CONTINENCIA, JUSTICIA, LIBERALIDAD, GRANDEZA DE ALMA

Lo propio de la continencia, siempre dueña de sí misma, es saber domar, mediante la razón, el deseo fogoso que nos arrastra a los goces y a los placeres reprensibles, sufrir y soportar con inflexible constancia las privaciones y los dolores que existen por ley de la naturaleza.

Lo propio de la justicia es saber distribuir las cosas según el derecho de cada uno, mantener las instituciones de su país, obedecer a los usos que tienen fuerza de ley, observar religiosamente leyes escritas, decir siempre la verdad donde quiera que sea necesario y cumplir religiosamente los compromisos contraídos. La justicia tiene por objeto primero los dioses, después los genios, luego la patria y los padres, y, por fin, los que han dejado de existir.

Todos estos deberes constituyen la piedad, que es una parte de la justicia o, por lo menos, una consecuencia de ella. Otras consecuencias de la justicia son la santidad, la sinceridad, la buena fe y el odio a todo lo que es malo.

Lo propio de la liberalidad consiste en hacer sin dificultad los gastos que exigen las acciones loables, Saber emplear genero-samente su fortuna en todas las ocasiones en que el deber lo exige, prestar auxilio y socorro al que lo merece en todos los casos importantes, y no hacer ninguna ganancia ilícita. El hombre liberal procura que su habitación esté tan decente como su persona; sabe también tener una multitud de cosas que son de lujo pero que son honrosas y capaces de procurar una distracción agradable, aunque no tengan, por otra parte, una gran utilidad, como mantener, por ejemplo, animales que tengan algo de raro y de sorprendente. Los resultados habituales de la liberalidad son lo agradable del carácter, la tolerancia, la benevolencia para todo el mundo y hasta la compasión, aparte de la 152 afección que se tiene a los amigos, a los huéspedes, y, en general, a todos los hombres de bien.

Lo propio de la grandeza de alma es soportar como es debido la buena y la adversa fortuna, los honores y la obscuridad, no pagarse demasiado del lujo, ni de tener numerosos criados, ni del fausto, ni de las victorias alcanzadas en los juegos públicos; y, en fin, tener un alma grande y elevada a la vez. El magnáni-mo no es hombre que haga grandes sacrificios por salvar su vi-da, ni que la ame con exceso. Sencillo de corazón y generoso, puede soportar el daño que se le hace sin desear vivamente la venganza. Las consecuencias de la magnanimidad son la sencillez y la veracidad.

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