En casa de Minerva

Cada año el Instituto—esto es, las cinco Academias que lo componen—celebra una sesión, muy concurrida y solemne, en que los sabios y los artistas, juntos, confraternizan ante la mirada respetuosa ó ante las sonrisas de un público ya admirativo, ya escéptico.

Naturalmente, á esa sesión no faltan, no dejan de llevar las damas sus atavíos elegantes y sus gracias. Ir á esa sesión, como á cualquier solemnidad académica, es una cosa distinguida. No se pierde tampoco el tiempo. Por lo general, los oradores ó lectores son escritores, artistas y sabios que entretienen amablemente al auditorio, que saben lo que dicen y que lo dicen bien, en esta lengua francesa en que es tan difícil aburrir ó decir una tontería. Por muy áridos que los asuntos sean, puede decirse que nuestras “latas” españolas, nuestros “solos” argentinos, son muy raros y casi imposibles en ese recinto. Así, las lecturas hechas por Edouard Detaille, Sénart, De Foville, Edmond Perrier y Jules Lemaitre encantaron á la concurrencia. El uno es un pintor, el otro un arqueólogo, el otro un estadista, el otro un hombre de ciencia y el otro un hombre de letras, y todos cinco fueron oportunos, claros, amenos. Había en esa asamblea de viejos un innegable verdor, como el de las palmas de sus uniformes de inmortales. Esos viejos representan la gloria y el prestigio consagrados de Francia; esas barbas blancas honran al pensamiento humano, y el más modesto de esos trabajadores de la idea es un bienhechor de la comunidad.

Con justicia M. Detaille, al fin de su discurso, recordó las expresivas frases de Renan: “El Instituto es una de las creaciones más gloriosas de la Revolución, una cosa completamente propia de la Francia. Muchos países tienen academias que pueden rivalizar con las nuestras por la ilustración del personal que las compone y por la importancia de sus trabajos. La Francia solamente tiene el Instituto, donde todos los esfuerzos del espíritu humano están como ligados en haz: en donde el poeta, el historiador, el filósofo, el matemático, el físico y el astrónomo, el escultor, el músico y el pintor pueden llamarse fraternalmente compañeros.”

M. Detaille, el célebre autor de tanto célebre cuadro militar, fué quien pronunció el discurso de apertura, como miembro de la Academia de Bellas Artes y presidente en ejercicio del Instituto. Comenzó recordando que hace un siglo justo el Instituto pasó á ocupar el actual local, el palacio Mazarin, dejando el palacio del Louvre, en que antes tuviera asiento. Eso se debió á Napoleón. A este propósito el benemérito artista no deja de hacer brillar, como en sus telas, uno que otro resplandor de batalla, uno que otro relámpago de sable. Luego, hablará de asuntos más caseros, digamos así, y lamentará á los colegas recientemente desaparecidos. Ya es Guillaume, académico de la francesa y de la de Bellas Artes, “noble figura que encarna á la vez la delicadeza del artista y del hombre de letras. Profundamente erudito, nadie sabía hablar como él de cosas de Arte con tanta autoridad y sabia experiencia”. El duque d’Audiffrei-Pasquier, “que hizo su educación política bajo la égida de su tío el canciller Pasquier, cuyas tradiciones recogió en tiempo de los Guizot, de los Villemain y de los Montalembert”, José María de Heredia, “que desaparece dejando tras sí un rastro luminoso, como esos meteoros que pasan en el firmamento. Su obra, materialmente, ocupa poco lugar, y si es ligera, es para remontarse bien alto en el espacio, como un cohete de oro que estalla orgullosamente. Sus admirables sonetos están en todas las memorias. Él veía noble, veía grande, y ninguno ha encontrado imágenes más espléndidas y más precisas para traducir las soberbias visiones que concebía su cerebro de poeta artista”.

