8. El encuentro espiado

El buen acuerdo y la amistad reinaron de nuevo entre la reina y Brangel. Desaparecieron los temores del corazón de Iseo. El rey la honraba y siempre que lo deseaba podía encontrarse con su amigo. Pero ¿cómo podrían guardar sigilo sus corazones ardientes? Amor los acosa y hostiga como la sed precipita al río al ciervo sediento o el gavilán, al que se da rienda suelta tras largo ayuno, cae sobre la presa. ¡El amor no puede ocultarse!

Quiso su hado adverso que una noche de luna, estando el rey ausente, Andret saliese a pasear por el vergel que comunicaba con la cámara de la reina. La nieve había caído durante todo el día y pudo descubrir sobre la hierba las pisadas recientes de un hombre que, con paso presuroso, se había dirigido hacia las habitaciones de las damas. Siguió el rastro con sigilo, ocultándose entre los arbustos. Llegó hasta la Puerta y vio que el pestillo no estaba echado. A tientas, tocando los muros y paredes para guiarse, llegó hasta la cámara donde la reina yacía en brazos de Tristán. Andret ahogó un grito de sorpresa. Hubiera deseado desafiar a Tristán y proclamar su infidelidad, pero temía su habilidad en el manejo de las armas. Volvió sobre sus pasos y al día siguiente, con palabras veladas, dio a entender a Tristán que sabía dónde había pasado la noche. No tardó en contar a Ganelón, Godoine y Denoalen su descubrimiento. Los cuatro felones ardían de envidia y deseaban perder a Tristán, al que el rey tanto admiraba por sus proezas y valentía. Pensaban acudir a Marcos para darle la noticia y se alegraban imaginando que Tristán sería expulsado de la corte o sometido a una muerte infamante. Pero vacilaban en hacerlo por temor a la cólera de Tristán, que era valiente caballero. Al fin, su odio triunfó sobre su temor; un día los cuatro barones acudieron al rey y le dijeron:

—Rey. Os daremos una noticia por la que vuestro corazón se enojará. Mucho lamentaremos vuestra tristeza, mas es deber de todo buen vasallo velar por el bien de su monarca y revelarle cuanto sea de su interés aun al precio de sufrir su enojo. Habéis puesto vuestro corazón en Tristán, vuestro sobrino, y él busca vuestra deshonra. En vano os advertimos: por el amor de un solo caballero despreciáis a toda vuestra baronía y este caballero no es digno de vuestra estima. Sabed que Tristán ama a la reina: es verdad probada que ya está en boca de muchos.

—¡Callad, cobardes embusteros! —replicó el rey sañudo y malhumorado—. ¡Qué felonía habéis pensado! ¡Por más que digáis no creeré en la infidelidad de Tristán! Cierto que mi corazón está en él: cuando vino el Morholt a ofreceros batalla, todos bajasteis la cabeza, temblando y callados como mudos; sólo Tristán aceptó su reto por el honor de esta tierra y se expuso a un combate desigual. Por eso lo odiáis y yo lo amo más que a vosotros. Si sólo hubiera sido por esto merecería mi aprecio más que todos vosotros, pero mostró además su valentía en muchas otras circunstancias. ¡Cobardes! Más os valdría acrecentar vuestra gloria en batallas que como mujeres perder vuestro tiempo en viles calumnias.

Los barones se retiraron después de haber sembrado el veneno de la sospecha en el corazón del rey. El buen Marcos se resistía a creer sus palabras, pero sentía cómo el recelo se enseñoreaba con él. Desde ese día buscó las ocasiones para espiar a la reina y a su sobrino. Fingió que deseaba marchar de romería y confiar a Iseo a los cuidados de Tristán, pero la reina, ayudada por la astuta Brangel, deshacía todas sus argucias. Inquieto, sin poder hallar reposo, llamó a su sobrino y le ordenó que saliese del reino durante un tiempo.

Tristán abandonó el castillo con Governal. No pudo, sin embargo, salir del país. Buscó refugio en el burgo de Lancien, donde fue albergado en casa de un rico hombre. Allí esperó tristemente la noticia de su amiga. Iseo languidecía. Habría perecido si no fuera por los buenos servicios de Brangel, que acudió en busca de Tristán y le confió un ardid para encontrarse con la reina.

