Jornada II

Salen MARCELA y DOROTEA, con una almohadilla, y CRISTINA.

MARCELA

Andas con vergüenza poca,

Cristina, muy inquïeta,

y, con puntos de discreta,

das mil puntadas de loca.

Sabed, señora, una cosa:

que, entre las prendas de honor,

es tenida por mejor

la honesta que la hermosa.

CRISTINA

[Aparte.]

Señora me llama. ¡Malo!:

que ya sé por experiencia

que no hay dos dedos de ausencia

desta cortesía a un palo.

MARCELA

¿Qué murmuras, desatada,

maliciosa y atrevida?

CRISTINA

Nunca murmuré en mi vida.

MARCELA

¿Qué dices?

CRISTINA

No digo nada.

¡Tenga el Señor en el cielo

a mi señora la vieja!

MARCELA

Desas plegarias te deja.

CRISTINA

Pronúncialas mi buen celo.

Si ella fuera viva, sé

que otro gallo me cantara,

y que ninguna no osara

reñirme; no, en buena fe.

¡Tristes de las mozas

a quien trujo el cielo

por casas ajenas

a servir a dueños,

que, entre mil, no salen

cuatro apenas buenos,

que los más son torpes

y de antojos feos!

¿Pues qué, si la triste

acierta a dar celos

al ama, que piensa

que le hace tuerto?

Ajenas ofensas

pagan sus cabellos,

oyen sus oídos

siempre vituperios,

parece la casa

un confuso infierno;

que los celos siempre

fueron vocingleros.

La tierna fregona,

con silencio y miedo,

pasa sus desdichas,

malogra requiebros,

porque jamás llega

a felice puerto

su cargada nave

de malos empleos.

Pero, ya que falte

este detrimento,

sobran los del ama,

que no tienen cuento:

«Ven acá, suciona.

¿Dónde está el pañuelo?

La escoba te hurtaron

y un plato pequeño.

Buen salario ganas;

dél pagarme pienso,

porque despabiles

los ojos y el seso.

Vas y nunca vuelves,

y tienes bureo

con Sancho en la calle,

con Mingo y con Pedro.

Eres, en fin, pu...

El ta diré quedo,

porque de cristiana

sabes que me precio».

Otra vez repito,

con cansado aliento,

con lágrimas tristes

y suspiros tiernos:

¡triste de la moza

a quien trujo el cielo

por casas ajenas!

DOROTEA

Señoras, ¿qué es esto?

Cristinica, amiga,

dime: ¿con qué viento

esta polvareda

has alzado al cielo?

MARCELA

La desenvoltura

es un viento cierzo

que del rostro ahuyenta

la vergüenza y miedo.

Pero yo haré,

si es que acaso puedo,

si ella no se emienda,

lo que callar quiero.

 

(Entra QUIÑONES, el paje.)

QUIÑONES

Don Antonio, mi señor,

entra con dos peregrinos.

 

(Entran DON ANTONIO, CARDENIO, TORRENTE y MUÑOZ.)

  

DON [ANTONIO]

¿Vuestros intentos divinos

fueran disculpa al rigor

del no vernos?

CARDENIO

Así es;

pero yo, señor, holgara

que esta deuda se pagara

de espacio, y fuera después

de mi peregrinación,

que no se puede escusar.

DON [ANTONIO]

Fácilmente habéis de hallar

en mi voluntad perdón.

CARDENIO

¿Es mi señora y mi prima?

DON [ANTONIO]

La misma.

CARDENIO

¡Oh mi señora,

rico archivo donde mora

de la belleza la prima!

No me niegues estos pies,

pues no merezco esas manos.

DOROTEA

Peregrinos cortesanos

son éstos.

DON [ANTONIO]

No tan cortés,

señor primo, que mi hermana

está del caso suspensa.

MUÑOZ

[Aparte.]

La traza de lo que él piensa

es más cortés que no sana.

MARCELA

Señor, para que me muestre

con el respeto debido

a quien sois, el nombre os pido.

CARDENIO

Vuestro primo don Silvestre

de Almendárez; vuestro esposo,

o el que lo tiene de ser.

