V Cómo los sonidos pueden luchar contra las sombras

 

How sounds can fight shadows

 

El capitán Ransome caminaba detrás de los cañones que disparaban rápida y firmemente. Los artilleros trabajaban con atención pero sin apuro y, aparentemente, sin ansiedad. Es que no había realmente por qué entusiasmarse; cuesta poco apuntar un cañón y dispararlo contra la niebla. Cualquiera puede hacerlo.

Los hombres sonreían ante el ruido de su obra, llevándola a cabo cada vez con menor velocidad. Echaban miradas llenas de curiosidad hacia su capitán, quien se había subido sobre el terraplén y miraba a través del parapeto como si observara el efecto de sus disparos. Pero el único efecto visible era la sustitución de anchas y bajas cortinas de humo por su volumen en niebla. Repentinamente estalló desde la oscuridad una tremenda gritería que llenaba los intervalos entre las explosiones de los cañones con sobresaltadora nitidez. Para los pocos que tenían tiempo y oportunidad de observar el sonido, era inefablemente extraño, tan fuerte, tan cercano, tan amenazante, y sin embargo nada se veía. Los hombres que habían sonreído dejaron de hacerlo y siguieron su trabajo con seria y febril actividad.

Desde su puesto sobre el parapeto el capitán Ransome pudo ver ahora una multitud de opacas figuras grises que tomaban forma en la niebla y trepaban en enjambre la colina. Pero la obra de los cañones era ahora rápida y furiosa. Barría la colina con ráfagas de metralla cuyo zumbido se dejaba oír a través del trueno de las explosiones. En esta horrible tempestad de hierro los asaltantes se esforzaban paso a paso por sobre sus muertos, disparando dentro de las troneras, recargando, disparando otra vez y cayendo finalmente, un poco más adelante que los que habían caído antes. Pronto el humo fue lo suficientemente denso como para cubrirlo todo. Cayó sobre el ataque y volviendo hacia atrás envolvió a la defensa. Los artilleros apenas podían hacer funcionar sus piezas, y cuando algunas pocas figuras del enemigo aparecían sobre el parapeto, habiendo tenido la buena suerte de acercársele lo suficiente entre dos troneras como para quedar protegidas de los cañones, parecían tan etéreas que apenas valía la pena que unos pocos integrantes de la infantería se dedicaran a echarlos hacia atrás con sus bayonetas sobre la zanja.

Dado que el comandante de una batería en plena acción tiene cosas más importantes que hacer que dedicarse a quebrar cráneos, el capitán Ransome se había retirado del parapeto al lugar que le correspondía detrás de sus cañones, donde quedó de pie, con los brazos cruzados, y el corneta a su lado. En ese lugar, en lo más encarnizado de la lucha, se le acercó el teniente Price, quien acababa de atravesar con su espada a uno de los asaltantes más audaces. Un diálogo fogoso se entabló entre los dos oficiales, fogoso por lo menos por parte del teniente, quien gesticulaba con energía y gritaba una y otra vez en la oreja de su comandante, como tratando de hacerse oír por sobre el estruendo infernal de los cañones. Si sus gestos hubieran sido observados fríamente por un actor, se habrían dicho de protesta: se diría que se oponía a la acción que estaba desarrollándose. ¿Deseaba rendirse?

El capitán Ransome escuchó sin que su semblante ni su actitud reflejaran cambio alguno, y cuando el otro hombre terminó su arenga lo miró fríamente a los ojos, durante un oportuno silencio, diciéndole:

—Teniente Price, no se le permite saber nada en absoluto; es suficiente que obedezca mis órdenes.

El teniente volvió a su puesto; estando el parapeto aparentemente despejado, el capitán Ransome regresó a él para mirar del otro lado. Cuando se subía al terraplén un hombre que agitaba una brillante bandera, se lanzó desde arriba. El capitán desenfundó una pistola del cinto y lo mató de un balazo. El cuerpo, al caer, quedó colgando del borde del terraplén, con sus brazos hacia abajo y las manos aún estrechando la bandera. Los pocos seguidores de este hombre se volvieron y huyeron ladera abajo. Mirando por sobre el parapeto el capitán no vio ser viviente alguno. Observó también que ya no llegaban balas hasta su posición.

Hizo un gesto al corneta, quien tocó la orden para que cesara el fuego. En todos los otros puntos la acción ya había finalizado con el rechazo del ataque confederado; con el cese de este cañoneo el silencio fue absoluto.

 

Share on Twitter Share on Facebook