DEL AMOR PROPIO

Se ha discutido mucho si el hombre puede o no amarse a sí mismo. Hay personas que creen que lo primero de todo es amarse a sí mismo, y que, convirtiendo en regla el amor prop-io, miden por él todas amistades para juzgarlas.

Pero si nos atenemos a la teoría y a los hechos que se producen evidentemente entre los amigos, estos dos géneros de afec-ción son contrarios en ciertos conceptos y en otros parecen semejantes. La amistad que uno se profesa a sí mismo tiene cier-ta analogía con la amistad, pero, absolutamente hablando, no es la amistad, porque ser amado y amar deben necesariamente encontrarse en dos seres completamente distintos. Pero se di-rá: lo que prueba que uno puede amarse a sí mismo es lo que se dice del hombre templado y del intemperante, que lo son en cierta manera a la vez con plena voluntad y a pesar suyo, porque en ellos las diversas partes del alma están en cierta relación las unas con las otras.

Poco más o menos es el mismo fenómeno el ser uno su propio amigo o su propio enemigo, o el hacerse daño a sí mismo. Todo esto supone dos seres necesariamente, y dos seres separados y distintos. Si se admite que el alma puede ser dos en cierta manera y que se divide, entonces estos fenómenos son posibles en cierto sentido; pero si no se admite esta división, se hacen imposibles. Según las maneras de ser del individuo para consigo mismo, es como pueden definirse los diferentes modos de amar de que hablamos ordinariamente en nuestros estudios. Y así, a los ojos de muchos, el amigo es el que quiere el bien de otro o lo que cree ser su bien, sin pensar para nada en las ventajas personales que él pueda obtener, y sólo pensando en su amigo.

Desde otro punto de vista parece que se ama, sobre todo, a aquel cuya existencia se desea por él, y no por uno mismo, aun sin participar de sus bienes y sin vivir con él. En fin, desde el último punto de vista, se llama amigo a aquel con quien se quiere vivir para gozar de su trato y no por otro motivo, como los padres que desean la existencia de sus hijos y viven, sin embargo, con otras personas.

108

Todas estas opiniones sobre la amistad se rechazan y se ex-cluyen mutuamente. Uno exige que vuestro amigo piense absolutamente sólo en vos; otro que sólo piense en vuestra existencia; un tercero que sólo desee vivir con vos; y de otra manera y sin estas condiciones se declara que no existe la amistad. En cuanto a nuestra opinión, creemos que participar del dolor de otro sin segunda intención es darle una prueba de verdadero afecto; pero no como los esclavos que cuidan a sus amos, porq-ue estos enfermos, por lo común, tienen generalmente muy mal humor, y les prestan estos cuidados sin pensar para nada en ellos.

Es preciso que sea al modo de las madres que participan de los disgustos de sus hijos; o de ciertos pájaros machos que comparten con las hembras el dolor y las penas de la maternidad. El verdadero amigo no se limita sólo a atestiguar su simpatía por el sufrimiento de su amigo, sino que trata también de participar de este sufrimiento; así, por ejemplo, compartiría la sed con su amigo, si fuese posible, o, por lo menos, se esfuerza siempre en acercarse cuanto puede a esta comunidad. La misma observación tiene lugar con respecto a la alegría que comparte con su amigo; es preciso que se regocije por el amigo mismo y sin otro motivo que el goce que éste experimenta. De aquí nacen todas esas explicaciones que se dan de la amistad, cuando se dice: "La amistad es una igualdad; los amigos verdaderos no tienen más que un alma".

Con más razón se pueden aplicar todos estos razonamientos al individuo solo. Es bueno que el individuo desee para sí mismo su propio bien. Nadie se sirve a sí mismo con la mira de otro fin, ni por ganar el favor de nadie. No puede comunicarse uno a sí mismo el servicio que se ha hecho, porque él es uno solo; y el que quiera hacer saber a otro que le ama parece que quiere más bien que se le ame que no amar él realmente.

En cuanto a desear la vida de alguno, a querer vivir siempre con él, participar de sus alegrías y de sus dolores, a no tener, en una palabra, mas que un alma, y a no poder pasar el uno sin el otro, y morir si se es necesario juntos, he aquí lo que hace en grado eminente el individuo, en tanto que es él solo y que, al parecer, está consigo mismo en una sociedad perpetua. Éstos

109 son, lo reconozco, todos los sentimientos que el hombre de bien experimenta para consigo mismo. En el hombre malo, por lo contrario, todos estos sentimientos están en desacuerdo; no está menos dividido que el intemperante, y he aquí por qué puede ser hasta su propio enemigo. Pero, en tanto que el individuo es uno e indivisible, se desea y se ama siempre a sí mismo.

Pues bien, esto es precisamente lo que son el hombre de bien y el amigo, cuya afección es inspirada sólo por la virtud. Pero el hombre malo no es uno: es muchos; cambia en un solo día absolutamente y está cien veces disgustado de sí mismo; de donde concluyo que el amor que tiene uno a su propia persona puede reducirse a la amistad del hombre virtuoso. Como el hombre de bien es, en cierto sentido, semejante a sí mismo, es uno y es bueno para sí, y en este sentido es su propio amigo y se desea a sí mismo. El hombre de bien es conforme a la naturaleza, mientras que el malo es un ser contra la naturaleza.

Además, el hombre de bien no tiene motivo para ofenderse a sí mismo, como lo hace alguna vez el hombre corrompido; en su persona misma el último hombre no insulta al primero, como lo hace el que tiene remordimientos; ni el hombre actual insulta al precedente, como sucede con el mentiroso. En una palabra no hay en él esas distinciones de que hablan los sofistas cuando separan sutilmente a Corisco del buen Corisco. Lo que prueba todo lo bueno que hay hasta en estas naturalezas per-versas es que los malos, acusándose a sí mismos, llegan hasta darse la muerte, por más que todo hombre trata siempre de ser bueno para consigo mismo.

El hombre de bien, en tanto que es absolutamente bueno, trata de ser también su propio amigo, como ya he dicho, porq-ue tiene en sí mismo dos elementos que, naturalmente, quieren ser amigos el uno del otro y que es imposible separar. He aquí como en la especie humana cada individuo puede decirse que es su propio amigo, mientras que nada de esto sucede con los demás animales; el caballo, por ejemplo, no puede pasar nunca por amigo de sí mismo. Avanzo a más y digo que en la especie humana los niños tampoco lo son, y que sólo se hacen amigos

110 de sí mismos cuando son capaces de escoger y preferir alguna cosa con intención.

Sólo entonces puede estar el niño en desacuerdo consigo mismo, resistiendo al deseo que le arrastra. La amistad para consigo mismo se parece mucho a las afecciones de familia. No está en nuestra mano disolver ni éstas ni aquélla. Por mucho que regañen los parientes, no por eso dejan de serlo y el individuo, a pesar de sus divisiones intestinas, no por eso deja de ser uno durante toda su vida.

Después de lo que acaba de decirse, puede verse en cuántos sentidos puede tomarse la palabra amar; y no es menos claro que todas las amistades, cualesquiera que ellas sean, pueden reducirse a la primera y perfecta amistad.

111

Share on Twitter Share on Facebook