MARCELA

Mudaré de proceder

con un huésped tan famoso:

los brazos habré de daros,

que no los pies, primo mío.

MUÑOZ

[Aparte.]

Destos principios yo fío

que son más dulces que caros.

CARDENIO

No fue huracán el que pudo

desbaratar nuestra flota,

ni torció nuestra derrota

el mar insolente y crudo;

no fue del tope a la quilla

mi pobre navío abierto,

pues he llegado a tal puerto,

y pongo el pie en tal orilla;

no mi[s] riquezas sorbieron

las aguas que las tragaron,

pues más rico me dejaron

con el bien que en vos me dieron.

Hoy se aumenta mi riqueza,

pues con nueva vida y ser,

peregrino llego a ver

la imagen de tu belleza.

(Entra OCAÑA.)

OCAÑA

Desta común alegría

alguna parte quizá

mi tristeza alcanzará,

que está como estar solía.

Desde aquí quiero mirarte,

si es que te dejas mirar,

de mi suerte amargo azar,

de mi bien el todo y parte.

Puesto en aqueste rincón,

como lacayo sin suerte,

veré quizá de mi muerte

alguna resurrección.

MARCELA

La desventura mayor,

más espantosa y temida,

es la de perder la vida.

DON [ANTONIO]

Primero es la del honor.

MARCELA

Ansí es; y pues vos, primo,

con honra y vida venís,

mal haréis si mal sentís

del mal que por bien yo estimo.

Y en llegar adonde os veis,

habéis de tener por cierto

que habéis arribado a un puerto

adonde restauraréis

las riquezas arrojadas

al mar, siempre codicioso.

CARDENIO

Tendrá el que fuere tu esposo

las venturas confirmadas.

TORRENTE

¿Doncella acaso es de casa?

CRISTINA

No soy sino de la calle.

TORRENTE

Eso no; que aquese talle

a los de palacio pasa.

¿Sirve en ella?

CRISTINA

Soy servida.

TORRENTE

La respuesta ha sido aguda.

OCAÑA

Ten, pulcra, la lengua muda;

no la descosas, perdida.

TORRENTE

¿El nombre?

CRISTINA

Cristina.

TORRENTE

Bueno;

que es dulce, con ser de rumbo.

¿Túmbase?

CRISTINA

Yo no me tumbo.

Basta; que tiene barreno

el indianazo gascón.

TORRENTE

Yo, señora, como ves,

soy criollo perulés,

aunque tiro a borgoñón.

DON [ANTONIO]

Reposaréis, primo mío,

y después saber querría

del buen estar de mi tía,

de vuestro padre y mi tío.

OCAÑA

¡Oh peregrino traidor,

cómo la miras! ¡Oh falsa,

cómo le vas dando salsa

al gusto de su sabor!

TORRENTE

Pluguiera a Dios que nunca aquí viniera;

o, ya que vine aquí, que nunca amara;

o, ya que amé, que amor se me mostrara,

de acero no, sino de blanda cera...

CARDENIO

Depositario fue el mar

de tus cartas y presentes.

OCAÑA

[Aparte.]

¡El alma tengo en los dientes!

¡Casi estoy para espirar!

TORRENTE

...O que de aquesta fregonil guerrera,

de los dos soles de su hermosa cara,

no tan agudas flechas me arrojara,

o menos linda y más humana fuera.

MARCELA

Entrad, señor, do podáis

mudar vestido decente.

CARDENIO

Mi promesa no consiente

que esa merced me hagáis.

TORRENTE

[Aparte.]

Éstas sí son borrascas no fingidas,

de quien no espero verdadera calma,

sino naufragios de más duro aprieto.

CARDENIO

No puedo mudar de traje

por un tiempo limitado:

que esta pobreza ha causado

la tormenta del viaje.

TORRENTE

¡Oh, tú, reparador de nuestras vidas,

Amor, cura las ansias de mi alma,

que no pueden caber en un soneto!

DON [ANTONIO]

A no ser tan perfecto,

primo, vuestro designio, yo hiciera

que por otra persona se cumpliera.

