XXXII

En sus ojos rasgados y azules,

donde brilla el candor de los ángeles,

ver creía la sombra siniestra

de todos los males.

En sus anchas y negras pupilas,

donde luz y tinieblas combaten,

ver creía el sereno y hermoso

resplandor de la dicha inefable.

Del amor espejismos traidores,

risueños, fugaces...

cuando vuestro fulgor sobrehumano

se disipa... ¡qué densas, qué grandes

son las sombras que envuelven las almas

a quienes con vuestros reflejos cegasteis!