¡Pensamientos de alas negras!, huid, huid azorados,
como bandada de cuervos por la tormenta acosados,
o como abejas salvajes en quien el fuego hizo presa;
dejad que amanezca el día de resplandores benditos
en cuya luz se presienten los placeres infinitos...
¡y huid con vuestra perenne sombra que en el alma pesa!
¡Pensamientos de alas blancas!, ni gimamos ni roguemos
como un tiempo, y en los mundos luminosos penetremos
en donde nunca resuena la débil voz del caído,
en donde el dorado sueño para en realidad segura,
y de la humana flaqueza sobre la inmensa amargura
y sobre el amor que mata, sus alas tiende el olvido.
Ni el recuerdo que atormenta con horrible pesadilla,
ni la pobreza que abate, ni la miseria que humilla,
ni de la injusticia el látigo, que al herir mancha y condena,
ni la envidia y la calumnia más que el fuego asoladoras
existen para el que siente que se deslizan sus horas
del contento y la abundancia por la corriente serena.
Allí, donde nunca el llanto los párpados enrojece,
donde por dicha se ignora que la humanidad padece
y que hay seres que codician lo que harto el perro desdeña;
allí, buscando un asilo, mis pensamientos dichosos
a todo pesar ajenos, lejos de los tenebrosos
antros del dolor, cantemos a la esperanza risueña.
Frescas voces juveniles, armoniosos instrumentos,
¡venid!, que a vuestros acordes yo quiero unir mis acentos
vigorosos, y el espacio llenar de animadas notas,
y entre estatuas y entre flores, entrelazadas las manos,
danzar en honor de todos los venturosos humanos
del presente, del futuro y las edades remotas.