La gloria de tartarín

Recordáis el apogeo del ilustre héroe de Alphonse Daudet, del pequeño Quijote, del incomparable personaje que tiene por nombre Tartarín de Tarascón?... Sus aventuras, su vida, su renombre, excitaron grandemente los nervios de sus conciudadanos... Imaginaos á los habitantes del lugar de la Mancha “de cuyo nombre no quiero acordarme” furiosos contra D. Miguel de Cervantes Saavedra..., toda proporción guardada. Mal asunto para la piel de Petit-Chose si llega á pasar una temporada en la tierra natal de su héroe preferido. Hubo “fumistas” que en algunos hoteles tarasconeses firmaron en los libros de registro: “A. Daudet”. Unos tuvieron que huir ante una tempestad de garrotes; otros tuvieron que arrojar, y pronto, la máscara y declarar su identidad, y alguno pagó en sus espaldas la peligrosa usurpación de gloria... Daudet no se detuvo nunca entre la amenazadora gente. “No—decían los tarasconeses—, Tartarín no ha existido y Daudet se burla de nosotros... Zou! Froun de l’air!¡Que no venga por aquí, porque le saldrá cara la invención de ese falsificado personaje!” Y miraban como una profunda deshonra la caza de las gorras, el estupendo baobab, la aventura del león y aquel sublime camello familiar que merecería una estatua... Mas el tiempo pasó y la cólera meridional se fué aplacando. Turistas de diferentes puntos de la tierra, cuando oían gritar en la estación: “¡Tarascón, tantos minutos!”, descendían é iban al hotel más cercano. Luego salían á recorrer la ciudad y preguntaban por todo lo que tenía relación con Tartarín, por Bravida, por Bezuquet, por el excelente Pascalón... Luego solicitaban visitar la casa de Tartarín... ¿No se busca en Florencia el “sasso” de Dante, en Stradford-on-Avon la casa de Shakespeare, en París la tumba de Napoleón?... Al principio Tarascón protestó... Pero el turismo deja dinero; y después de todo, los tarasconeses serán ingenuos, sonoros, ruidosos, pero no tontos... Y meditaron que lo mejor era sacar partido de “la” que les había hecho Alphonse Daudet. Y de pronto los viajeros empezaron á estar bien informados. Todos los héroes vivían. Pascalón era aquel vecino de la esquina; Bezuquet, el de más allá.

Y no se sabe si alguien importó un verdadero baobab enano que era mostrado con gran contentamiento de la clientela... Y las propinas llovían. Varios Tartarines auténticos surgieron... Con fuertes botas y gran sombrero, rugía éste: “¡Tartarín soy yo!” Y otro barrigón y mofletudo, con todo el aire requerido, aseguraba por allá, confidencial: “¡Yo soy Tartarín!” Y la victoria completa había de llegar... Ella se acerca; Tarascón, como todo pueblo que se respeta, tiene sus tarjetas postales ilustradas, y acaba de lanzar una: La maison de Tartarin. Los manes de Daudet se estremecen de satisfacción. El hombre representativo de un pueblo, de un país, tal vez de una raza, entra en la apoteosis de la gloria verdadera... ¡La casa de Tartarín! Quien la ha visto, así la describe dignamente:

Elle surgit dans le soleil craquant de cigales, la maison du baobab et des armes empoisonnees: elle montre un air éxotique et national, débonnaire et terrible... Le mistral l’assaille et la bombarde, apportant la rumeur d’épiques aventures. Regardez là!... Les ils-de-buf, sous le larmier cherchant au loin l’Afrique, le desert couleur de lion... La porte où tombe une flaque de lumière baille sur l’ombre redoutable du corridor. Prenez garde! il va sortir!”

Ya lo veis. Más tarde no habrá discusiones como sobre Homero. Tartarín es definitivamente de Tarascón. Dentro de siglos—si Daudet vive—habrá comentadores que estudiarán esa tarjeta postal. La existencia de Tartarín no se pondrá en duda de ninguna manera. Hay hoy viajeros que recorren la Mancha y hacen el itinerario que siguió en sus salidas el primero de los Caballeros andantes. Si apareciese la bacía que tuvo el honor de ser yelmo de Mambrino, tened por seguro que encontraría comprador. Y Don Quijote es más bien un personaje real que un sér creado por la imaginación del portentoso Manco. Es tan real como el Cid. Con Tartarín, en su esfera, pasará lo propio. Y esa fotografía de su casa es ya el comienzo de una real inmortalidad... Tendrá más suerte que Guillermo Tell. En Cumas he visitado el antro de la Sibila. En Grecia una isla es un ilustre barco petrificado. Se muestra el Parnaso en donde se recrean las musas, y el Olimpo en donde se juntaban los dioses. El tiempo ayuda con su lente y la fantasía con el suyo. Me prometo un viaje á Tarascón. Y veré si consigo á cualquier precio unas ramitas del legendario baobab. Haré con ellas un buen regalo á cada una de nuestras repúblicas hispanoamericanas...

Share on Twitter Share on Facebook