9. La flor de harina

El rey Marcos había olvidado su enojo. Un día que el senescal Dinas de Lidán había salido para un largo viaje encontró en un lejano bosque al enano felón que llevaba una vida errante y miserable. El buen senescal ignoraba cómo Frocín había perdido el favor del rey. Movido a compasión, lo condujo a palacio y Marcos lo perdonó y permitió que viviese junto a él.

Pero los barones felones no habían abandonado su rencor contra Tristán. Seguían espiando a los amantes y habían vuelto a sorprenderlos, desnudos, en el lecho real. Cuando el rey marchaba de cacería, Tristán le decía: «Señor, yo os seguiré». Pero permanecía en palacio y entraba en la habitación de la reina. Los traidores se juramentaron: o bien el rey exiliaba a su sobrino o bien ellos partirían a sus tierras, desde donde guerrearían contra el rey. Un día acudieron ante Marcos y le dijeron en privado:

—Señor, vuestro sobrino y la reina se aman. No queremos ser cómplices de la deshonra de nuestro rey. O bien expulsáis para siempre a vuestro sobrino de esta corte o bien nosotros dejaremos de serviros para combatiros.

Marcos los escuchaba en silencio. Suspiró y bajó la cabeza, perplejo, sin saber qué responder:

—Señores, sois mis vasallos y no desearía perder vuestros servicios. No puedo creer que mi sobrino busque mi deshonra.

—Rey —replicaron—, si no queréis creer lo que todo el mundo comenta en la corte, vos mismos podréis comprobarlo. El enano adivino que conoce muchas ciencias podrá aconsejaros.

Los felones se despidieron gozosos de haber conseguido su propósito. Avisaron al enano, que inventó una negra astucia para prender a los amantes.

¡Señores!, ¡escuchad la traición con la que el enano jorobado sedujo al rey! ¡Malditos sean todos los adivinos de su calaña! ¡Dios lo castigue! ¿Quién imaginó nunca felonía semejante?

—Señor —dijo el enano al rey—. Envía a tu sobrino a Carduel con un mensaje para el rey Arturo. Partirá mañana al amanecer, pero no le digas nada de este viaje antes de la hora de acostarse. Al primer sueño, sal de tu habitación esta noche: si Tristán ama a Iseo con loco amor querrá despedirse de ella. Los culpables serán sorprendidos en flagrante delito.

Durante toda la tarde preparó el enano su felonía. Acudió a casa de un panadero y compró cuatro denarios de flor de harina que guardó en su regazo. Por la noche, después de cenar, Tristán acompañó al rey a su habitación.

—Querido sobrino —le dijo Marcos—, tengo un encargo para ti. Mañana partirás al alba, irás a Carduel y entregarás esta carta a Arturo. Procura estar de vuelta antes de siete días.

—Rey, cumpliré vuestra voluntad —responde Tristán ocultando su disgusto.

Tristán imagina la manera de comunicar a la reina su partida. —¡Dios! ¡Qué locura! Entre su lecho y el de su tío mediaba la longitud de una lanza: piensa que cuando el rey esté dormido se acercará a Iseo.

Cuando todos estaban acostados, el enano se introdujo sigilosamente en la habitación y esparció entre los lechos la flor de harina. Por ventura Tristán estaba despierto y comprendió que el felón buscaba sorprenderlo. A medianoche el rey abandonó la habitación. Tristán se incorporó en medio de la oscuridad. ¡Por qué lo haría! Juntó los pies, calculó la distancia y saltó cayendo en el lecho real. Pero la víspera lo había herido en la pierna un jabalí durante una cacería. Del esfuerzo la herida se abrió y la sangre cayó sobre las sábanas. Tal era la alegría de Tristán al poder estar con su dama que no se dio cuenta de la sangre que corría y mancillaba la cama.

Fuera, el enano vio por la ventana, a la luz de la luna, a los amantes juntos. Temblando de alegría dijo al rey:

—Id y si no los atrapáis juntos podéis hacerme colgar.

Allí estaban también los cuatro barones felones que habían preparado esta traición. Sonreían pensando que al fin cumplirían su venganza.

Tristán oye los pasos del rey. Salta rápidamente y retorna a su lecho. Pero al saltar la sangre vuelve a brotar de sus heridas y cae sobre la harina. El rey regresa a la habitación con el enano, que lleva una antorcha, y los felones. ¡En vano finge dormir Tristán, roncando ruidosamente! El rey descubre las sábanas teñidas de sangre y las manchas sobre la harina. Los felones se lanzan sobre Tristán, lo insultan y amenazan a la reina.

—¡Ahí tenemos la prueba! —grita el rey rojo de ira— ¡Ya de nada servirán vuestros alegatos y protestas! Tristán, mañana moriréis.

—Señor, ¡piedad! —gime la reina—. ¡Por el Dios que por nosotros sufrió la pasión, compadeceos!

—Tío —dice Tristán—. Nada os pido para mí. Si no fuera por el respeto que siento por vos, caro habrían pagado estos felones su traición y no habría permitido que pusieran sus manos sobre mí. Por vuestro amor aceptaré lo que queráis hacer conmigo. No me importa morir. Sólo os pido que tengáis piedad de la reina. ¡Ningún hombre puede alegar que yo sea, por locura, amante de la reina sin encontrarme armado dispuesto a responderle!

Atan a Tristán y a la reina. ¡Si Tristán hubiera sabido que no le sería permitido demostrar su inocencia en duelo judicial, antes hubiera preferido ser despedazado vivo que soportar estas ataduras! Pero confiaba en Dios y sabía que, si le concedían batirse, nadie osaría armarse contra él. Por respeto al rey evitó toda violencia. ¡Si pudiera prever lo que iba a ocurrir habría matado a los cuatro felones sin que el rey lo pudiera impedir! ¡Dios! ¡Por qué no lo haría!

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