[IV]

Dígote, pues, adiós, tú, cuanto amada,

indiferente y esquiva;

¿qué eres al fin, ¡oh, hermosa!, comparada

al que es llama ardiente y viva?

Adiós... adiós, y quiera la fortuna,

descolorida doncella,

que tierra tan feliz no halles ninguna

como mi Galicia bella.

Y que al tornar viajera sin reposo

de nuevo a nuestras regiones,

en donde un tiempo el celta vigoroso

te envió sus oraciones,

en vez de lutos como un tiempo, veas

la abundancia en sus hogares,

y que en ciudades, villas y en aldeas

han vuelto los ausentes a sus lares.