III Cómo tomar el cañón sin partitura

 

How to play the cannon without notes

 

El capitán Ransome montaba su caballo, inmóvil y silencioso. A unas pocas yardas de distancia los hombres formaban alrededor de sus piezas. En algún lado —en todas partes dentro de un radio de pocas millas— había cien mil hombres, amigos y enemigos. Pero él estaba solo. La niebla lo había aislado tan completamente como si se hubiera encontrado en el corazón de un desierto. Su mundo consistía en unas pocas yardas cuadradas de tierra empapada y pisoteada por las patas de su caballo. Sus camaradas en aquel dominio fantasmagórico eran invisibles y no se oían. Estas condiciones favorecían la meditación y él se puso a pensar.

Sus rasgos agradables y bien definidos no dejaban traslucir la naturaleza de sus pensamientos. Tenía la expresión tan inescrutable como la de una esfinge. ¿Para qué había de registrar lo que nadie observaría? Al oír una pisada, sólo giró sus ojos hacia la dirección de donde procedía; uno de sus sargentos, semejante a un gigante en la falsa perspectiva de la niebla, se acercó, y al quedar claramente definido y reducido a sus dimensiones reales por la cercanía, saludó y quedó firme.

—Hola, Morris —dijo el oficial saludando a su vez a su subordinado.

—El teniente Price me ordenó que le informara que la mayor parte de la infantería ha sido retirada. No tenemos suficiente apoyo.

—Sí, lo sé.

—Debo decirle que algunos de nuestros hombres han salido de las defensas adelantándose unos cien metros, e informan que nuestro frente no está vigilado por nuestras propias fuerzas.

—Sí.

—Se adelantaron tanto que pudieron oír al enemigo.

—Sí.

—Escucharon el traqueteo de las ruedas de la artillería y las órdenes de los oficiales.

—Sí.

—El enemigo está avanzando hacia nosotros.

El capitán Ransome, que había estado mirando hacía la retaguardia de su línea —hacia el punto donde el comandante de brigada había sido tragado por la niebla—, hizo girar a su caballo y se puso a mirar en la dirección contraria. Después de esto quedó otra vez inmóvil.

—¿Quiénes son los hombres que hicieron esa afirmación? —preguntó sin mirar al sargento; sus ojos se dirigían hacia la niebla, por sobre la cabeza de su caballo.

—El cabo Hassman y el artillero Manning.

El capitán Ransome quedó silencioso por un instante. Una leve palidez inundó su cara, una tenue compresión afectó las líneas de sus labios, pero se requería un observador más agudo que el sargento Morris para notar el cambio. No hubo tal cambio en su voz.

—Sargento, envíe mis saludos al teniente Price y ordénele que abra fuego con todos los cañones. Metralla.

El sargento saludó y se desvaneció en la niebla.

 

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