CAPITULO 7

Volvamos ahora nuestra atención a la relación.

Llamamos relativa a una cosa cuando se dice que ella existe del modo que existe, porque existe en dependencia de otra cosa, o bien, si no, porque su existencia está referida o relacionada con algo de alguna otra manera. Así, lo «más grande» se dice ser mayor o más grande por referencia a algo que está fuera de él. Porque, en verdad, cuando decimos que una cosa es mayor, significamos con ello que es mayor que algo. Se llama «doble» lo que por su existir es doble de algo. Doble, en efecto, significa dos veces algo. Y lo mismo en todos los términos de cada clase análoga a esta. Existen también otros relativos, como hábito, disposición, percepción, posición o actitud, conocimiento. Todos ellos se explican por medio de una referencia a algo que ellos poseen y no de otra cualquier manera. Un hábito es un hábito de algo; el conocimiento es conocimiento de algo; posición es posición de algo. Hablamos, pues, de términos relativos cuando la existencia de una cosa es de tal clase que se explica por medio de un genitivo consecuente, o bien por alguna frase o expresión destinada a poner en evidencia la relación. Por ejemplo, llamamos «grande» a una colina, significando grande en comparación con otra. Solamente es por medio de esta comparación como una colina se llama «grande». De esta manera llamaremos a una cosa «semejante» o «igual»; es decir, semejante o igual a algo.

Y lo mismo ocurre con todos los términos de este tipo. Eso mismo significamos en el padecer: mientras que el estar echado, en pie o sentado, considerados como posiciones o consecuencias estables de la acción correspondiente, son realmente posiciones específicas, la posición misma es un relativo. Echarse, ponerse en pie, sentarse, no son ellos mismos posiciones en realidad; sus nombres, sin embargo, son derivados de las actitudes que hemos mencionado ahora mismo.

Los relativos a veces tienen contrarios. La virtud es contraria al vicio, siendo cada uno de los términos, en sí mismo, un relativo.

También el conocimiento es contrario a la ignorancia. Sin embargo, no se puede decir en manera alguna que todos los relativos tengan contrarios. «Doble», «triple», no los tienen, ni los términos de esta misma clase tampoco.

Por otra parte, los relativos, según parece, pueden en algunos casos admitir grados, como, por ejemplo, igual-distinto, equivalente-desigual, todos los cuales pueden admitir junto a si un más o un menos, siendo cada uno de ellos un término relativo. Pues por el término «igual» significamos igual a algo, y por el término «distinto»

significamos distinto de algo. No obstante, no es posible admitir que todos los relativos tengan grados. No podemos, en efecto, decir

«más doble» o «menos doble», y análogamente en los términos de este tipo.

Todos los relativos tienen sus correlativos. «Esclavo», por ejemplo, significa esclavo de un señor, y «señor», a su vez, implica un esclavo. «Doble» significa el doble de su mitad, igual que, a su vez,

«medio» significa la mitad de su doble. Por el término «mayor»

significamos mayor que aquello que es menor, y por «menor», aquello que es menor que lo que es mayor. Eso ocurre en todos los términos relativos. En ocasiones, con todo, el caso o la inflexión gramatical serán distintos. El conocimiento es conocimiento de lo cognoscible; y lo cognoscible lo es por el conocimiento. Hay percepción de lo perceptible, lo cual es percibido por la percepción.

A veces, pese a todo, la correlación no aparecerá manifiestamente; es decir, cuando se ha cometido un error y el mismo correlativo ha sido injustamente afirmado o establecido. Si llamamos a un ala, ala de un ave, no aparecerá entonces la correlación: ala y ave no serán correlativos. El término justo se usaba al principio significando ala de ave. Pues el ala es el ala de un ave cuando consideramos esta como alada, no como ave. Muchas otras cosas, además de las aves, son aladas. Sin embargo, cuando se utilizan los términos adecuados, la correlación se hará inmediatamente evidente, como cuando, por ejemplo, decimos que el ala es ala de un ser alado, y que una cosa alada lo es gracias al ala. El ala pertenece necesariamente al ser alado.

A veces no existe en griego una palabra adecuada para hacer resaltar a primera vista la correlación. En ese caso, creo yo, debemos acuñar un vocablo nuevo. Tomemos, por ejemplo, el término «timón». Hemos de decir que el timón es algo propio de una barca. Sin embargo, «propio de una barca» es inapropiado y no cumple su misión de hacer evidente la correlación. En verdad, a la barca, vista como barca, no le corresponde de necesidad el timón.

¿No existen acaso barcas sin timón? Así, pues, el timón y la barca no son recíprocos. La «barca» no es la «barca del timón», de la

misma manera que un timón es siempre el timón de una barca. Es decir, no existe un término propio en la actualidad; luego debemos acuñar nosotros una palabra aprovechando la ocasión y hablar con mayor exactitud o precisión, a saber: el timón es timón de un ser

«timoneado». Si nos expresamos así, los términos serán recíprocos.

Es decir, lo timoneado es timoneado por medio del timón. Lo mismo vale para todos los demás casos. La cabeza se definirá mejor como correlativo de lo que posee cabeza, y no como cabeza de un animal.

