Reyes y cartas postales

La tarjeta postal, en estos momentos, es una de las más animadas expresiones de la actualidad. Sus comentarios gráficos de los más notables sucesos serán más tarde inapreciables documentos. Pintan el estado de ánimo, el humor, la opinión de la generalidad. Con motivo del viaje de los reyes de Italia, ha habido una abundancia de tarjetas que no se ha visto en otras ocasiones, ni cuando la llegada del rey de Inglaterra, que se prestó á muchas ocurrencias y juguetes de ingenio. Sin pretender á las hábiles tareas de un John Grand Carteret, ó de un Octave Uzanne, procuraré daros una idea de ello en este “tímido ensayo”, que me atrevo á llamar filatélico.

Desde el anuncio de la visita de Vittorio Emanuele y Elena, aparecieron las primeras tarjetas, junto con las primeras canciones y el himno real italiano. Eran simples retratos y caricaturas con el vulgar motivo parisiense de Viens, Poupoule... Puede decirse que no había en el pueblo una completa idea de la transcendencia del acercamiento de los dos jefes de Estado. La Prensa aclaró las cosas, y entonces, los autores de tarjetas, ilustrados por los periodistas, comentaron é ilustraron á su vez el acontecimiento. Cuando los reyes llegaron circuló ya una buena cantidad, y en los días de su permanencia la venta fué crecidísima. Pueden dividirse en tres clases las tarjetas:

Primera. Las que representan retratos solos, ó retratos con alegorías.

Segunda. Las que se refieren simplemente á la llegada de los soberanos y caricaturizan cosas municipales y nacionales.

Tercera. Las que, llenas de intención, entran en la política exterior. Os expondré unas y otras.

Las primeras son copiosas, copiosísimas. Una se compone de dos banderas, italiana y francesa, con los respectivos retratos de Vittorio Emanuele y M. Loubet. Y bajo ellos unos compases de la Marcha Real y de la Marsellesa.

Otra: bandera italiana, vivos colores. En el centro, entre dos escudos ornados de olivo, y coronados por la corona real, los soberanos. Abajo, compases de la Marcha Real.

Chillona, ultrapopular, otra, entre el escudo italiano y otro con la R. F. enlazadas sobre haces y dos banderas francesas, una pintoresca Italia, de faldas rojas y corpiño verde y una no menos pintoresca Francia, de falda verde, corpiño rojo y gorro frigio, con el pabellón, se dan la mano sobre el retrato pésimo del rey. Abajo: “París, Octubre 1903.”

Otra criarde: sobre un vago continente, en que se distinguen bien la bota de Italia y Francia, flotan dos grandes pabellones, y sobre los dos grandes pabellones, un águila con las alas abiertas y una corona de olivo en el pico, une las dos astas. Retratos de Loubet y Vittorio Emanuele, bajo una composición blanco y negro, que representa un paisaje, una villa y tres soldados de la guerra de Italia. Arriba: “1859” y á un lado: “Solferino, Magenta.”

Retratos de los reyes y M. Loubet, armas de Italia, una testa de león, y, sobre todo, abrazadas las dos naciones hermanas, que semejan dos modistillas. El presidente y el rey. A un lado, armas de Saboya, corona, haces, ramo de olivo, monograma de la República Francesa, y arriba el gallo galo, lanzando un orgulloso cocorocó. En el fondo, sobre un resplandor solar, Liberté, Egalité, Fraternité. Hay otra con idéntico motivo, pero con distinta colocación de detalles. Un rey y un presidente, en altorrelieve coloreado, y que parecen bons-hommes de pim pam pum, se estrechan seriamente la diestra. Arriba, los correspondientes escudos. Un lamentable busto del monarca, entre dos banderas de las sororales naciones, sufre el aspergeo de flores de una República de buenas carnes. En el zócalo: “A Víctor Emanuel—Octubre 1903.”

—Retratos del rey, la reina y el presidente, sobre un confuso dibujo que significa á M. Loubet presentando á la reina á las mujeres de Francia. Esto entre dos muñecas que asen sendos ramos de olivo. Leyenda: Dediée par les fammes de France.—A sa majesté.—La reine d’Italie.

No cuento los innumerables clisés fotográficos reproducidos, con la figura de sus majestades, como los de Toppo, de Nápoles, y Brogi, de Florencia; y los bustos, con escultograbado. Pero ellos han popularizado la imagen del rey, y hecho admirar la belleza de esa reina, por todos puntos encantadora.