 

(Éntranse MARCELA, DON ANTONIO, DOROTEA, y CRISTINA y CARDENIO. Quedan en el teatro MUÑOZ, TORRENTE y OCAÑA.)

  

MUÑOZ

No me habléis, Torrente hermano,

que nos escuchan, y siento

que en nuestro famoso intento

el callar es lo más sano.

 

(Éntrase MUÑOZ.)

  

OCAÑA

Si a mí el ojo no me miente,

sé con gran certinidad

que vuestra paternidad

tiene el alma algo doliente.

[Es] C[r]istinica un harpón,

es un virote, una jara

que el ciego arquero dispara,

y traspasa el corazón.

Es un incendio, es un rayo.

¿Cómo un rayo? Dos y tres.

TORRENTE

Y vuesa merced, ¿quién es?

OCAÑA

Soy desta casa el lacayo;

y, aunque en la caballeriza

me arrincono, el amor ciego,

con su yelo y con su fuego,

me consume y martiriza.

Entre el harnero y pesebre,

entre la paja y cebada,

de noche y de madrugada,

me embiste de amor la fiebre.

   

TORRENTE

¿Y es Cristina la ocasión

de tan grande encendimiento?

OCAÑA

No sé quién es; sé que siento

el alma hecha un carbón.

TORRENTE

Si es Cristina, pondré pausa

en ciertos recién nacidos

pensamientos atrevidos

que su memoria me causa.

No pienso en manera alguna

seros rival: que sería

género de villanía

que al ser quien yo soy repugna.

Honestísimo decoro

se guardará en esta casa,

puesto que me arda la brasa

desta niña a quien adoro.

Quebrantaré en la pared

mis pensamientos primeros,

con gusto de conoceros

para haceros merced.

Porque no han de naufragar

siempre las flotas: que alguna

tendrá próspera fortuna

para podérnosla dar.

OCAÑA

Beso tus pies, peregrino,

único, raro y bastante

a ablandar en un instante

un corazón diamantino.

Yo, en quien nacieron barruntos

de celos cuando te vi,

a tus pies los pongo aquí,

semivivos y aun difuntos.

TORRENTE

Alzaos, señor; no hagáis

sumisión tan indecente,

que humillaré yo mi frente

si es que la vuestra no alzáis.

Dadme los brazos de amigo,

que lo hemos de ser los dos

gran tiempo, si quiere Dios,

que es de mi intención testigo.

OCAÑA

Como tú, señor, me abones

con tu amistad peregrina,

doy por cordera a Cristina

y por cabrito a Quiñones.

TORRENTE

Por verte con gusto, voy

alegre, así Dios me salve.

OCAÑA

[Aparte.]

Para éstas, que yo os calve,

o no seré yo quien soy.

 

(Éntranse TORRENTE y OCAÑA.)

(Entra DON AMBROSIO.)

DON AMBROSIO

Por ti, virgen hermosa, esparce ufano,

contra el rigor con que amenaza el cielo,

entre los surcos del labrado suelo,

el pobre labrador el rico grano.

Por ti surca las aguas del mar cano

el mercader en débil leño a vuelo;

y, en el rigor del sol como del yelo,

pisa alegre el soldado el risco y llano.

Por ti infinitas veces, ya perdida

la fuerza del que busca y del que ruega,

se cobra y se promete la vitoria.

Por ti, báculo fuerte de la vida,

tal vez se aspira a lo imposible, y llega

el deseo a las puertas de la gloria.

¡Oh esperanza notoria,

amiga de alentar los desmayados,

aunque estén en miserias sepultados!

(Entra CRISTINA.)

  

CRISTINA

Habrá fiesta y regodeo,

y la parentela toda

vendrá, sin duda, a la boda.

DON AMBROSIO

Mi norte descubro y veo.

¡Oh dulcísima Cristina!

CRISTINA

De alcorza debo de ser.

DON AMBROSIO

Tribunal do se ha de ver

lo que el Amor determina

en mi contra o mi provecho.

CRISTINA

¡Estraña salutación!

DON AMBROSIO

La lengua da la razón

como la saca del pecho.

