Psicología de la postal

Sobre mi mesa de labor, un buen montón de tarjetas postales, de España y de la América Latina. Son envíos para el consabido autógrafo. Esto es usual, y no me hubiera dado tema para estas líneas, si no hubiese entre ellas un retrato de M. Combes... ¡Una señorita que me manda, para que le escriba yo algo, el retrato de M. Combes! El curioso colmo me hace fijarme en los asuntos de las otras tarjetas, y, á través de ellos, procurar ver la personalidad de mis desconocidas y amables amigas lejanas. Hay en esos cartoncitos ilustrados, las más variadas figuras en que sospechar diversos caracteres y espíritus.

... He aquí una cubana que envía una escena galante, de “fiesta galante”, en un paisaje versallés, cerca de los “boulingrins” y de las diosas de mármol. No hay duda, la señorita que eligió esa tarjeta se complace en Watteau, gusta del siglo de las elegancias, quizás ha leído á M. De Nolhac y á los Goncourt... Para un baile de trajes, elegiría la cabellera empolvada, el rico faldellín, el prestigioso guardainfante, el recto corsé de pico. De la Argentina, he aquí un envío completamente septentrional. Hay un paisaje de nieve. Enmarcada de hojas de pino, se mira en el centro la floresta despojada, los árboles escuetos en lo rudo del invierno. Solitaria, una cierva se destaca sobre el blanco fondo. Me parece suponer que no es una rubia, nostálgica de las regiones del frío, la que me manda esta tarjeta; antes bien: una bruna y ardorosa meridional que, por el amor del contraste, piensa en los países de las “willis”, en las baladas nórdicas.

Esta otra envía una escena de campesinos amores. Mas su pasión rural más bien se me asemeja al elegante idilio de un soñado Trianón, de un refinado “hameau” en donde marquesas pastoras llevan cayados adornados con sedas y flores. Todo esto es también muy equívocamente sentimental, muy siglo XVIII.

He aquí un grupo que indicaría preferencias británicas, si no se tratase de una señorita cuyo nombre es absolutamente español: es un grupo de perros. Debe ser la niña amante de los “sports”, encariñada con tontons y demás animales preferidos por la mundana zoofilia. ¿Le copiaré una frase de Buffon, ó alguna ocurrencia byroniana? Muy maliciosa ó muy inocente la que ha elegido para solicitar un verso, el retrato de una de las más renombradas hetairas de este pecaminoso París... ¿Sabe ella de quién se trata? ¿O demasiado dueña de su inteligencia, osa á todas las sonrisas y se declara tan sólo adoradora de una plástica perfecta? Hay otras que, simplemente y por seguir la moda, mandan la primer postal que tienen á mano: estatua, vista, panorama ó edificio de su ciudad. Una me remite una postal de “La Nación”: “La Uruguay” en el puerto de Buenos Aires, trayendo la expedición sueca.” Tal señorita debe ser seria, reflexiva, entusiasta por las glorias de su patria, y en su hermoso rostro debe reflejarse la llama de los orgullos nacionales. Y soñadora, muy soñadora seguramente la que ha recogido un bello rostro femenino, de “rêve”, que se perfila sobre la superficie de un mar tranquilo en cuyo horizonte se perciben vagas velas. ¿Será aún, influencia por “Quo vadis”?... ¿la que ha preferido el retrato de la dulce Mieris en su papel de enamorada de Petronio, y la que envía una escena romana que se diría ilustración de la “famosa” novela?... De buen humor es la que eligió dos rollizas holandesas risueñas, cerca de un molino, y de preferencias trágicas la que se aficionó á una tempestad en el mar, el cielo rojizo, las olas en furia y una barca en peligro. Sentimentales, vanidosas, ambiciosas, caritativas, maternales, sutiles, románticas, sensuales, misteriosas, se revelan otras. Sus gustos dicen sus almas; al menos que, tratándose de mujeres, no digan las significaciones todo lo contrario.

Esta que eligió una escena de soledad, amará el bullicio de las calles y de los paseos, la alegría convencional de los salones, las exhibiciones del lujo, los triunfos de belleza en aristocráticas justas. Aquella que envía una escena cómica, será quizás grave y triste. La que manda un barco sobre las olas no se habrá embarcado nunca y desdeñará los viajes. La que quiere una estrofa para un Romeo y Julieta, será frívola, ligera y poco fiel en el amor. La que envía un “clair de lune” alemán, tendrá los más lindos ojos negros y la más sonora risa argentina... La que escogió una cara de viejecita, tendrá la suya fresca como una corola de rosa, y la que dió su preferencia á un corazón entre la nieve, tendrá el suyo ardiendo en la llama de la más divina de las hogueras.

Pero la que me mandó á M. Combes, me deja completamente estupefacto.

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