Los animales, simplemente como animales, no poseen necesariamente cabeza. Muchos, en verdad, carecen de cabeza.

Creo que debemos entender mejor aquello a que esta o aquella cosa se refiere, donde actualmente no existe un nombre, si nosotros tomamos una cosa que tiene un nombre, y entonces, acuñando un nuevo nombre, a partir de él, aplicarlo al correlativo del primero, de la misma manera exactamente que hemos formado antes el nombre

«alado» y «timoneado» , partiendo de los nombres «ala» y «timón».

Así, pues, todos los relativos se refieren a sus correlativos, supuesto que estos hayan sido debidamente definidos. Debo añadir esta cláusula o condición, porque si ocurre que el correlativo ha sido determinado de una manera casual y descuidada, los términos no podrán ser recíprocos tan fácilmente. Quiero decir esto. Aun allí donde hay nombres adecuados y donde se admite que las cosas son correlativas no aparece ninguna correlación, cuando nosotros damos uno de los dos nombres, que de ninguna manera haga evidente la correlación y posee un significado un tanto oscuro.

Supongamos que definimos un «esclavo» en relación al «hombre» o al «bípedo», en lugar de definirlo por su referencia a un «amo»; entonces no aparece ninguna correlación, porque la referencia no es exacta. Por otra parte, concedamos que dos cosas son correlativas entre sí y que el término correcto se ha utilizado con el fin de determinar la segunda. Aunque nosotros omitamos todos los demás atributos, es decir, los que no nos dan a conocer la relación, dejando tan solo aquel en virtud del cual ello recibe el nombre de correlativo, entonces hallaremos que existe la correlación dicha. El correlativo de «esclavo», por ejemplo hemos dicho que era propiamente «amo».

Omitamos todos los demás atributos, los que no nos revelan la relación, tales como que es un «bípedo», que es «receptor de conocimiento» o que es «humano», y dejemos con todo su existencia como «amo»: entonces «esclavo» será clara y fuertemente correlativo, al significar «esclavo» esclavo de un amo.

Por otra parte, supongamos un correlativo al que se ha dado un

nombre inadecuado. Si nosotros lo despojamos de todos sus atributos, dejando tan solo aquel en cuya virtud se llama correlativo, toda correlación se desvanacerá. Definamos un «esclavo» como lo que es «de un hombre», y un ala como lo que es de «un ave».

Elimina el atributo «amo» de «hombre»: en ese caso, en verdad, la correlación subsistente entre «hombre» y «esclavo» se desvanecerá.

Brevemente, no hay amo, no hay esclavo. Elimina el atributo «alado»

de «ave». Ala no será más un correlativo: nada será ya un ala, y el ave dejará de ser alada.

De manera que, resumiendo, debemos establecer con exactitud todos los términos correlativos. Si tenemos el nombre a mano, la expresión o determinación será más fácil. Si no existe ningún nombre apto, creo que es nuestro deber formar uno. Es evidente que cuando los nombres son correctos, todos los términos relativos son correlativos.

Les correlativos, comúnmente, tienen que venir a la existencia juntos, y eso es verdadero para la mayoría de los casos, como, por ejemplo, el doble x la mitad. Que existe un medio significa que también existe el doble del cual él es la mitad. La existencia del amo supone también la del esclavo. E igualmente en los demás casos semejantes. Además, anular uno equivale a anular el otro. Por ejemplo, si no existe el doble, no existe la mitad, y al contrario, al no existir el medio, no existe el doble y lo mismo ocurre en todos los términos semejantes. No obstante, la idea de que los correlativos comienzan a existir juntos no parece ser siempre verdadera, porque parece que el objeto del conocimiento es anterior a él y existe antes que él. Comúnmente hablando, adquirimos conocimiento de cosas que ya existen, pues en muy pocos casos o en ninguno puede nuestro conocimiento comenzar a existir junto con su propio objeto.

Si eliminamos el objeto de nuestro conocimiento, entonces anulamos el conocimiento mismo. Pero la inversa de esta proposición no es verdadera. Si el objeto no existe más, no puede haber y a más conocimiento, pues su existencia es ahora no conocer nada. Sin embargo, si no hemos adquirido conocimiento de este o aquel objeto, ese objeto puede aún seguir existiendo.

Tomemos, por ejemplo, la cuadratura del círculo, si es que esto puede llamarse un objeto de esta clase. Aunque exista como un objeto, el conocimiento no puede ya existir. Si todos los animales dejan de existir, no habría ya conocimiento en absoluto, aunque en este caso, a pesar de todo, sigan existiendo objetos de

conocimiento.

Lo mismo puede decirse de la percepción. Es decir, el objeto parece ser anterior al acto de la percepción. Supongamos que eliminamos el perceptible. Anulamos juntamente la percepción. Eliminemos la percepción: el ser perceptible puede existir aún. Pues el acto de la percepción implica primero el cuerpo percibido, y luego el cuerpo en que la percepción tiene lugar. Por consiguiente, si eliminamos el perceptible, el mismo cuerpo queda eliminado, porque el cuerpo mismo es perceptible. Y al no existir el cuerpo, debe dejar de existir la percepción. Eliminamos el ser perceptible y eliminamos al mismo tiempo la percepción. Pero al eliminar la percepción, no eliminamos simultáneamente los objetos de la misma. Si es destruido el animal mismo, es destruida la percepción igualmente. Mas las cosas perceptible seguirán existiendo: cosas tales como el cuerpo, el calor, la dulzura, la amargura y todo lo que sea sensible.