Pero vengamos al punto.

Mi esperanza, ¿cómo está?

¿Ha de morir? ¿Vivirá?

¿Contaréme por difunto?

¿Dificúltase la empresa?

¡Presto, que me vuelvo loco!

CRISTINA

Idos, señor, poco a poco,

que preguntáis muy apriesa.

DON AMBROSIO

Más apriesa me consume

el vivo incendio de amor.

CRISTINA

En sólo un punto el rigor

suyo se abrevia y resume,

y es que puedes ya contar

a Marcela por casada.

Ya no es suya: ya está dada

a quien la sabrá estimar.

DON AMBROSIO

No me digas el esposo,

que, sin duda, es don Antonio.

CRISTINA

Levantas un testimonio

que pasa de mentiroso.

¿Con su hermana?

DON AMBROSIO

¡Ah Cristinica!

¿Qué es eso? ¿Cubierta y pala

con que una obra tan mala

se apoya y se fortifica?

CRISTINA

Que es con su primo.

DON AMBROSIO

¿Qué es esto,

cielo siempre soberano?

¿Hoy primo el que ayer fue hermano?

¿Cámbiase un hombre tan presto?

CRISTINA

Digo que es un peregrino,

primo suyo y perulero,

de tan soberbio dinero,

que de las Indias nos vino.

De oro más de cien mil tejos

se sorbió el mar como un huevo,

deste peregrino nuevo,

que no está de ti muy lejos,

porque vesle allí dó asoma.

DON AMBROSIO

¡Y que esto en el mundo pase!

CRISTINA

Puesto que antes que se case,

entiendo que ha de ir a Roma.

(Entran CARDENIO, TORRENTE y MUÑOZ.)

DON AMBROSIO

Embustero y perulero,

atrevido e insolente,

¿por qué te haces pariente

de la vida por quien muero?

TORRENTE

Descornado se ha la flor;

perecemos.

MUÑOZ

Malo es esto;

la traza se ha descompuesto

al primer paso.

CARDENIO

Señor,

no te entiendo, ni imagino

por qué tan acelerado

la maldita has desatado

contra un noble peregrino.

MUÑOZ

Quien dijere que yo di

lista a nadie, mentirá

cuantas veces lo dirá.

No sino lléguense a mí,

que fabrico en ningún modo

castillos mal prevenidos.

TORRENTE

[Aparte.]

Antes de ser convencidos,

éste lo ha de decir todo.

¡Oh levantadas quimeras

en el aire, cual yo dije!

DON AMBROSIO

Por el Cielo que nos rige,

que si acaso perseveras

en el embuste que intentas,

primero que en algo aciertes,

ha de ser una y mil muertes

el remate de tus cuentas.

Vuélvete a tu Potosí,

deja lograr mi porfía.

CARDENIO

Aquéste ya desvaría.

TORRENTE

Así me parece a mí.

CRISTINA

Don Francisco y mi señor

son éstos. ¡Pies, a correr!

(Éntrase CRISTINA.)

(Salen DON FRANCISCO y DON ANTONIO.)

  

DON FRANCISCO

Todo aqueso puede ser:

que a más obliga el rigor

de un celoso, si es honrado,

como el padre de Marcela.

DON AMBROSIO

Éste es el que urdió la tela

que tan cara me ha costado.

¿Qué rigor de estrella ha sido,

señor don Antonio, aquel

que de piadoso en crüel

contra mí os ha convertido?

¿Y qué peregrino es éste,

tan medido a vuestro intento,

que queréis que su contento

a mí la vida me cueste?

Mía es Marcela, si el cielo

quisiere y si vos queréis:

que en vuestra industria tenéis

de mi mal todo el consuelo.

No es desigual mi linaje

del suyo, y su padre creo

que deste igual himeneo

no ha de recebir ultraje.

Si él la escondió en vuestra casa

por quitármela delante,

ved, si acaso sois amante,

lo que el alma ausente pasa.

DON FRANCISCO

Éste habla de Marcela

Osorio, y no de tu hermana.

DON [ANTONIO]

La presumpción está llana,

gran mal mi alma recela.

