Viajes presidenciales

Tocándole el turno á España, hizo, pues, su maleta, el más sencillo y amable buen hombre de todos los presidentes, y tomó el camino del país de las más lindas sonrisas y de los más halagadores “castillos”: el camino de España. Inmediata y naturalmente, como sucedió con Rusia, como sucedió con Inglaterra, como sucedió con Italia, como sucederá... tal vez... con... Alemania... (¿por qué no, ¡qué diablos!, si estamos en una época de prodigios?) España se ha puesto aquí de moda; es decir, se ha puesto más de moda, porque ésta comenzó con la visita de Alfonso á los parisienses. Esta moda, como todas las demás, es pasajera. Dura lo que un capricho de París.

Monsieur Loubet es allá en Madrid festejado con toda la cordialidad de que es capaz la gente española. Desde luego se encontrarán con más de una sorpresa, él y sus acompañantes. Y con más de una desilusión.

Porque todos sabemos que las Españas que se usan en París son fantásticas y divertidas. París no quiere entender otra cosa. Españalós, batiñolós, cigaretós, carrambá. No hay más. O, sí, hay más: el “petit air de guitare”, la estudiantina, la “navaca”, que aun persiste en la liga de las duquesas celosas y lujuriosas. De Dumas acá, de Gautier, ¡qué digo!, de Mme. Aulnoy acá, no ha variado nada. Allá viven, desde luego, el Cid, Don Juan, Hernani y Carmen. Los alguaciles recorren las calles por las noches, mientras los enamorados, al son de una mandolina, dan su “serenado”. De Literatura, en París conocen, los que conocen, á Cervantes mal traducido, á Gómez Carrillo, y las versiones que de Galdós y Blasco Ibáñez han hecho ciertos aficionados. No hablo de los fosilófilos de la “Revue Hispanique y de uno que otro hispanizante, más ó menos ruso ó rumano, que suelen ocuparse en las revistas de letras castellanas. La existencia palatina y social de la tierra de Don Alfonso XIII no es tampoco muy sabida en estas latitudes, con ser la infanta Eulalia una parisiense de más de la marca y con haber una colonia española de dinero y títulos bastante numerosa. Verdad es que toda esa gente, en cuanto está en París, quiere pasar por francesa, y de lo que menos tratan y lo que menos les interesa es dar á conocer los progresos y el estado actual de su país. En una revista mundana, la más aristocrática sin duda alguna, se ha publicado en estos días un artículo que contiene las más curiosas referencias sobre “la cour et le monde a Madrid”. Allí aparece una marquesa de Kajra que causaría el asombro de Kasabal; la difunta condesa de Sástago aparece viva y llamada de Satayo; y la de Superunda es Luperunda. Hay datos como este: “La cuisine et moins recherchée que la notre, et la reine Marie Christine a fait sensation, et on le lui á repreché, par les diner de la cour, confiés a un cuisinier vienneis”. Se diría que se está en tiempos como aquellos en que, según la citada Mme. Aulnoy, los gentileshombres vivían “d’oignous, de pois et d’autres utiles denrées”.

Como el viaje de M. Loubet coincide con las representaciones en la Comedie Française, del “Don Quichotte”, de Richepin, la actualidad no puede ser más oportuna. Todos los turistas de estas felices regiones que han partido para la tierra quijotesca, no dejarán de buscar por allá las mil y una imaginaciones que tienen formadas en sus cerebros fáciles al castillo en España.

Claro se ve. Comienzan á llegar las primeras informaciones de los periodistas que han ido á presenciar las fiestas de la visita presidencial. Uno se asombra de que el rey, al abrazar al presidente francés, le haya dado “golpecitos repetidos, con los dedos abiertos, á la moda del país”. Otro da á entender que los rubios no existen en la tierra castellana, repitiendo el concepto de un viajero de última hora, M. Larroumet: “hombres y mujeres tienen el color bronceado, los cabellos de ébano, los rasgos regulares, el cuerpo esbelto, las extremidades de una gran figura. Todos son bellos, de una belleza sin frescura, con perfiles netos, finos y secos. Los ojos brillan... Los cabellos son de un negro azulado...” “Como el ala del cuervo”, les hubiera dicho Pérez Escrich...

Hay que advertir que la idea que priva sobre la belleza española, ó, mejor dicho, sobre la belleza andaluza, es Carolina Otero, que no es andaluza sino gallega. Luego, hay en la flotante colonia española unas cuantas capas y sombreros cordobeses, unos cuantos “toreadores” trashumantes que ayudan con su presencia, hechos y gestos, á fijar más en estos espíritus singulares, la idea de lo pintoresco español.