Ya es M. Wallon, “cuyas obras sobre la esclavitud en la antigüedad, sus historias de Juana de Arco y de San Luis, sus trabajos sobre el tribunal revolucionario, obras de una erudición abundante y precisa, han consagrado su reputación de historiador”. Y el sabio Oppert, que, extranjero, al naturalizarse aportó á Francia “los frutos de una erudición profunda”. Luego, Potier, ingeniero, dotado de una prodigiosa actividad unida á una erudición legendaria; y Bicha, el decano de la Facultad de Ciencias de Nancy, y el alemán Richtofen; y Barrias, arrebatado “en plena fuerza y en pleno trabajo”, y otros escultores, Thomas y Dubois; los pintores Henner y Bouguereau, Henner, “ese hijo de la vieja Alsacia, que había guardado el culto enternecido de la tierra natal, se aplicaba á envolver la forma pura, á la manera de Corneggio y de Prudhon, en esa misteriosa visión, como si sus ojos hubiesen guardado el recuerdo de las brumas argentadas de sus valles de Alsacia”. Y Bouguereau, que, “seguro de sí mismo, supo imponer sus convicciones artísticas y hacer compartir su fe”, y “cuya probidad de vida fué igual á la probidad de su talento”. Y los recuerdos de duelo continúan con el grupo de ilustres nombres extranjeros, el grabador Biot, Constantin Meunier, Massarani, Racconi, Waterhouse, y el gran teutón Adolfo Menzel, cuyo elogio era interesante oir de un pintor como Detaille: “Su obra es considerable, pero hay una que sobresale entre las demás: es la reconstitución de la vida de Federico el Grande y de su época, que ha evocado con una precisión y un talento que hacen de él uno de los pintores más notables al mismo tiempo que un verdadero historiador.” Después es el financista Germain, el estadista Juglar, y Olivecrona, y Hüffer, Perin y Hennequin. La muerte ha segado en un año, como se ve, muchas testas gloriosas.

Mas con justicia, M. Detaille concluyó su discurso con las palabras de Renan que he citado al comienzo de esta carta.

La lectura de M. Sénart, delegado de la Academia de Inscripciones y Bellas Letras, trató sobre “un nuevo campo de exploración arqueológica”, el Turquestán chino. Recordó á los bravos iniciadores y proseguidores de valiosos trabajos, como el príncipe Henry de Orleans, víctima de sus exploraciones, Bouvalot, De Grenard, Dutrenil de Rhins. Y al sueco Sven Hedin, que ha realizado viajes verdaderamente extraordinarios. “El Turquestán—dice M. Sénart—ha sido una gran vía de la política, del comercio, de la religión. Es por allí que, desde 130 antes de nuestra Era, el famoso Changkieu fué á entablar, á la ventura, negociaciones con los ocupantes de la lejana Bactriana; y por allí, doscientos años más tarde, el general Pantchao se lanzaba á imponer á esas regiones la soberanía china.” Como veis, esos asuntos son un poco lejanos y abstrusos...; mas el sabio ha sabido interesar á su auditorio, sobre todo cuando ha hablado de ciertos hallazgos en que la arqueología se interesa y se complace.

Otro sabio de otra especie fué más curiosamente escuchado, sobre todo por los oyentes femeninos. Me refiero á monsieur Edmond Perrier, delegado de la Academia de Ciencias. Trató sobre La parure, sobre los adornos, y su amenidad fué muy gustada y aplaudida, su amenidad enseñadora. Mirad qué amable sabio es el que comienza su disertación con estas palabras: “Al ver sucederse á los rayos de un sol de estío, ó bajo las girándulas de una sala de baile, los acariciantes colores de los trajes de fiesta, matizados hasta lo infinito y combinados según los geniales y armoniosos caprichos de la imaginación femenina, se podría creer que el adorno ha sido la invención exclusiva de las hijas de Eva. Por ellas, todo lo que hay en el mundo de luminoso y de brillante está evocado alrededor de nosotros, se mezcla cotidianamente á nuestra existencia, y viene hasta abajo esta austera cúpula á iluminar nuestras sesiones académicas con un brillo que la suntuosidad de nuestras palmas verdes sería insuficiente para darle”. El galante sabio busca el adorno en la Naturaleza, en los aires, en la tierra, en la profundidad de los mares; y de su rebusca resulta que, contrariamente á lo que pasa entre los humanos, el sexo que se adorna, que se hermosea, que coquetea, digamos, entre los animales, es el sexo masculino.

