CAPÍTULO XL.

NUEVOS DESCUBRIMIENTOS, EN PRUEBA DE QUE LAS SORPRESAS LO MISMO QUE LAS DESGRACIAS, RARA VEZ VIENEN SOLAS.

LA situacion de Rosa era algo embarazada; porque al propio tiempo que deseaba vivamente penetrar el misterio que envolvia el nacimiento de Oliverio, se veia obligada en conciencia á guardar el secreto que le habia sido confiado, por la infortunada jóven con quien acababa de tener tan triste conversacion.

—No le quedaban mas que tres dias para permanecer en Londres antes de partir con la Señora Maylie y su jóven protegido á un puerto de mar bastante lejano. El primer dia tocaba á su fin (cabalmente acababa de sonar la media noche en el instante en que Nancy dejó el aposento.) ¿Qué proyecto podia concebir para ser puesto en ejecucion en el término de veinte y cuatro horas? ó qué medio debia emplear para retardar el viaje sin exitar la sospecha?

Mr. Losberne estaba en el palacio con esas señoras y debia pasar en él los dos últimos dias de su permanencia en Londres; pero Rosa conocia demasiado el carácter impetuoso del doctor y preveia asaz claramente la cólera que, en un primer momento de indignacion, haria esplotar contra la jóven; para confiarle el secreto. Esta era tambien una de las razones por las que Rosa temia abrirse á la Señora Maylie, que no podria dejar de hablar de ello al doctor... Recorrer á un magistrado, suponiendo que hubiese sabido el modo de llevar este asuntó era cosa á que debia renunciar por la misma razon... Por un momento tuvo la idea de escribir á Enrique; pero se acordó de su última entrevista... Estaba en tal perplejidad, cuando Oliverio, que regresaba de su paseo por la ciudad escoltado de Giles, que le hacia de guardia del cuerpo, entró bruscamente en el aposento sofocado y sumamente conmovido.

—Qué teneis para estar tan agitado? —preguntó Rosa adelantándose hácia él —respondedme Oliverio.

—Apenas puedo hablar —contestó el niño —Paréceme que me ahogo... Oh! qué dicha pensar que al fin volveré á verle y que vos tendreis la certeza de que todo lo que os he dicho es la pura verdad!

—Jamás he supuesto lo contrario, amigo mio —dijo Rosa —Pero por qué decís esto? De quién hablais?

—He vuelto á ver al buen caballero que me ha dispensado tanta amistad! —replicó Oliverio pudiendo apenas articular sus palabras —Ya sabeis.. Mr. Brownlow, de quién os he hablado tantas veces!

—En dónde? —preguntó Rosa.

—Bajaba de un carruaje y entró en una casa —respondió Oliverio llorando de gozo —No le he hablado... no podia hablarle; porque no ha reparado en mí y yo estaba tan trémulo que me ha sido imposible correr á él; pero Giles se ha informado de si vivia en la casa donde le hemos visto entrar y le han respondido que sí... Tomad —añadió sacando un papel de su faltriquera —esta es su direccion: es allí donde vive... permitid que vaya al instante... Oh! Dios mio! Dios mio! que me sucederá cuando le vea y él me hable!

—Al instante! dijo Rosa —Enviad á buscar una calesa y estad pronto para partir; voy á llevaros allá al momento... No hay que perder un minuto! Unicamente el tiempo para prevenir á mi tia que salimos por una hora y estoy con vos... Con qué, estad preparado!

Oliverio no se lo hizo decir dos veces y en menos de diez minutos estaban en marcha para Craven street en el Strand. Cuando hubieron llegado, Rosa bajó del coche para preparar al anciano caballero á recibir á Oliverio y entregando su tarjeta al criado le suplicó dijera á Mr. Brownlow, que deseaba verle por asuntos de la mayor importancia. Este reapareció muy luego, habia recibido la órden de hacer subir á la jóven señorita: y la introdujo en un aposento del primer piso, donde fué presentada á un caballero de edad algo avanzada, de aspecto afable y vistiendo una casaca de verde-botella. No lejos de él estaba otro caballero viejo, con calzon corto y polainas de mahon, el cual caballero viejo (que no parecia extremamente amable), estaba sentado con las manos plegadas, apoyadas sobre el puño de su baston y su barba encima.

—Mil perdones señorita! dijo el caballero de la casaca verde, levantándose precipitadamente de su silla y haciendo un saludo gracioso á la señorita Maylie. —Creia que podiais ser una persona importuna que... Os pido por favor que disimuleis... Tomaos la molestia de sentaros.

—Es á Mr. Brownlow á quien tengo el honor de hablar? —dijo Rosa dirijiéndose á este último.

