Dígote, pues, adiós, tú, cuanto amada,
indiferente y esquiva;
¿qué eres al fin, ¡oh, hermosa!, comparada
al que es llama ardiente y viva?
Adiós... adiós, y quiera la fortuna,
descolorida doncella,
que tierra tan feliz no halles ninguna
como mi Galicia bella.
Y que al tornar viajera sin reposo
de nuevo a nuestras regiones,
en donde un tiempo el celta vigoroso
te envió sus oraciones,
en vez de lutos como un tiempo, veas
la abundancia en sus hogares,
y que en ciudades, villas y en aldeas
han vuelto los ausentes a sus lares.