Las que se refieren á la llegada de los soberanos son asimismo variadísimas, aunque, por lo común, de muy escaso mérito; pero repito que se trata de expresiones populares, y no de trabajos artísticos. En una, de movimiento, tirando de un cartoncito, M. Loubet, que está ante el tren real, en compañía de M. Combes y del general André, se inclina en un respetuoso saludo, mientras aparece el rey por una portezuela, y un letrero en otra: “Viva Víctor Emanuel III.” En otra, tirando del susodicho cartoncito, rey y presidente se saludan y se dan un abrazo.

Hay una “scie” reciente, en París, tan tonta como todas: “T’en as un oeil!” Eso no quiere decir nada y se aplica para todo. Es un término de compadrería parisiense. He aquí una tarjeta que se llama “T’en as un Macaroni”. La cabeza real surge de un montón decorativo de “macarroni”. “C’est bete”; pero á la gente le gusta. Una serie presenta la llegada, la rue Royale, en Versalles, la comida de gala, y la revista, en muy feos monos pintarrajeados. No hay ni gracia, ni intención, ni nada; pero eso se vende. El automovilismo tiene su parte. “Rome-Paris—Plus d’Alpes!” Eso indica un camino nevado, en la cordillera alpina, y un grupo de aldeanos que saludan al paso de un “auto” en que viene el deseado Vittorio Emanuel. Es un fotograbado. En otro automóvil, y parodiando el número sensacional de un ciclista de café-concert—“la flecha humana”—llegan los reyes por un plano inclinado, á dar el gran salto. El presidente, risueño, les espera con los brazos abiertos, teniendo al lado un contrahecho Delcassé. Eso se llama “La fleche royal”. Y la aerostación: en dos globos, sobre barquillas de fantasía, y en trajes chillones, presidente y presidenta, rey y reina, contemplan una revista de tropas.

Hay otras, sin mayor chiste, que circulan también en profusión. Vittorio Emanuel desciende del tren, con dos cajas de macarroni y su valija, y el presidente le sale al encuentro, con un Delcassé chico que le tira de los faldones, y un general André largo, que lleva una botella de pernod. Abajo: “Viens, totor, viens”, y, “T’en as un oeil”. Menos mal hecha otra, ofrece á un Delcassé marmitón ante una cazuela de macarroni, de la cual saca dos que rematan en las testas del rey y del presidente. Ese está bautizado: La bonne cuisine.

Conocida es la sonrisa habitual del jefe de la República francesa. Helo aquí, recibiendo en la estación al amado primo, que llega vestido de bersaglieri, y como le encuentra más sonriente aún que él: Ah mince alors! Tu l’as le sourire!! Tras el presidente, Delcassé, amarillo, le lleva el sombrero, y André, negro y rojo, presenta la espada.

No podía dejar de aparecer el cuento de la tiara de Sait Aphernes. En una tarjeta, al darse la mano, le dice el rey á M. Loubet:—¡T’en as une tiare! En efecto: el excelente señor está casqueado de oro con el famoso artefacto.

No falta el Loubet vestido de mujer, en las rodillas del rey, abanicándole con el abanico de la Paz, mientras él se fuma un gordo habano. El autor de la caricatura ignora que el rey de Italia no fuma.

Aquí M. Loubet recibe al rey y á la reina; Delcassé lleva la cola del traje real. André sonríe. Y arriba inscripciones: “¡Evviva Francia! ¡Evviva Italia! ¡Evviva Napoli! ¡Evviva Garibaldi!” Lepine, con un gran palo, guarda el orden...

Ved ésta: el rey, con su gran penacho, va á ver á M. Combes: Pour vous ma premiére visite: merci mille fois, mon cher, de mavoir envoyé les Chartreux. C’est un tresor inespére pour l’Italie, et pour moi! En otra, dos muchachonas mal esculpidas, portando las banderas de los dos países, se dan la mano, bajo una estrella de oro y la inscripción: L’aliance latine. Y como no falta aquí lo rigoló y todo es con la mejor intención del mundo, hay una carte postale en que sus majestades, en el Jardín de París, se lucen en un chahut desenfrenado.