Desta vana presumpción

y mal formados antojos

os han de dar vuestros ojos

la justa satisfación.

Veníos conmigo, y veréis

en el engaño en que estáis.

DON AMBROSIO

Si a Marcela me lleváis,

al cielo me llevaréis.

 

(Éntrase DON ANTONIO, DON FRANCISCO y DON AMBROSIO. Quedan en el teatro MUÑOZ, TORRENTE y CARDENIO.)

  

CARDENIO

¡Ah Muñoz, con cuán pequeña

ocasión habéis temblado!

MUÑOZ

Temo de verme brumado,

y molido como alheña;

temo que mis trazas den,

mis embustes y quimeras,

con mi cuerpo en las galeras,

que no le estará muy bien.

TORRENTE

¿Sin apretaros la cuerda

os descoséis? ¡Mala cosa!

MUÑOZ

La conciencia temerosa,

de los castigos se acuerda.

Pero desde aquí adelante

pienso ser mártir, y pienso

que paga a la culpa censo

con temor el más constante.

Pésame que fue la lista

de mi letra y de mi mano,

y este temor, que no es vano,

todas mis fuerzas conquista.

TORRENTE

Vamos a ver en qué para

el comenzado desastre.

MUÑOZ

Aquella bayeta y sastre

nunca el cielo lo depara.

(Éntranse todos.)

(Salen MARCELA y DOROTEA.)

  

MARCELA

Este primo no me agrada,

dulce amiga Dorotea.

¡Plegue a Dios que por bien sea

su venida no esperada!

DOROTEA

Como le ves mal vestido,

no te parece galán.

MARCELA

Las galas no siempre dan

aire y brío, ni el vestido.

Desmayado me parece,

aunque atrevido tal vez.

DOROTEA

De su causa eres juez.

MARCELA

Basta; poco me apetece.

DOROTEA

Parece que se ha templado

tu hermano en su pensamiento.

MARCELA

Todavía, a lo que siento,

anda un poco apasionado;

no se le cae de la boca

mi nombre, y aun todavía

descubre una fantasía

que en lascivos puntos toca;

mas yo no le doy lugar

de que esté a solas conmigo.

DOROTEA

Eso es lo que yo te digo,

y lo que has de procurar.

 

(Aquí han de entrar DON ANTONIO, DON FRANCISCO, CARDENIO, TORRENTE y MUÑOZ.)

DON [ANTONIO]

Mirad, señor, destas dos,

cuál es la Marcela hermosa

que con fuerza poderosa

os tiene fuera de vos.

DON AMBROSIO

Ésta le parece en algo,

y no es ella; mas ya veo,

sin duda, que es devaneo,

y que de sentido salgo.

Téngame Amor de su mano,

y los cielos, si me ofenden.

MARCELA

¿O me compran o me venden?

Decidme qué es esto, hermano.

DON AMBROSIO

No es otra cosa alguna,

sino que la belleza

incomparable y sola

de otra que tiene el proprio nombre vuestro,

su donaire, su gracia,

su honesta compostura,

su ingenio, su linaje,

se llevaron tras sí mis pensamientos.

Améla honestamente,

adoréla rendido,

solicitéla mudo,

aunque los ojos son parleros siempre.

Su padre, recatado,

por algún su desinio,

o por mi desventura,

llevóla, y no sé adónde.

DON [ANTONIO]

Ésta es mi historia.

DON AMBROSIO

No con más diligencia

la diosa de las mieses

buscó a su hija amada

hasta los escondrijos del infierno,

como yo la he buscado

por cuanto las sospechas

han podido llevarme,

pensativo, solícito y ansioso.

En esto, a mis oídos

el nombre de Marcela

llegó, y vuestra hermosura;

pero no el sobrenombre de Almendárez.

Creí que don Antonio,

vuestro querido hermano,

por orden de su padre

de la Marcela Osorio, que yo busco,

en casa la tenía,

y, mal considerado,

y con los celos ciego,

hice los disparates que habéis visto.

DON FRANCISCO

¿Éstas no son lanzadas

que te pasan el alma?

