LXXVIII

A sus plantas se agitan los hombres,

como el salvaje hormiguero

en cualquier rincón oculto

de un camino olvidado y desierto.

¡Cuál le irritan sus gritos de júbilo,

sus risas y sus acentos,

gratos como la esperanza,

como la dicha soberbios!

Todos alegres se miran,

se tropiezan, y en revuelto

torbellino van y vienen

a la luz de un sol espléndido,

del cual tiene que ocultarse,

roto, miserable, hambriento.

¡Ah!, si él fuera la nube plomiza

que lleva el rayo en su seno,

apagara la antorcha celeste

con sus enlutados velos,

y llenara de sombras el mundo

cual lo están sus pensamientos.