El caso de M. Syveton

M. Syveton era un modesto profesor de provincia, nacido para la apacible función de enseñar las Bellas Artes. París le atrajo, y en París se dedicó á la crítica literaria. Todo lo abandonó por una ocupación más importante: salvar la Francia. Aquí, como en todas partes, consagrarse á salvar el país hace llegar pronto. ¿Adónde? A veces, á excelentes situaciones; pero, á veces, al ridículo, y á veces, á la muerte. Entró, pues, el antiguo profesor de liceo en pleno campo de la política. Tenía condiciones. Era simpático á las gentes. Sabía dar fuertes puñetazos. Cuando presentó su candidatura por la circunscripción de que yo soy vecino, se encontró en la calle con el candidato rival. No queriendo gastar sus razones, le apaleó. Era amigo de los políticos elegantes que hace algún tiempo le rompieron el sombrero de un bastonazo á M. Loubet, presidente de la República. Como se ve, era profesor de energía. Su último ruidoso acto fué la bofetada que en plena Cámara dió al general André, anciano de setenta y cinco años y ministro de la Guerra. El cual tiene un hijo que es teniente. Alguien recordó á éste la historia de Mío Cid.

Cuidárades que es mi padre

de Lain Calvo subsesor...

M. Syveton fué acusado, y el día anterior al de su comparición ante la justicia fué encontrado muerto. Se culpó á la chimenea, al óxido de carbono, como en la desgracia Zola. Coppée, Daudet, Boni de Castellane gritaron: “¡Le han asesinado!” Los otros dijeron: “¡Suicidio político!” No pocos: “Ni asesinato ni suicidio; la casualidad, la fatal casualidad.” Era justo pensar: de todas maneras, el que quiera dedicarse á la política en Francia tendrá que suprimir la calefacción en su casa...

Si D. Francisco de Quevedo y Villegas hubiese estado á la sazón en París, de seguro que habría murmurado una de sus más célebres y picantes letrillas:

Cuentan de un corregidor

Nada bobo,

Que siempre que al buen señor

Acusaban muerte ó robo,

Atajaba al escribano

Que leía la querella,

Diciéndole: «Al grano, al grano:

¿Quién es ella?»

Y el caballero del hábito de Santiago no hubiera sido acertado en el caso presente. Un “odor di femina” impregna ya toda esa dura tragedia. M. Syveton ha muerto por una mujer. Estamos en el imperio de la mujer... Tras toda cosa, hasta en los asuntos políticos, se oye el “frou-frou” de una falda femenina.

Tended la vista hasta ayer no más. Por una mujer murió Gambetta, por una mujer se suicidó Boulanger, por una mujer sucumbió amorosamente el presidente Félix Faure, por una mujer se ha matado M. Syveton... El caso de M. Syveton no deja de tener su literatura: es el de Fedra al revés.

Le ciel mit dans mon sein une flamme funeste,

hubiera podido exclamar el desgraciado. Y antes de desaparecer:

J’ai voulu devant vous exposant mes remords,

Par un chemin plus lent descendre chez les morts.

J’ai pris, j’ai fait couler dans mes brûlantes veines

Un poison que Médèe apporta dans Athènes.

Déjà jusqu’á mon cur le venin parvenu

Dans ce cur expirant jette un froid inconnu:

Déjà je ne vois plus qu’á travers un nuage

Et le ciel et l’époux que ma présence outrage:

Et la mort, á mes yeux dérobant la clarté,

Rend au jour qu’ils souillaient toute sa pureté.

M. Syveton ha desaparecido, pues, como un personaje de las tragedias que antes él explicaba. Su gesto ha sido clásico, y lejos del creído asesinato francmasónico á lo Consejo de los Diez. El público de los diarios, si ha perdido por un lado, ha ganado por otro... Del supuesto complot político se desprende hoy un fuerte relente de alcoba. Se ha publicado el retrato de Mme. Menard, hija de Mme. Syveton, la “Hipólita” del caso, y París ha visto un bellísimo rostro de mujer más... Viene á la memoria la agresiva é insultante fórmula que el pesado Mark Twain arrojara á la alta sociedad francesa por una inocente broma de Bourget: “Liberté, Egalité, Fraternité, Adultére”!...

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