DON [ANTONIO]

Y aun rayos que la embisten,

la hieren, desmenuzan y quebrantan.

DOROTEA

Apostaré, señora,

que es ésta la Marcela

por quien tu hermano gime,

suspira y con angustia se lamenta.

TORRENTE

Un canto pesadísimo,

una montaña dura,

una máquina inmensa,

de acero un monte dilatado y grave,

de sobre el pecho quito.

MUÑOZ

Y yo de sobre el alma

una carcoma aguda.

¡Maldito seas de Dios, amante simple!

¡Qué confusos nos tuvo

aqueste mentecato!

¡Con cuán pocos indicios

trocó las dos Marcelas el cuitado!

Ya pensé que mi lista

andaba por la casa

de mano en mano. ¡Ay duro

trance, no imaginado y repentino!

DON FRANCISCO

Pues en esta Marcela veis patente

de vuestro pensamiento el desengaño,

mostraos, señor, más cauto y más prudente

otra vez que os acose vuestro engaño,

y volved a buscar más diligente

la causa original de vuestro daño.

DON AMBROSIO

Tiene cualquiera enamorada culpa

fácil y compasiva la disculpa.

Erré; mas no es el yerro de tal suerte

que perdón no merezca.

CARDENIO

Yo imagino

que ministró ocasión al atreverte

este pobre sayal de peregrino.

DON [ANTONIO]

La rabia de los celos es tan fuerte,

que fuerza a hacer cualquiera desatino.

Sélo yo bien, que ya me vi celoso,

atrevido, arrojado y malicioso.

DON AMBROSIO

En siglos prolongados tu ventura

goces, ¡oh peregrino!, y tus bisnietos

te lleven a la honrada sepultura

sobre sus hombros, para el caso electos;

no menoscabe el tiempo la hermosura

de tu Marcela; celos indiscretos

no perturben tu paz en tanto cuanto

de vida os diere aliento el Cielo santo.

Yo vuelvo a renovar mi pena antigua,

buscando aquélla que me encubre el cielo,

y, mientras dónde está no se averigua,

un Sísifo seré nuevo en el suelo.

De noche, como sombra o estantigua,

llena la vista de inmortal desvelo,

por ver el fin de mis trabajos largos,

un lince habré de ser con ojos de Argos.

(Éntrase DON AMBROSIO.)

MARCELA

Desesperado se parte.

DON [ANTONIO]

Yo sin esperanza quedo,

dulce Marcela, de hallarte.

TORRENTE

De mí se ha arredrado el miedo.

MUÑOZ

En mí ya no tiene parte;

pero, con todo, quisiera

que la lista se rompiera

que di escrita de mi mano:

que cualquier susto, aunque vano,

la mala conciencia altera.

DON FRANCISCO

Haz cuenta, amigo, que envías,

en este amante curioso,

a buscar tu gloria espías.

DON [ANTONIO]

Con todo, estoy temeroso:

que son tiernas sus porfías,

y muchas, que es lo peor.

DON FRANCISCO

Yo lo tengo por mejor:

que este anzuelo ha de sacar

del profundo de la mar

la perla que escondió Amor.

(Éntrase DON FRANCISCO y DON ANTONIO.)

CARDENIO

¿No ha sido estremado el cuento,

señora prima?

MARCELA

Sí ha sido;

aunque dél me ha parecido

ir mi hermano descontento,

pensativo y desabrido.

Y es la causa que la dama

que aquél busca, adora y ama

como quiere Amor tirano,

es la misma que mi hermano

quiere, busca, nombra y llama.

Y yo, simple, imaginaba

ser yo la hermosa Marcela

a quien mi hermano llamaba,

y con malicia y cautela

a las manos le miraba,

a los ojos y a la boca,

y con no advertencia poca

ponderaba sus razones,

sus movimientos y acciones.

DOROTEA

Curiosidad simple y loca.

Pídele perdón.

MARCELA

No quiero,

pues nunca arraigó en mi pecho

el pensamiento primero.

CARDENIO

Y más, que te ha satisfecho

tan llano y tan por entero.

