Ciudad extraña, hermosa y fea a un tiempo,
a un tiempo apetecida y detestada,
cual ser que nos atrae y nos desdeña:
algo hay en ti que apaga el entusiasmo,
y del mundo feliz de los ensueños
a la aridez de la verdad nos lleva.
¡De la verdad! ¡Del asesino honrado
que impasible nos mata y nos entierra!
¡Y yo quería morir! La sin entrañas,
sin conmoverse, me mostrara el negro
y oculto abismo que a mis pies abrieran;
y helándome la sangre, fríamente,
de amor y de esperanza me dejara,
con sólo un golpe, para siempre huérfana.
«¡La gloria es humo! El cielo está tan alto
y tan bajos nosotros, que la tierra
que nos ha dado volverá a absorbernos.
¡Afanarse y luchar, cuando es el hombre
mortal ingrato y nula la victoria!
¿Por qué, aunque haya Dios, vence el infierno?»
Así del dolor víctima, el espíritu
se rebelaba contra cielo y tierra...
mientras mi pie inseguro caminaba;
cuando de par en par vi abierto el templo,
de fieles despoblado, y donde apenas
su resplandor las lámparas lanzaban.