Detrás del castillo se extendía un largo vergel, cercado de grandes empalizadas. Bellos arbustos crecían en él, repletos de frutos, de pájaros y de flores de suave olor. En el lugar más alejado del castillo, cerca de las estacas del vallado, se alzaba un pino, alto y recto. A sus pies, una fuente abundante y cristalina: el agua se expandía primero en una ancha capa, clara y tranquila, cercada por un poyo de mármol, luego corría en angosto cauce por el jardín y penetraba dentro del castillo, atravesando la habitación de las mujeres. Todas las noches, mientras las gentes dormían, Tristán tallaba con arte trocitos de corteza y de ramas menudas y escribía en ellos su mensaje. De un salto franqueaba las estacas puntiagudas, llegaba hasta el pino y arrojaba los trocitos de madera en la fuente. El agua los arrastraba hasta la habitación de las damas, donde Brangel los recogía y corría a advertir a la reina. Las noches en las que Brangel había logrado alejar al rey y a los felones, Iseo corría hacia su amigo.

La reina venía, ágil y temerosa, observando a cada paso si los felones estaban emboscados detrás de los árboles. En cuanto Tristán la veía, corría a su encuentro, los brazos abiertos. Entonces la noche y la sombra amiga del pino los cobijaban.

Las sospechas de Marcos se habían despejado. Iseo había recuperado su alegría, pero esto hacía sospechar a los felones que se reunía en secreto con su amigo. Durante un tiempo los traidores los espiaron sin resultado. Un día Andret decidió recurrir al enano Frocín y ofrecerle una recompensa si lograba descubrir el encuentro de los amantes. El enano era astrólogo, solía errar por el jardín contemplando las estrellas. Leyó en el cielo las visitas nocturnas de Tristán a la reina. Por instigación de los felones acudió gozoso a contar al rey la traición de su sobrino:

—Ofrezco mi cabeza como prueba de la veracidad de mis palabras —le dijo.

Para cerciorarse, el rey inventó una argucia con la que descubrir a los amantes. Hizo preparar sus caballos y jaurías, convocó a sus monteros, mandó levantar sus tiendas en el bosque y guarnecerlas de vino y víveres. Luego anunció que durante siete días y siete noches permanecería cazando fuera del castillo. Marchó de caza muy de mañana, mas, al caer la noche, dejó a los monteros en el bosque y regresó a Lancien. Entró en el jardín y se escondió entre las ramas del pino que se alzaba junto a la fuente.

Subido en el árbol pudo ver cómo su sobrino saltaba sobre las estacas puntiagudas que formaban la empalizada, cómo se acercaba al árbol y arrojaba al agua los trocitos de madera tallados. La noche era clara, la luna brillante y, al inclinarse sobre el riachuelo para echarlos, Tristán descubrió, reflejada en el agua, la imagen del rey. «¡Dios mío! —se dijo— ¡estamos perdidos! ¡Si al menos pudiera detenerlos!». Pero el agua los arrastraba hacia la habitación de las mujeres, donde Iseo y Brangel espiaban su llegada.

Iseo acude a la cita. Tristán la espera inmóvil, sentado al pie del pino. El temor lo atenaza y oye, en el árbol, cómo la flecha se empulga en la cuerda del arco. La reina se sorprende al ver que su amigo no acude a su encuentro. «¿Qué puede haber ocurrido para que Tristán no venga a abrazarme?», piensa. Escudriña la espesa negrura y, de repente, a la luz de la luna, observa la sombra del rey reflejada en la fuente. ¡Señores!, ¡escuchad el ardid que inventó la astuta Iseo!