Y pues de danza hablamos, ved las que á la danza se refieren: M. Loubet y el rey, entre los escudos nacionales, bailan el cake-walk. M. Loubet y el rey, mientras Delcassé pistonea sobre un plato de suculenta pasta, bailan otro cake-walk, ente espirales “macarrónicas”.—L’invitation á la valse: Unos cuantos niños se divierten. Dos bailan y tres ven bailar. Demás decir que los que bailan son presidente y rey. Nicolás mira con envidia; Eduardo, con asombro. Allá, medio escondido, asomando la cara, con envidia, está el niño Guillermo. Está bien compuesta. Se diría una página de Caras y Caretas.—Otra danza: el presidente, que, como se sabe, es de Montelimar, hace un vis á vis con Vittorio Emanuel. El uno lleva una caja de nougat y el otro un plato de la pasta nacional.—En otra, al son que tocan sus respectivos cancilleres, Loubet-Francia, pandereta en mano, hace pareja con el rey, alegre. Eso es el “Concierto franco-italiano” “¡Evviva la Francia! ¡Evviva la Italia!” “¡Evviva Vittorio Emanuele! ¡Evviva Loubet!”

En la danse du nougat el rey baila malabareando con los paquetes de nougat que le tira su consorte, y del cual Delcassé, vestido de egipcio, sostiene un gran plato. El presidente toca el violín.—Penses-tu? Penses-tu? Penses-tu? Qu’ca reussisse?... La pregunta es intencionada, ante otro cake-walk político que la reina contempla. En otro dibujo aparece ya Rusia. El presidente, el rey y el zar danzan en ronda. En otra, Delcassé, los pies para arriba, está junto á los dos grandes y buenos amigos, que se agitan en un paso de quadrille. Y en otra, Inglaterra toma también parte, y cada cual baila su són: Víctor la tarantela, Nicolás una difícil gimnasia nacional, Eduardo la gigue, y Loubet... el cake-walk.

He aquí: mientras una espesa Mariana se lanza á una audaz coreografía, Víctor la solicita: Viens Poupoule! Y ya en otra tarjeta, la tiene asida del talle:—Encore un baiser, veux tu bien?—Un baiser, n’negage á rien....? El autor de estas dos últimas debe ser español, al menos de origen, pues firma Morales.

Por último, Le cercle de la vie: el rey y el presidente, en bicicleta, mientras Delcassé les contempla, realizan la peligrosa suerte que en un music-hall se llama “el círculo de la muerte”. Y la que representa á Loubet, de gallo, ante sus majestades. Loubet: “¡Qué grata sorpresa!” Emanuel: “Su majestad ha querido conocer vuestra fina sonrisa.” Y á un lado, Eduardo:—Ah, ce qu’on rigole á París! Y allá lejos, como un rey salvaje, el emperador del Sahara:—Moi, s’il m’invite, je n’irai pas!

Para concluir he dejado las más picantes é incisas. En una, M. Loubet, disputado por Eduardo, Víctor, Nicolás y Guillermo; uno le tira por un brazo, otro por otro, y los demás por los faldones del frac: Decidement, on se m’arrache! La “Nueva Tríplice” es un hombre de tres cabezas, las de Víctor, Loubet y Eduardo. Cerca el zar mira admirado; y allá, en el fondo, Guillermo, cruzado de brazos, contempla afligido, y tras él Francisco José no sabe qué hacer.

Una muy epigramática: El zar, knut en mano, lee las noticias de París, y exclama: Je tremble! Qu’Emmanuel ne lui fasse un emprunt; j’en ai tant besoin!

En “El eclipse” se interpone entre Loubet, por quien es atraído, y Guillermo, que le quiere detener por los pies, el rey de Italia.

Proclamando que la unión hace la fuerza, se ven otra, junto á Loubet y el zar juntos, Eduardo y Víctor Manuel, que llegan á juntarse; y allá lejos, saludando militarmente, ¿por qué no?, acude Alfonso XIII. “Querido, lo siento mucho; pero os tengo que dejar á la puerta.” Quien así habla es el rey de Italia, con su aliado y amigo el emperador alemán. Allá en la frontera, tras los Alpes, saca la cabeza Loubet, que aguarda.

Dos macabras: En tanto que el tren va camino de París, al dejar Modane, surge ante el rey italiano un espectro, como otra vez el de Jesús ante Pedro:—Quo vadis, Emanuele? Y en otra que se llama “La pesadilla de ultratumba”, Crispi y Bismarck se alzan de su sepulcro, ante Víctor y Loubet, que de buen humor les gritan:—Ohé, Crispi! t’en sa fait une gaffe! Ohé, Bismarck, t’en as un oeil!

Y la que puede dar la mot de la fin:

Víctor Manuel vuelve de París y se encuentra con su amigo Guillermo: “¡Dichoso tú, primo! ¿Cuándo me toca á mi?...”

Hay más filosofía que la que se cree en esos pedacitos de cartón.

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