Duelos cínicos

Día domingo. Visita al Père-Lachaise cínico. Es allá, en Asniéres, en la isla de los Perros, junto al puente de Clichy-Asniéres. Puede ir uno por el ferrocarril, saliendo de la Gare Saint-Lazare. Yo preferí el tranvía Madeleine-Asniéres-Geunevilliers, que pasa por la puerta del cementerio.

¡Un cementerio para perros, para gatos, para pájaros!—y la parte anarquista que hay dentro de mi sér se sublevaba.

¡Cómo! ¡mientras hay tanta persona estimable que se muere de hambre, al pie de la letra; mientras en tanta casa del vasto París se siente la obra espantosa de la miseria, hay dinero que los ricos emplean en levantar monumentos á sus amigos, en una extensión de solidaridad harto censurable!

La representación de lo más asqueroso, de lo más miserable, de lo más infectamente horrible, ha sido siempre un perro muerto. Tan solamente en el cuento de Tolstoi, Jesucristo encuentra que los dientes de la inmunda carroña son comparables á las más finas perlas.

Aquí ascienden los animales á categoría personal. El muladar se transforma en jardín, y la memoria del amigo de cuatro patas se perpetúa en bronce ó piedra. De esto á la latría no hay más que un paso.

El tranvía se detiene en el puente. “Allí es”, me dice el conductor, un tanto burlón. Desciendo y llamo á la entrada de un precioso y florido lugar, adornado de una graciosa fachada y de una verja de hierro. Una niña rubia me abre la puerta, y una gran perra me saluda con la cola mientras pago los cincuenta céntimos de entrada. No hay un solo visitante en esa fresca hora de la mañana. Al frente se alza un respetable monumento. Es el del perro Barry. El artista ha presentado en lo alto, al Gran San Bernardo; en el centro del mausoleo, un perro lleva á un niño sobre su lomo: abajo se lee: Il sauva la vie á 40 personnes... Il fut tué par la 41éme!” La historia es triste, en verdad. El pobre animal salía á buscar caminantes perdidos entre la nieve. Cuarenta veces condujo gentes salvas al monasterio. Una vez—la cuarenta y una—encontró á un hombre, bajo la tempestad, casi helado; quiso sacarlo de la nieve, pero aquél creyó, en lo obscuro de la noche, que la pobre bestia era una fiera; tuvo fuerzas para sacar su revólver y herirla. Herido y todo, el perro fué al convento, y guió á varios frailes al lugar en que se hallaba el viajero. Éste se salvó, pero Barry murió pocas horas después.

Camino entre flores y pequeñas tumbas. Una buena cantidad de huesos caninos yacen allí, adornados como despojos de seres queridos. Sé que ha habido quienes han intentado poner cruces, ó símbolos religiosos; el reglamento, cuerdo, ha prohibido tales manifestaciones. Hay tumbitas graciosas, cuidadas; las hay lujosas, artísticas; las hay simples, elocuentes; las hay ridículas, con sus inscripciones extraordinarias y ultrasentimentales. Citaré varias:

«Cora».—A notre fidèle petite chienne, dont le bon petit cur battit pour ses maîtres. Elle passa toute sa courte vie parmi eux. Ils l’aimaient trop et na pouront jamáis l’oublier.

Entre verjas, rodeadas de margaritas, de gencianas, de botones de oro, se ven lápidas, ó minúsculas perreras de mármol, ó de cal y canto.

1886—«Toto»—1901.—Pendant 15 années tu as couché á mes côtés, en me prodigeant ton affectueuse amitié. Ainsi ¡quels bons souvenirs! Mais quels regrets!

Más adelante:

«Chérie».—Elle fit l’admiration de tous par son intelligence, sa bonté et son bon petit cur. Sa maîtresse l’aimai trop; Elle ne pouvait vivre!