—Sí; señorita —respondió el caballero anciano —y ahí está mi amigo Mr. Grimwig... Grimwig, queréis tener la bondad de dejarnos por algunos minutos?

—Creo, que el Señor, no estará de mas en este punto de nuestra entrevista. Estoy bien informada; no es estraño al asunto que me trae cerca de vos.

Mr. Brownlow hizo una inclinacion de cabeza y Mr. Grimwig que habia hecho un saludo muy tieso al levantarse de su silla, hizo otro saludo muy tieso y sentóse otra vez.

—Sin duda voy á sorprenderos —dijo Rosa algo cortada; —pero en otro tiempo manifestasteis mucho interés y afecto á uno de mis jóvenes amigos y estoy segura que no os sabrá mal recibir noticias suyas.

—Verdaderamente! —dijo Mr. Brownlow —¿Puedo saber su nombre?

—Oliverio Twist! contestó Rosa.

Apenas hubo pronunciado este nombre, Mr. Grimwig que se habia puesto á recorrer un libro voluminoso colocado sobre la mesa, lo cerró bruscamente y dejándose caer en el respaldo de la silla dejó ver su rostro en el que estaban marcadas las señales de la mayor sorpresa.

El asombro de Mr. Brownlow no fué menor, aunque no lo dejase apercibir de un modo tan escéntrico. Acercó su silla á la de Rosa y dijo:

—Hacedme el favor, querida señorita, de pasar en silencio esa solicitud y esa bondad de que hablais y de la que nadie duda y si está en vuestro poder desilusionarme en cuanto á la opinion desfavorable, que he debido concebir de ese niño... Oh! en nombre del cielo hacedlo al instante.

—Es un pilluelo! me comeria la cabeza que es un pilluelo! —dijo Mr. Grimwig sin mover ningun músculo de su rostro, como lo hiciera un ventrilocuo.

—Ese niño tiene el corazon noble y generoso —repuso Rosa ruborizándose —y el Sér Supremo que ha juzgado á propósito enviarle penas y hacerle pasar por pruebas superiores á sus fuerzas, le ha dado cualidades y sentimientos que harian honor á personas que tienen seis veces su edad.

—Yo no tengo mas que sesenta y un año! —replicó Mr. Grimwig en el mismo tono; y como no tomando en ello cartas el diablo, ese Oliverio de que hablais debe tener doce años sino tiene mas, no veo la aplicacion de esta advertencia.

—No hagais caso de mi amigo, Señorita —dijo Mr. Brownlow —no reflecsiona lo que dice.

—Si par diez! gruñó Mr. Grimwig.

—No no lo reflecsiona, os lo aseguro! replicó Mr. Brownlow, que empezaba á impacientarse visiblemente.

—Se comeria él la cabeza, sino dijera la verdad!

—Mejor mereceria que se la rompieran!

—Quisiera ver á alguno que lo propusiera! —replicó Monsieur Grimwig golpeando el suelo con su baston.

Despues de haberse ecsaltado de tal modo, los dos amigos lomaron separadamente un polvo y se dieron enseguida un buen apreton de manos segun su costumbre invariable.

Rosa que habia tenido tiempo de reunir sus ideas, relató en pocas palabras lo que habia sucedido á Oliverio desde el dia en que habia dejado la casa de Mr. Brownlow, reservando para el momento en que estaria sola con este caballero, la revelacion de Nancy. Añadió que el único dolor de ese muchacho durante muchos meses habia sido no poder encontrar otra vez á su bienhechor.

—Alabado sea Dios! —dijo el anciano caballero —He aquí lo que me tranquiliza! Pero, Señorita Maylie, vos no nos habeis dicho donde se halla ahora... Mil perdones por la pregunta que voy á haceros; ¿por qué no lo habeis llevado?

—Está abajo en el carruaje, que espera á la puerta —contestó Rosa.

—Aquí! á mi puerta! —esclamó el anciano y sin decir una palabra mas se lanzó fuera del aposento, bajó la escalera de cuatro en cuatro, saltó sobre el estribo y de allí dentro del coche.

Apenas la puerta del aposento se hubo cerrado trás él, Monsieur Grimwig levantó la cabeza y convirtiendo en eje uno de los piés traseros de su silla, describió con la ayuda de su baston y de la mesa, tres círculos distintos; despues de lo cual, poniéndose en pié, andó piano piano, lo largo del aposento y acercándose de improviso á Rosa la abrazó sin otro preámbulo.

—Chiton! dijo al ver que esta se levantaba precipitadamente, alarmada por su audacia —Nada temais! Tengo bastante edad, para ser vuestro abuelo... Sois una buena muchacha y os quiero mucho! Ya suben!