Yo no habría quitado una sola ilusión á los turistas parisienses, sobre todo á los periodistas que han ido á la corte de España con motivo del viaje del presidente de la República francesa. Habría hecho más: habría aumentado el color local, puesto que el color local es lo que primero van buscando. Cierto es que ya en “el Escurial” se dió cuenta de que había aparecido “una estudiantina”con el traje nacional que daba una “serenade” á M. Loubet. Mas yo habría traído de Granada á Chorro-e-jumo, el famoso modelo de Fortuny, con su carnavalesca indumentaria; y bajo su dirección, habría hecho evolucionar en fantásticos fandangos un policrómico batallón de gitanos y gitanas. Habría hecho en Toledo dar verdaderas “serenades”, con verdaderas “mandolinas”, á la luz de la luna, en las callejuelas estrechas. Y habría buscado á una ó dos condesas de buen humor, que en ocasión oportuna, ante el encantado turista parisiense, hubiese sacado de la liga, que ceñiría una pierna digna de una maja de Goya, su larga “navaca”, una gran “navaca”, de esas de no sé cuántos muelles, que hacen al abrirse un ruido ciertamente inquietante.

Mas las sorpresas allá han sido muchas. Se encuentran desencantados con que Madrid es una capital invadida por la uniformidad prosaica de todas las capitales modernas. Los tranvías eléctricos van por la población, cuyos edificios son semejantes á las construcciones de otras partes, salvo uno que otro que conserva el estilo nacional, ó tal reliquia como la ilustre fábrica que sirvió de prisión á Francisco I.

¿En dónde está lo que Nodier contaba? ¿En dónde las majas goyescas y las diligencias que atacaban y desvalijaban los caballerosos bandoleros? Para colmo, no se encuentran, ¡ay!, ni los mendigos, “los famosos mendigos españoles”, de que habla el más reciente “voyage en Espagne”, porque una disposición del alcalde de Madrid los ha barrido últimamente de las calles de la villa.

Naturalmente, les han cambiado la España soñada; y lo peor es que á nadie se le ocurrirá invitarlos á comer en casa de Botín un cochinillo al horno, en cacharros que tienen solera, y demostrarles que comen el plato de Quevedo y beben en el vaso de Cervantes.

No me habría faltado á mí bacía que enseñar como el yelmo de Mambrino, ni esqueleto de caballo viejo que presentar como restos de Rocinante... Y todo el mundo se habría despedido contento.

Se encontrarán en cambio con que en el alto mundo se vive una vida mitad en inglés, mitad en francés, como en París, y que “snobs” y “snobinettes” son los mismos á un lado y otro de los Pirineos. Y en el teatro verán las mismas cosas que en Francia: traducciones, traslaciones ó imitaciones de asuntos franceses. En las letras, imperando, es natural, como en todas partes, lo francés, la influencia francesa. Los trajes de Paquín y los sombreros de la rue de la Paix sustituyendo á los adornos castizos y á la olvidada y desdeñada mantilla de las antiguas bellezas. Encontrarán el sereno, pero no les cantará la hora ni les dirá qué tiempo hace; mas el guardia de la esquina, los que en “La verbena de la Paloma”van á dar la vuelta á la manzana, les chapurrearán el francés é irán á “donner le tour á la pomme”, como dice un ocurrente caricaturista de la ciudad del oso y del madroño.

Mas en verdad, lo que sí hallarán, tanto M. Loubet como su comitiva y los turistas, son unos excelentes hidalgos que hablan con sinceridad y que sienten con entusiasmo. Los paseantes verán una buena capital sin las grandezas y lujos de este maravilloso París, pero sin apaches ni batallas nocturnas, gracias á la mohosa, vieja, pero utilísima institución del sereno. Hallarán buenas gentes, sin la famosa “morgue castillane”, que reciben al extranjero con la más franca cordialidad y se gastan con él lo que tienen y lo que no tienen. Y, sobre todo, verán y admitirán “las más lindas sonrisas del mundo”, como dice un corresponsal del “Fígaro”, en esos rostros incomparables de las mujeres españolas, incendiados de miradas prodigiosas, rostros de Concepciones de Murillo y de ángeles de Goya. Admirarán esa hermosura natural, esa gracia autóctona. No dejarán de notar que no es poca la importación del parisienismo, y que en la alta clase y en la burguesía rica hay mucho del faubourg y del boulevard... Mas las hijas del pueblo, las gatitas verdaderas de Madrid, les ofrecerán ejemplares de raza, flores de belleza propia. Celebro que el “Blanco y Negro” haya tenido la buena ocurrencia de dar una fiesta á los periodistas franceses, con mucho de guitarra, y “venga de ahí”, y tangos y seguidillas y gitanas. ¿Ha habido gitanas? Si no las ha habido es un pecado. Debe haberlas habido, y de las de más negros ojos y más salada palabra, de las que dicen la buenaventura y ríen y roban... Así, los queridos confreres vendrán contando que no se les ha robado la plata... Que han visto algo de lo que contaba Nodier... Y la célebre “dame au masque”, la sonora Mme. Du Gast, podrá saber y contar algo más sobre espagnolós y cigaretós...

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