buen paño, sus camisas de ranzal blanco, sus briales ricamente bordados.

Cuando todo estuvo dispuesto para zarpar, el piloto preguntó:

—Señor, ¿hacia dónde nos dirigiremos?

—Singlaremos hacia Irlanda —respondió Tristán—, y desembarcaremos en el puerto de Weiseforte.

El piloto se sobrecogió. ¿No sabía Tristán que después de la muerte del Morholt el rey de Irlanda apresaba las naves cornuallesas y colgaba en el puerto, de grandes horquillas, a los marineros que cogía? Obedeció, sin embargo, y navegó hasta acercarse a las peligrosas costas.

Llegaron a Weiseforte. Tristán envió a Governal con un joven escudero a pedir al preboste del puerto autorización para negociar en la ciudad con sus mercancías.

—Señor —le dijo Governal—, somos mercaderes; vamos de tierra en tierra vendiendo nuestros productos: no conocemos otro oficio. Cargamos nuestra nave en Bretaña y nos dirigíamos a Flandes, pero unos vientos contrarios nos desviaron de nuestro camino.

A cambio de satisfacer el pago de una blanca esterlina el preboste accedió a su petición. Governal regresó a la nave satisfecho del resultado de su embajada. Entraron la nave en el puerto, la anclaron y cargaron las velas. Después dispusieron las mesas y cenaron alegremente. Bebieron, jugaron al ajedrez, a las tablas y a los dados y se divirtieron con toda la suerte de juegos que corresponden a caballeros.

A la mañana siguiente cada uno de ellos se atavió a guisa de mercader. Vistieron sayo de paño burdo, calzaron bastos brodequines y se echaron sobre los hombros un capote tazado. Bajaron a tierra con sacos y canastas, un bastón claveteado del brazo. Llevaban asnos cargados de calderos, cazos, sartenes, lebrillos, pucheros, cuchillos, navajas y todo tipo de utensilios domésticos; agujas, hilos, piezas de grueso camelote; tejidos de precio como el aceituní, la escarlata, el cendal; orfreses, hilos de oro, pasamanerías, pieles de vero y marta cibelina; especies como el anís, el clavo, la canela; piedras preciosas como carbunclos, berilos, esmeraldas y topacios; instrumentos diversos: flautas, jugas, chirimías; perros adiestrados para la caza, gavilanes de Noruega y halcones de Cerdeña. Tristán los acompañaba con una carga de jihuelas, cascabeles y capirotes de cuero.

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