LXXIII

Viéndome perseguido por la alondra

que en su rápido vuelo

arrebatarme quiso en su piquillo

para dar alimento a sus polluelos,

yo, diminuto insecto de alas de oro,

refugio hallé en el cáliz de una rosa,

y allí viví dichoso desde el alba

hasta la nueva aurora.

Mas aunque era tan fresca y perfumada

la rosa, como yo no encontró abrigo

contra el viento, que alzándose en el bosque

arrastróla en revuelto torbellino.

Y rodamos los dos en fango envueltos

para ya nunca levantarse ella,

y yo para llorar eternamente

mi amor primero y mi ilusión postrera.