II

Los unos altísimos,

los otros menores,

con su eterno verdor y frescura,

que inspira a las almas

agrestes canciones,

mientras gime al chocar con las aguas

la brisa marina de aromas salobres,

van en ondas subiendo hacia el cielo

los pinos del monte.

De la altura la bruma desciende

y envuelve las copas

perfumadas, sonoras y altivas

de aquellos gigantes

que el Castro coronan;

brilla en tanto a sus pies el arroyo

que alumbra risueña

la luz de la aurora,

y los cuervos sacuden sus alas,

lanzando graznidos

y huyendo la sombra.

El viajero, rendido y cansado,

que ve del camino la línea escabrosa

que aún le resta que andar, anhelara,

deteniéndose al pie de la loma,

de repente quedar convertido

en pájaro o fuente,

en árbol o en roca.

Share on Twitter Share on Facebook