En efecto, luego que se hubo echado de un solo salto en su silla, Mr. Brownlow volvió á entrar acompañado de Oliverio, que Mr. Grimwig recibió muy graciosamente y esta satisfaccion del momento hubiera sido por sí sola bastante á Rosa, para recompensar sus desvelos y sus inquietudes, para con su jóven protegido.

—A propósito! hay alguien que no debe ser olvidado! dijo Mr. Brownlow tirando el cordon de la campanilla —Decid á la Señora Bedwin que suba!

La vieja ama de llaves subió en seguida y habiendo hecho una reverencia, esperó en la puerta á que Mr. Brownlow le diera sus órdenes.

—Creo Bedwin que vuestra vista se debilita de dia en dia —dijo éste con tono semi-regañon.

—A mi edad, caballero, no tiene nada de estraño —contestó la buena señora —Los ojos de las personas no mejoran con los años.

—Podria yo decir otro tanto —repuso Mr. Brownlow —pero poneos vuestros anteojos y veamos si adivinais porque os he mandado llamar.

La Señora Bedwin, se puso á registrar en sus faltriqueras para buscar sus anteojos, pero la paciencia de Oliverio no podia estar á prueba contra este nuevo retardo y he aquí porque cediendo al primer impulso de su corazon, se precipitó en los brazos de la buena señora.

—Dios me perdone! —esclamó esta abrazándole —es mi querido pequeñuelo!

—Mi buena Señora Bedwin! —esclamó tambien Oliverio.

—Sabia bien que volveria —repuso la anciana apretándole contra su pecho —Qué hermoso es... y que bien vestido! Parece un señorito! ¿Dónde habeis estado durante este tiempo que me ha parecido tan largo? Ah! siempre su bella carita... pero con todo aun mas pálida... Siempre esos ojos tan dulces, pero mas tristes. Nunca los he olvidado, ni tampoco su sonrisa graciosa. —Dejando que la Señora Bedwin y Oliverio charláran con holgura, Monsieur Brownlow hizo pasar á Rosa á otro aposento y ésta le contó con los mas minuciosos detalles la entrevista que habia tenido con Nancy: lo que le sorprendió é inquietó muchísimo. Despues que le hubo esplicado las razones que la habian impedido hablar de ella, primero á Mr. Losberne, aprobó mucho su prudencia y resolvió tener al instante una conferencia con el doctor. Para lograr pronto la ocasion de ejecutar este designio, se convino que iria al palacio aquella noche misma á las ocho, y que entretanto la Señora Maylie seria informada de todo lo que habia pasado.

La señorita Maylie no habia exagerado la cólera del doctor; pues apenas tuvo conocimiento de la revelacion de Nancy se desató en imprecaciones contra ella y amenazó entregarla á Monsieurs Blathers y Duff. Habia ya tomado su sombrero y se preparaba para ir á encontrar á esos dignos personajes sin considerar cuales podrian ser los resultados de su loco proceder, si Monsieur Brownlow, á pesar de ser tambien muy irrascible, no le hubiese impedido el salir y no hubiese empleado todos los argumentos posibles para hacerle entrar en razon.

—Qué diablos, pues, nos queda que hacer? Será preciso todavía dar las gracias á todos esos vagabundos (machos y hembras) y suplicarles que acepten una centena de libras esterlinas, como una ligera prueba de nuestra estimacion y una débil prenda de nuestra gratitud!

—No digo precisamente esto —contestó Mr. Brownlow sonriendo —pero es preciso obrar con dulzura y con prudencia.

—Dulzura y prudencia! esclamó el doctor —Yo os los enviaré todos á las...

—No digo lo contrario —replicó Mr. Brownlow —y sin duda lo han bien merecido.

Fué muy difícil hacer entrar en razon al doctor, que desde que habia visto á los señores Duff y Blathers parecia tener una confianza sin límites en sus talentos. Pero Mr. Brownlow, habiéndole hecho comprender que de su prudencia dependia la suerte de Oliverio y que un solo paso inconsiderado podia comprometerlo todo y privarle á la vez de la herencia de sus padres y de la esperanza de volver á encontrar su familia, el doctor acabó por conceder que sus arrebatos, podian echarlo á perder todo y que en adelante tendria mas calma. En consecuencia se acordó que los Señores Grimwig y Enrique Maylie formarian parte del comité y que Mr. Brownlow acompañaria á Rosa al puente de Londres, donde debia volver á ver á Nancy; que todo se haria de modo que no se comprometiera á esa desgraciada y que la justicia no seria advertida por temor de que puestos en alerta Nancy no quisiera dar á conocer á Monks.

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