¡Qué historia, qué detalles de vida no contiene la inscripción siguiente!:

1886—«Bobo»—1901.—Ta vie ne fut que souffrances. La mienne fut parsemée. Nous las confondîmes esperant les adoucir; mais la cruanté des hommes sut mettre un terme á ce bonheur passager.

Otra, en versos lamartinianos:

1884—«Brillant»—1889

Oh! vieux, dernier ami que mon pas réjouisse,

Leche mas yeux mouillés, mets ton cur près du mien,

Et seul pour nous aimer, aimons-nous, pauvre chien!

Y esta otra:

A ma bonne «Kiss» chérie.—26 Sbre. 1900.

Malgré tout!

Bonne Kissoute blanche.

Gaîté, sûre, mêlant ta voix claire à ma vie

N’enfermais-tu fidèle, et me léchant la main,

Sous ta forme de chien, tout le cæur d’une amie?

Una, muy modesta, rodeada de conchas y hierbas:

A «Ivan», notre bon chien, aimant et fidèle.

12 Juin 1901.

Hay un recuerdo de pintor. Junto á la tumba humilde, una tablita con la imagen del perro pachón, á quien se da cita en la inmortalidad:

«Au revoir dans l’infini, mon Philos!».

Un inglés:

«Ruby Smith».—His litte Pet.—December 22nd 1901.

«Beloved Alec».—My fait ful companion for

11 years.—June 9th 1901.

Encuentro la fotografía de un perrito de aguas sobre un caballo:

1888.—A «Nenette».—1900.—Ma petite Nenette chérie. De notre séparation la doleur est inmense. Et je veux des fleurs chaque fois qu’à toi je pense.

Y una familia de japoneses: “Osaka—Tokio y Daimio”, en un mismo sepulcro, de lujo, cerca de Athos, enterrado bajo una fina placa de porcelana.

Hay varias tumbas con citas de prosa y versos célebres sobre las virtudes de los animales, y una estrofa original en la tumba de dos perros de Mme. Tola Dorian, suegra de Jorge Hugo, el nieto del gran poeta:

«Sapho» et «Djérid»

Amis de Tola Dorian

Si ton âme, Sapho, n’accompagne la mienne

Oh cher et noble ami, aux ignorés séjours.

¡Je ne veux pas du ciel! Je veux, quoi qu’il advienne,

M’endormir comme toi, sans reveil pour.

El departamento de los gatos es más pequeño que el de los perros; pero en varios sepulcros de micifuces hay quejas plañideras y citas de Baudelaire, que, como se sabe, era un gran amigo de los gatos. Y la sección de los pajaritos es más chica todavía, aunque cuenta con curiosas minúsculas tumbas, como las del jilguero Gazouillis, de quien cuenta la leyenda que Paul y Jeanne lo encontraron al salir de la escuela, y que era ciego, porque para que cantase mejor le habían sacado los ojos sus primeros dueños.

Veamos bien las cosas. La parte anarquista que hay en mí se ablanda si ahondo los motivos de tan inútiles derroches de sentimentalismo y de francos. No soy un fanático en la lealtad perruna, porque he visto prácticamente que ella no es tan fundamental como se cree. El perro es interesado y sinvergüenza; el gato es vanidoso y maligno. Pero Voltaire y Byron tenían razón: el estimable rey de la creación no es mejor que los otros animales. Antes que Byron, alguien había escrito: “Mientras más conozco á las gentes amo más á los perros.” Y Hugo, que descubrió en ellos el sudor en la lengua y la sonrisa en la cola: “El perro es la virtud, que, no pudiendo hacerse hombre, se hace bestia.” Me explico el hombre triste, solitario, hosco á golpes de la vida, desconfiado de sus semejantes, en esta inmensa selva de lobos bípedos en que vivimos y que llamamos mundo. Desengañado, herido, burlado por la amistad, desgarrado por el amor, desdeñado por la consecuencia, encuentra en un perro el silencio afecto, la caricia de los ojos, la cuasi palabra del ladrido inteligente, el salto que equivale á un apretón de manos. Y en sus horas amargas mira al compañero cuadrúpedo como que quiere participar de su dolor, como que le quiere consolar, como que busca la manera de hacerse entender y como que comprende las palabras y las miradas.