—Señor Tristán —dice a su amigo con lágrimas fingidas—, ¿cómo os atrevéis a hacerme venir a estas horas? No volváis a hacerlo pues no vendré, os lo aseguro. ¿No sabéis que el rey piensa que os amo con loco amor? Los felones de este reino, por quienes luchasteis contra el Morholt, se lo han hecho creer. Pero ¡Dios es testigo de mi fidelidad! ¡Que Él me castigue si jamás quise a otro hombre que aquel que me tomó virgen en sus brazos! ¡Antes preferiría ser quemada viva y que mis cenizas fueran esparcidas al viento que traicionar a mi señor! Pero el rey no me cree. No es extraño que sintáis afecto por mí: yo curé las heridas que recibisteis en el combate contra el dragón. El rey no entiende que la causa de mi afecto por vos es vuestro parentesco con él. Mi madre honraba y quería a la familia de mi padre y siempre decía, con razón, que una mujer no ama de verdad a su señor cuando no ama también a sus parientes. Señor, por amor al rey os he amado y ésta es la causa de mi desgracia. Ahora tengo que marcharme: mi vida correría peligro si el rey me descubriera.

Tristán da gracias a Dios al ver que su amiga ha advertido la presencia del rey.

—Reina —le responde—, no es el rey el responsable de esta situación, sino los consejeros que le inspiraron estas injustas sospechas.

—¿Qué decís?, señor Tristán —responde Iseo—. El rey, mi esposo, es generoso y nunca habría imaginado tal infamia sin la influencia adversa de los felones: es fácil inducir a error a las gentes y llevarlas a mal obrar. Pero llevo demasiado tiempo aquí y tengo que volver.

—Señora, ¡por el amor de Dios!, ¡escuchad mi súplica! Iseo, hija de rey, reina noble y cortés. Muchas veces os rogué con recta intención que vinieseis. ¡Ayudadme! Me desespera haber perdido la fe de mi rey. ¡Ojalá no hubiera escuchado las falsas palabras de los felones que sólo buscaban alejar de su lado a una persona de su linaje! Lo han engañado esos cobardes que fueron incapaces de tomar las armas cuando apareció el Morholt. Yo tomé las armas y combatí para salvar su reino. ¿Cómo puede entonces creer mi tío las viles calumnias que contra mí levantan? ¡Antes preferiría ser colgado de un árbol que traicionar al rey! Pero él no me permite justificarme: decidle que encienda un gran fuego y que entraré en él; si un solo pelo de mi cabeza se quemase que me deje abrasarme entero, pues no puedo justificarme luchando porque no hay hombre en su corte que ose enfrentarse conmigo. Noble dama, os ruego que os compadezcáis de mí y que intercedáis por mí ante el rey.

—Señor, hacéis mal pidiéndome que interceda por vos ante el rey: ¿cómo podría hacer semejante cosa si él sospecha que sois su rival y os ha negado la entrada en su casa por mi causa? Sería gran atrevimiento por mi parte y me expondría a una muerte deshonrosa, pues estoy sola en esta tierra, sin ningún pariente que pueda luchar para defenderme. No podré interceder por vos, aunque mucho me alegraría que el rey os perdonase y abandonase su rencor y su cólera. Ahora tengo que marcharme: si el rey supiera que he venido aquí sería mi muerte. ¡Adiós!

Iseo hace ademán de alejarse, pero Tristán vuelve a llamarla.

—Señora, por el amor de Dios, dadme al menos vuestro consejo. No es extraño que no os atreváis a permanecer aquí más tiempo, pero ¿a quién podría yo dirigirme fuera de vos? El rey me odia y he empeñado todo mi arnés: lograd al menos que me sea devuelto; entonces marcharé a la aventura a servir a otro señor. Antes de un año mi tío, como hombre generoso que es, se arrepentirá de sus sospechas y me hará regresar a su corte. Iseo, recordad las hazañas que por vos realicé y obtened de mi tío que libere mis prendas.

—¡Por Dios!, Tristán, ¿cómo podéis aconsejarme tal cosa? Seríais causa de mi desgracia. Ya conocéis la desconfianza de mi señor; si le ruego que libere vuestras prendas nuestra culpabilidad le parecerá evidente. Nunca osaría hacer tal cosa.

Iseo se marcha. Tristán la saluda llorando. Recostado sobre el poyo del mármol gris se lamenta: «¡Dios! ¡Nunca pude imaginar que caería en una desgracia semejante: huir pobre y desprovisto de todo, sin armas, ni caballos, ni hombres salvo Governal! ¿Quién podrá tener aprecio por un hombre sin recursos? ¿Cómo podré correr aventuras y enfrentarme con caballeros sin armas ni arnés? ¡Tendré que afrontar mi mala fortuna! Buen tío, mal me conocía quien imaginó que yo podía haber seducido a la reina: ¡Nunca soñé tal locura!».