MUÑOZ

¿Hemos de hacer la visita

de mi señora doña Ana?

MARCELA

Todavía es de mañana,

y el frío la gana quita

de hacer visitas agora.

Ven, amiga Dorotea;

vamos donde el sol nos vea.

DOROTEA

¡Y cómo que iré, señora!

¡Que tirito, ti, ti, ti!

¡Insufrible frío hace!

(Éntranse MARCELA y DOROTEA.)

  

TORRENTE

El tuyo a mí me desplace.

¿Para qué veniste aquí,

Cardenio, si te has de estar

como una estatua sin lengua?

Allá voy, y no hago mengua.

¿Piensas que se te ha de entrar

la ventura por la puerta,

y arrojársete en la cama?

CARDENIO

A mi yelo y a mi llama

ningún medio las concierta.

Cuando de Marcela ausente

algún breve espacio estoy,

ardo de atrevido, y doy

en pensar que soy valiente;

pero apenas me da el cielo

lugar para a solas vella,

cuando estoy, estando ante ella,

frío mucho más que el yelo.

TORRENTE

Con ese yelo no habrá

ostugo que nos alcance.

MUÑOZ

Cierto que yo he echado un lance

que a los ojos me saldrá,

si a las espaldas no sale

primero. ¡Oh viejo imprudente!

Bien merecéis, inocente,

que se evapore y exhale

el alma con el más chico

temor que te sobresalte.

CARDENIO

Cuando yo, Muñoz, os falte,

cuando yo no os haga rico,

jamás del Pirú me venga

el mi esperado tesoro.

MUÑOZ

¡Que no me vuelva yo moro,

y que yo paciencia tenga

para escuchar lo que escucho!

¿Dónde está el oro, señores

socarrones, embaidores?

TORRENTE

Muñoz, que ha de venir mucho.

MUÑOZ

¿De qué Pirú ha de venir,

de qué Méjico o qué Charcas?

TORRENTE

Cuatro cofres y seis arcas

puedes desde luego abrir

para echar cuatro mil barras,

y aun son pocas las que digo.

MUÑOZ

Tente; que Dios sea contigo,

Torrente, que te desgarras.

Con el sastre y la bayeta

estaría yo contento.

TORRENTE

Sastres pasarán de ciento.

MUÑOZ

La bayeta es la que aprieta

al deseo de tenella.

TORRENTE

Déjenme los dos aquí,

que viene Cristina allí,

y me importa hablar con ella.

 

(Vanse MUÑOZ y CARDENIO.)

(Entra CRISTINA.)

  

¿Que es posible, flor y fruto

del árbol lindo de amor,

que ha de andar por tu rigor

siempre mi alma con luto?

¿Que es posible que un potente

indiano no te remate

ni que a tu dureza mate

la blandura de Torrente?

 

(Entra OCAÑA en calzas y en camisa, con un mandil delante, y con un harnero y una almohaza; entra puesto el dedo en la boca, con pasos tímidos, y escóndese detrás de un tapiz, de modo que se le parezcan los pies no más.)

  

¿Que es posible que no precies

los montones de oro fino,

y por un lacayo indino

un perulero desprecies?

¿Que no quieras ser llevada

en hombros como cacique?

¿Que huigas de verte a pique

de ser reina coronada?

¿Que por las faltas de España,

que siempre suelen sobrar,

no quieras ir a gozar

del gran país de Cucaña?

¿Que te tenga avasallada

un lacayo de tal modo,

que por él dejes el todo,

y te acojas al nonada?

¿Que a un borracho te sujetes,

que cuela tan sin estorbos,

que unos sorbos y otros sorbos

son sus briznas y luquetes?

¡Oh mujeres, que tenéis

condición de escarabajo!

CRISTINA

Hablad, Torrente, más bajo,

si por ventura podéis;

que dicen que las paredes

a veces tienen oídos.

TORRENTE

Los tuyos tienes tapidos

a la voz de mis mercedes.

Deja aquese socarrón,

que tu deshonra procura,

y fabrica tu ventura

con tu mucha discreción.

CRISTINA

Pues ¿quiérole yo, mezquina,

o, por ventura, hago caso

yo de buzaque?

