XVIII

Cómo se hace fortuna

 

—Pues bien, amigo Schmucke, verá cómo todo se explica con una simple frase —siguió Wilhem, que contaba prolijamente toda esta historia en alemán al pianista—. Brunner padre ha muerto. Y resulta que sin que supiesen nada ni su hijo ni el señor Graff, en cuyo hotel nos alojamos nosotros, era uno de los fundadores del ferrocarril de Badén, con el que ha tenido beneficios inmensos, ¡y a su muerte ha dejado cuatro millones! Ésta es la última noche en que yo toco la flauta. Si no hubiese sido una primera representación, ya me hubiera ido hace varios días, pero no he querido dejarles sin un instrumento por mi culpa.

—Esdo es aleo gue le honra, jofen —dijo Schmucke—. Bero ¿gon guién se gasa?

—Con la hija del señor Graff, nuestro protector, el propietario del hotel del Rhin. Estoy enamorado de la señorita Emile desde hace siete años, ella ha leído tantas novelas inmorales que ha rechazado todos los partidos pensando en mí, sin saber lo que iba a pasar. Esta joven será muy rica, es la única heredera de los Graff, los sastres de la calle de Richelieu. Fritz me da cinco veces lo que hemos gastado juntos en Estrasburgo, ¡quinientos mil francos! Y aporta un millón de francos para fundar una banca en la que el señor Graff, el sastre, pone también quinientos mil francos; el padre de mi prometida me permite emplear en este negocio la dote, que es de doscientos cincuenta mil francos, y él, por su parte, se une a la sociedad comandita con otro tanto. La casa Brunner, Schwab y Compañía, tendrá, pues, dos millones quinientos mil francos de capital. Fritz acaba de adquirir acciones del Banco de Francia por valor de un millón y medio de francos, para garantizar nuestra cuenta. Y ésta no es toda la fortuna de Fritz, aún le quedan las casas de su padre, en Francfort, valoradas en un millón, y ya ha arrendado el gran hotel de Holanda a un primo de los Graff.

—Mira usdet a su amico gon drisdesa —dijo Schmucke que había escuchado atentamente a Wilhem—. ¿No le diene enfitia?

—No —dijo Wilhem—, me da miedo la buena suerte de Fritz. ¿Tiene aspecto de un hombre feliz? París me da miedo por él. Quisiera verle tomar la decisión que yo he tomado. Aquel demonio de antes puede volver a despertarse en él. De los dos, no es el quien más ha sentado la cabeza. Este atuendo, estos impertinentes, todo esto me inquieta. Sólo se ha fijado en las loretas de la sala. ¡Ah, si supiera usted lo difícil que es casar a Fritz! Siente horror por esto que en Francia llaman hacer la corte; sería preciso lanzarlo a la vida familiar, como en Inglaterra se lanza a un hombre a la eternidad.

Durante el tumulto que señala el final de todas las primeras representaciones, el flautista hizo su invitación a su director de orquesta. Pons aceptó alegremente. Schmucke vio entonces, por primera vez en tres meses, cómo aparecía una sonrisa en el rostro de su amigo; volvió a su lado a la calle de Normandía, en medio de un profundo silencio, ya que aquel relámpago de alegría le había permitido sondear la profundidad del mal que corroía a Pons. ¡Que un hombre de tan buen corazón, tan desinteresado, de sentimientos tan elevados, tuviese flaquezas como aquélla…! Esto era lo que anonadaba al estoico Schmucke, quien se sentía infinitamente triste, ya que se daba cuenta de la necesidad de renunciar a ver todos los días a su puen Bons sentado a la mesa delante de él… Por la misma felicidad de Pons; y no sabía si aquel sacrificio sería posible; esta idea le hacía enloquecer.

 

 

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