Encaramado en lo alto del pino, el rey había escuchado la conversación. Sentía compasión por su sobrino y maldecía al enano traidor: «Maldito enano jorobado: con tus embustes lograste enfadarme con mi sobrino y con la reina. Merecerías la horca o la hoguera. Tu muerte será más terrible que la de Segozón, a quien Constantino castró por haberlo encontrado con su mujer —se decía—. ¿Cómo he podido prestar atención a las habladurías? Si se amasen con amor loco este encuentro habría sido muy distinto: los habría visto besase y abrazarse, mientras que sólo se lamentaban». El rey descendió del árbol convencido de la inocencia de la reina y de su sobrino, dispuesto a hacer las paces con Tristán y a castigar las calumnias de los felones.

Entre tanto el enano observaba el cielo. Vio Oriente y Lucifer y el curso de los siete planetas: comprendió el peligro que le acechaba y huyó despavorido hacia el país de Gales.

Iseo regresó a la habitación de las mujeres. Al verla lívida y temblorosa Brangel comprendió que algo le había ocurrido.

—Querida amiga —le dijo la reina—. Alguien nos ha traicionado: el rey estaba oculto en el árbol sobre el poyo de mármol. Por fortuna vi su reflejo en la fuente y nada dije que pudiera descubrir mis verdaderos pensamientos.

—Iseo, mi señora —replicó Brangel contenta al conocer cómo la reina había logrado salir airosa de la dificultad—. ¡Dios os ha concedido una gran merced y ha hecho por vos un gran milagro! Él es padre compasivo que no desea el mal para los que son inocentes y leales.

También Governal daba gracias a Dios al oír el relato de Tristán.

Marcos se dirigió a su habitación decidido a comprobar la inocencia de la reina.

—Señora, ¿habéis visto a mi sobrino? —le preguntó.

—Señor, os descubriré toda la verdad, aunque no me creáis. ¡Dadme la muerte si miento! Vi a Tristán y hablé con él bajo el pino. Me pidió que acudiese y lo hice pues no podía mostrarme demasiado severa con él: él me trajo de Irlanda para hacerme vuestra esposa. ¡Si no fuera por los villanos que os han hecho creer que lo amo con loco amor lo trataría con los honores que, por ser vuestro sobrino y por su valentía, le corresponden! Tristán me pidió que lo reconciliase con vos, pues se marcha, allende el mar, pobre y sólo a causa de vuestro rencor. ¡Gustosa habría intercedido para que le ayudaseis a recuperar sus armas si no fuera por temor a levantar las sospechas! Señor, toda la verdad os he dicho.

El rey comprueba satisfecho la veracidad de sus palabras. Iseo rompe en sollozos. Marcos la abraza y consuela. Promete no hacer caso a los calumniadores. Volverá a aceptar los servicios de su sobrino y compartirá con él todo su haber. Tristán podrá entrar y salir libremente en palacio. Cuenta a la reina cómo, subido en el pino por consejo del malvado enano, pudo escuchar sus palabras. Su corazón se sobrecogió al oírle recordar la dura batalla que afrontó por él, los peligros que arrostró en el mar, cómo trajo de Irlanda a la bella Iseo. A la mañana siguiente envía a Brangel en busca de su sobrino. Saltando de gozo acude la doncella a cumplir su cometido. Halla a Tristán en la casa en la que había buscado albergue y lo conduce hasta el palacio.

—Querido tío —dice Tristán—, Dios nos es testigo de que nunca ni la reina ni yo pensamos cometer villanía contra vos. ¡Guardaos de los malos consejeros que os odian y buscan vuestro mal!

El rey abrazó a su sobrino. Lo restableció en su amistad y en todos sus honores y prometió no volver a sospechar de él.

De este modo recuperó Tristán el favor de su tío y volvió a palacio, donde podía encontrar a la reina a su placer.

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