Es un amigo, es una cosa en que poner el cariño que no halla colocación por la maldad, por la falsía, por la ferocidad humana. Y ese hombre quiere á su perro con el querer que pondría en un sér inteligente, y con el egoísmo de quien se siente querido, así sea por esa ínfima alma instintiva que apenas puede formular su volición en la prisión misteriosa de su naturaleza. Él es su compañero de paseo y su ayuda de caza. En el reposo de su soledad se echa á sus pies. En él hay una vaga comprensión de justicia, como en el perro de Benvenuto ó el de Montargio. Su bondad ó su maldad serán como las de su amo. El perro del bandido será bandido, como el perro del ciego es limosnero, como el perro del artista es soñador. La heroicidad no es ajena á su instinto. Moustachu tiene aquí su estatua, como Cuatrorremos, el bombero, es recordado en Santiago de Chile.

Perros y gatos domésticos, pájaros como el loro del “Corazón simple”, de Flaubert, pasan, benéficos, en un ambiente de sentimiento, en la estéril soledad de las viejas solteronas sin familia. ¡Pobres viejas solas! El animal querido es para ellas todo su amor; en él ponen las ternuras que no encontraron correspondencia ó que la suerte no pudo premiar con la realización de un ardiente deseo. No hay marido, no hay hijos, no hay más compañía que la de venales sirvientes, y si la pobreza es mucha, la soledad reina. Entonces el gato sigue por las habitaciones á la anciana; el perro se hace presente; come al mismo tiempo el escaso puchero y duerme á veces en el mismo lecho. Es una ayuda, es un espíritu, es un corazón que palpita al lado, y en ocasiones ha sido el salvador de la vida. Mueren esos animales; el desconsuelo es tan grande como si muriese una persona amada. Hay quien los entierra en el jardín de su casa, y los llora y los recuerda por toda la vida. Se creó el cementerio de animales, y allí van, con más ó menos pompa, Bob, Turc, Sultán, León, Stop, Mistigris, Miau, Bijou, Fifí, Lilí, Tití, y demás apelativos onomatopéyicos.

Desde la extraña necrópolis se ven las aguas del Sena, á un paso. Arboles frondosos dan sombra, y el perfume de las flores abundantes hace grato el aire. Al salir me llamó la atención un monumento sobre el cual se alza una corona heráldica. Es el de una perra de la princesa Cerchiara Pignatelli. La dedicatoria explica una vida de sufrimiento, mitigada por la compañía del fiel animal, y ve uno cómo se juntan en los mismos simples afectos, las sensibles porteras y las aristocráticas damas. Las penas son las mismas. El dolor de la vida tiene las mismas llaves que la muerte, y abre todas las puertas. No lejos, un gran pavo real de bronce se levanta sobre artísticas rocas revestidas de variadas flores.

La misma niña y la misma perra me despiden en la puerta. Sé que la perra es conocida de todo el pueblo, y que es inteligente y ha realizado varias proezas. No hace mucho tiempo, Spera—ese es su nombre—intentó una buena acción, con un su semejante, pero no tuvo éxito. Alguien ató á un perrillo una piedra en el cuello y lo echó al Sena. El animalito logró sostenerse por un momento en unas ramas de la orilla. Spera lo vió y se puso á ladrar desesperadamente. Llegaron los guardianes del cementerio, y con ayuda de una caña, quisieron sacar al pobre animal que se ahogaba. Fué imposible, pues el peso de la piedra lo arrastró al fondo.

A falta de un biefteack de despedida que ofrecerle, pasé á Spera la mano por el lomo. Y volví á París.

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