Además, la percepción comienza a existir junto con el sujeto que percibe; es decir, con la misma cosa viva. El perceptible, sin embargo, es anterior al animal y a la percepción. Porque cosas como el agua y el fuego, de las cuales se componen los seres vivos, existen con anterioridad a tales seres y antes que todos los actos de percepción. Concluimos, pues, que lo perceptible parece ser anterior a la percepción.

El concepto de que ninguna sustancia es relativa, idea comúnmente admitida, podría parecer abierta a la discusión. Una excepción se daría quizá en el caso de algunas sustancias secundarias. Sin duda, la idea a que hacemos referencia sería admisible totalmente en el caso de las sustancias primeras, porque ni los todos ni las partes de las sustancias primarias son nunca relativos. Este hombre o ese buey, por ejemplo, no se definen nunca por una referencia a algo que esté fuera de ello. Y lo mismo hay que decir de sus partes. Así, una determinada mano o una cabeza no se dice que es la mano de tal o de cual, ni que es una cabeza de tal o de cual. Las llamamos la mano o la cabeza de tal persona especifica o de tal otra. Así también con las sustancias secundarias o, a lo menos, con la mayoría de ellas. La especie, como «hombre» o «buey», etc., nunca se define por una referencia a algo que está fuera de ella. Nunca se define así la «madera», y si la madera, se considera como relativo, es entonces ello así como una propiedad, propia de alguna otra cosa, y no en su propio carácter de madera. Es, pues, evidente que, en algunos casos, la sustancia apenas puede ser relativa. Sin embargo, puede

haber diferentes opiniones en el caso de las sustancias secundarias.

Así, definimos «cabeza» y «mano» a la luz del todo a que pertenecen, y con ello esas cosas pueden parecer relativas. En verdad, ello probaría muy difícilmente, para, no decir que sería una tarea imposible, que ninguna sustancia es relativa, si definimos correctamente qué es lo que se significa por la expresión «término relativo». Por otra parte, para ser inexactos, si solo son verdaderamente relativas aquellas cosas cuya existencia consiste en ser, de una manera o de otra, en referencia a algún otro objeto, creo que podría entonces decirse algo de esto. La anterior definición se aplica, fuera de toda duda, a todos los relativos; pero el hecho de que una cosa se explique por una referencia a alguna cosa que está fuera de ella, no es lo mismo que decir que ella es por necesidad relativa.

De lo dicho queda esto en evidencia si un relativo es conocido de una manera definida, aquello a lo que aquel hace referencia será, también algo conocido de una manera definida. Y lo que es más, lo podemos llamar autoevidente. Es decir, supuesto que conocemos que una cosa particular es relativa, siendo relativos aquellos objetos cuya existencia verdadera consiste en ser, de una u otra manera, referidos a otra cosa, entonces conocemos qué es esa otra cosa, a la que se refiere la cosa misma conocida. Porque si no conociéramos en absoluto esa otra cosa a la que se refiere aquella, tampoco podríamos conocer en manera alguna si esta cosa era o no relativa. Pongamos varios ejemplos concretos, con que resulte más claro lo que decimos. Supongamos, en efecto, que conocemos definidamente que una cosa es doble: al mismo tiempo conoceremos nosotros aquella cosa de la cual es esta el doble. No podemos conocer que eso es el doble sin conocer que ello es el doble de algo específico y definido. Por otra parte, si conocemos de manera definida que una cosa concreta es más bella, debemos conocer, al mismo tiempo, de manera definida, aquello respecto de lo cual esto es reconocido como más bello. Así, no conoceremos de una forma, vaga que una cosa concreta posee más belleza que algo que posee menos belleza. Pues eso sería una simple suposición, y no un conocimiento; nosotros no conoceríamos con certeza que una cosa estaba en posesión de una mayor belleza que otra que poseía una belleza menor. Por todo esto creo es evidente que un conocimiento definido de los relativos significa un conocimiento igual de aquellas cosas respecto de las cuales están ellos en relación.

Ahora bien: una cabeza o una mano son una sustancia, y los hombres pueden tener un conocimiento definido de lo que son esencialmente tales cosas, aun sin conocer necesariamente a qué cosa están ellas referidas. No pueden, en efecto, conocer de una manera determinada de quién es esa mano o esa cabeza. Pero si eso es así, nos vemos obligados a concluir que esas cosas y las análogas a ellas no son relativas, y al ser esto así, seria verdadero afirmar que ninguna sustancia es relativa. Creo que no es tarea fácil sentar una creencia firme sobre tales problemas sin una investigación más exhaustiva. Sin embargo, poner en evidencia algunos pormenores de ello no es totalmente inútil.

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