Y es un desfile de maravillosos peces, de milagrosos insectos, de prestigiosos pájaros, adornados por la pródiga Naturaleza, Paquín de los pavos reales, Lalique de los colibríes, proveedora incomparable de sedas, joyas, tintes y matices de encanto. De todo el estudio, lleno de citas y de datos, resulta la chocante demostración de que en el reino animal, el macho constituye... el bello sexo.

Hay sus consuelos. “El cuadro que acabamos de trazar—dice en una parte de su discurso—, de las brillantes facultades del sexo masculino no se aplica sino á las clases superiores del reino animal; tiene su contraparte en las clases inferiores. Ya en las colmenas de abejas, los numerosos príncipes consortes, incapaces de todo trabajo, son muertos por las obreras desde que se acerca el invierno.” Y así empieza la narración de las desventuras del macho, entre una larga variedad de seres inferiores. Una cosa va por otra.

Las frases finales son saludadas con un general aplauso: “Felicitémonos, simplemente, de que las cosas se hayan arreglado de manera que en medio de los cataclismos suscitados por la inconsciente, involuntaria é irresistible actividad de los hombres, permanezca infrangible, por su esencia misma, y á pesar de lo que puedan de ella pensar ciertas almas, la dulce y serena figura de las que, desde nuestra primera sonrisa hasta nuestra última herida, están cerca de nosotros para amar, prever, consolar y curar.” Y esa sí que constituye una deliciosa superioridad femenina.

El discurso de M. De Foville, no por tocar un tema árido para la generalidad, dejó de ser escuchado con mucha atención y gusto. Su “profession de foi d’un statisticien”, es una pieza escrita con “esprit” al par que con profundidad y transcendencia de ideas. La estadística, ciencia de numerar y de datos, apareció expuesta por este sonriente sabio, tan atrayente como valiosa. La estadística ha tenido en su contra las ocurrencias fáciles de autores cómicos. ¡No importa! “Nosotros—dice M. De Foville—somos los primeros en reir de las bromas, hoy clásicas, cuyos iniciadores fueron los Louis Reybau, los Labiche, los Gondinet.” En el Congreso de Londres todo el mundo se rió cuando lord Onslaw recordó algunas de esas facecias en un brindis. “Es el gran mérito de la estadística—dice De Foville—, tal como nosotros la comprendemos, decir la verdad, no querer decir más que la verdad, cuando alrededor de ella, voces que intentan parecerse á la suya hacen impunemente de la mentira un hábito y aun una industria.” Detenidas consideraciones hizo el eminente académico, que fueron recibidas con las muestras del mayor aprecio por un público que, si no se deleitaba con el tema, gozaba con la galanura sabrosa del discurso. El Sr. Alberto B. Martínez habría aplaudido con todo entusiasmo, en unión de la selecta concurrencia, á su respetable colega.

La Literatura estuvo bien representada por Jules Lemaitre. Este escritor, cuyo talento ha estado por largo tiempo navegando en los mares de la política, en donde se ha llenado de lamas, conchas, brumas y pesadeces, se diría que ha entrado en el dique y ha limpiado sus fondos. Su discurso sobre los libros viejos es una página que recuerda sus antiguas páginas de pensador sagaz y crítico avisado. Corto fué—y este es un mérito más—y aplaudidísimo por los concurrentes, que ven en M. Lemaitre como una especie de hijo pródigo de la Academia, que retorna á sus viejas tareas, floridas de ideas finas y de elegancias verbales. Quiera que persevere en tal resolución la dueña de la casa, la patrona de la Cúpula, la sabia Minerva.

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