TORRENTE

Hablad paso;

moderad la voz, Cristina,

que no sabéis quién os oye,

y haced con prudencia diestra

que la humilde suerte vuestra

con la que tengo se apoye,

y veréisos encumbrada

sobre el cerco de la luna.

CRISTINA

Esa próspera fortuna

para mí no está guardada,

que soy una pecadora

inútil, una mozuela

de mantellina y chinela,

no buena para señora;

y más, estando abatida

y murmurada de Ocaña.

TORRENTE

Muéveme ese llanto a saña;

perderá Ocaña la vida.

CRISTINA

Con sólo media docena

de palos que tú le des,

rendida vendré a tus pies.

TORRENTE

Blanda y moderada pena

a tanta culpa le das;

mejor fuera que la lengua

que se desmandó en tu mengua

se le cortara, y aun más.

CRISTINA

Palos bastan; vete en paz.

TORRENTE

El cielo quede contigo.

CRISTINA

Procura hacer lo que digo,

secreto, astuto y sagaz.

 

(Éntrase TORRENTE.)

 

¡Ay Jesús! ¿Quién está aquí?

¿Qué pies son éstos, cuitada?

 

(Sale OCAÑA.)

  

OCAÑA

Cacica en hombros llevada

desde Lima a Potosí:

yo soy, vesme aquí presente,

hecho estafermo sufrible

a tu rancor tan terrible

y a los palos de Torrente.

Pocos son media docena;

la piedad en ti florece:

que mi culpa bien merece

cuatrodoblada la pena.

Mas yo no tengo por culpa

el amarte y avisarte

que de aquello has de guardarte

que te obligue a dar disculpa.

CRISTINA

Por vida tuya, lacayo

el más discreto de España,

que todo ha sido maraña

burlona y de alegre ensayo;

porque pensaba avisarte

en viéndote.

OCAÑA

Una por una,

tú estarás sobre la Luna,

sobre el Sol y aun sobre Marte;

yo, mísero, apaleado,

tendido por ese suelo.

CRISTINA

Nunca tal permita el cielo.

OCAÑA

Tú misma me has condenado.

CRISTINA

Ya te he dicho la verdad:

que burlaba; y esto baste.

OCAÑA

Pues ¿por qué, di, le intimaste

secreto y sagacidad?

   

CRISTINA

Porque, advirtiéndote a ti

del caso, y estando alerta,

fuese la burla más cierta

y más buena.

OCAÑA

Fuera ansí,

cuando tú no confirmaras

con lágrimas tu deseo.

CRISTINA

Luego, ¿no me crees?

OCAÑA

Sí creo;

mas reparo.

CRISTINA

¿En qué reparas?

OCAÑA

En las lágrimas, y en ver

que no son burlas risueñas

las que descubren por señas

matar, rajar y hender.

Pero tú forja en tu fragua

tus embustes, que yo espero

que ha de ver el mundo entero

el que lleva el gato al agua.

Entra y dame la cebada,

o darásmela después.

«¡Rendida vendré a tus pies!»

CRISTINA

¿Esa razón no te agrada?

Pero él no verá cumplida

tal promesa en vida suya.

OCAÑA

¿Tomara yo alguna tuya,

puesto que fuera fingida?

CRISTINA

No seas tan ignorante;

muestra, que yo volveré.

 

(Dale el harnero.)

Con esto me quitaré

dos importunos delante.

 

(Éntrase CRISTINA.)

  

OCAÑA

Que de un lacá la fuerza poderó-,

hecha a machamartí con el trabá-,

de una fregó le rinda el estropá-,

es de los cie no vista maldició-.

Amor el ar en sus pulgares to-,

sacó una fle de su pulí carcá-,

encaró al co, y diome una flechá-,

que el alma to y el corazón me do-.

Así rendí, forzado estoy a cre-

cualquier mentí de aquesta helada pu-,

que blandamen me satisface y hie-.

¡Oh de Cupí la antigua fuerza y du-,

cuánto en el ros de una fregona pue-,

y más si la sopil se muestra cru-!

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

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