CAPÍTULO XXXIX.

SINGULAR ENTREVISTA Á CONSECUENCIA DE LO ACAECIDO EN EL CAPÍTULO ANTERIOR.

POR fortuna de Nancy, Sikes una vez en posesion del dinero pasó todo el dia siguiente en beber y comer. Esto le ablandó de tal modo el carácter, que no tuvo tiempo ni el antojo de encontrar que decir en la conducta de la jóven.

A medida que el dia avanzaba, la inquietud de ésta aumentó; y cuando al caer la tarde se sentó á la cabecera del bandido esperando con impaciencia que el sueño y la bebida hubiesen amodorrado sus párpados, su rostro estaba tan lívido y sus ojos tan brillantes que el mismo Sikes lo observó con estrañeza.

Este á quien la fiebre habia debilitado, estaba acostado en su cama bebiendo mucho grog para aplacarla y alargaba su vaso á Nancy para que se lo llenára por la tercera ó cuarta vez, cuando esos síntomas le chocaron.

—Mil truenos! qué significa esto? esclamó incorporándose para observarla de mas cerca —Tienes la cara de un aparecido! ¿Qué ocurre de nuevo?

—Qué ocurre? —contestó la jóven... Oh! nada... Por qué me miras así, de reojo?

—A dónde se dirijen todas estas bestialidades! —preguntó Sikes cojiéndole el brazo y sacudiéndola bruscamente. —Qué sucede? qué quiere decir esto? En qué piensas? Ea! habla!

—En muchas cosas Guillermo! —contestó pasando la mano por sus ojos para ocultar su turbacion y estremeciéndose involuntariamente... —Pero Dios mio! Qué hay de estraordinario en ello?

El tono jovial que afectó pronunciando estas últimas palabras, pareció producir en Sikes, una impresion mas fuerte que no lo habia hecho su estremada palidez.

Tranquilizado por el pensamiento de que Nancy podia muy bien tener fiebre, Sikes vació su vaso hasta la última gota; y luego continuando en regañar y jurar, pidió su pocion. La jóven no se lo hizo decir dos veces; se levantó al momento de su silla, derramó el brebaje en una taza (habiendo para ello tenido cuidado de volverse, un poco de espalda) y por si misma le llevó la tasa á los labios hasta que lo hubo bebido todo.

—Ahora —dijo el bandido —ven á sentarte cerca de mi y recobra tu fisonomía acostumbrada, si no quieres que yo mismo le la cambie, de modo que no la reconozcas cuando se te antoje mirarte en el espejo.

Esta obedeció y Sikes cojiéndola la mano la tuvo estrechamente cerrada en la suya no dejándo de contemplarla atentamente. Luego volvió á recostarse en la almohada. Sus ojos se cerraron, y despues volvieron á abrirse; tornaron á cerrarse y á abrirse de nuevo. Se removió en su lecho y cambió muchas veces de posicion, como si hubiese estado incómodo y en seguida se amodorró por intervalos repetidos en el espacio de algunos minutos, estremeciéndose de tanto en tanto y mirando con aire estraviado á su alrededor. De pronto quedó inmóvil en la postura de una persona que vá á levantarse y luego se durmió con un sueño soporífico. Su mano soltó la de Nancy y cayó con flojedad sobre el lecho.

—El láudano ha producido al fin su efecto! —murmuró Nancy separándose inmediatamente del lecho. —Tal vez será ya tarde!

Diciendo estas palabras se puso con presteza el sombrero y el chal y mirando con espanto á su alrededor, como si á pesar del brebaje que habia administrado al ladron esperase á cada momento sentir sobre su espalda la presion de su mano ruda, despues inclinándose, cautelosamente sobre el lecho, imprimió un beso en los labios de Sikes y desapareció con la celeridad del rayo.

Al estremo de un pasaje que debia atravesar para llegar á una de las calles principales de Londres, un watchman, cantó las diez y media.

—Hay mucho tiempo que ha sonado la media? —preguntó Nancy.

—Dentro un cuarto de hora darán las once! —respondió el sereno levantando su farol para ver el rostro de la jóven.

—Las diez y tres cuartos ya! y necesito aun mas de una hora para llegar allí! dijo á sí misma Nancy continuando su camino con una celeridad sin igual.

—Esta mujer está loca! —decia la gente mirándola correr de tal modo á lo largo del malecon.

En una calle elegante y tranquila de los alrededores de Hyde-Park estaba situado un palacio magnífico. En el momento que Nancy descubrió la brillante luz del reverbero colocado ante la puerta dieron las doce en el reló de una iglesia vecina. Habia contenido su marcha incierta de si debia avanzar ó retroceder, pero habiéndola decidido el sonido de la campana, entró en el vestíbulo. Al ver vacante el asiento del portero, miró con ademan inquieto en torno suyo y se dirijió hácia la escalera.

—Qué se os ofrece jóven? —preguntó una camarera vestida con elegancia, entreabriendo una puerta trás de Nancy. A quién buscais aquí?

—Una señorita que está en esta casa —respondió la jóven.

—Una señorita! —replicó la otra con desden. —Qué señorita, si os place?

—La señorita Maylie. —dijo Nancy.

La jóven camarera que durante este corto diálogo habia notado el talante de aquella, se contentó con mirarla de los piés á la cabeza é hizo señal á un lacayo para que se encargára de continuarlo. Nancy manifestó á este último el motivo de su visita.

—De parte de quién? —preguntó el criado —que nombre debo decir?

—El no es necesario. —replicó Nancy.

—Ni tampoco el motivo que os trae aquí? —preguntó el hombre.

—Tampoco; no vale la pena —respondió la jóven —es preciso que yo vea á esa señorita.

—Largo de ahí! —replicó el hombre empujándola hácia la puerta —conocemos estos colores! afuera!

—Si salgo de aquí, será porque me llevaréis vos. —dijo vivamente Nancy y os juro que sois poco dos para ello. No hay pues aquí nadie —prosiguió paseando sus miradas alrededor de la sala —nadie que quiera encargarse de una comision para una pobre jóven como yo?

Nancy tuvo que vencer muchas dificultades para llegar hasta Rosa; porque los criados del palacio creian deshonrarse accediendo á sus súplicas. Las criadas la insultaban y los lacayos la miraban con aire de compasion creyéndola una mendiga. Al fin una buena alma de cocinero vino á su socorro y acabó por determinar al ayuda de cámara, á que se dignase ir á avisar á la señorita Maylie; y aun que el orgullo de este se considerase manullado quiso ser condescendiente á la recomendacion de un cofrade.

Al cabo de pocos instantes Nancy oyó un ligero ruido.

Levantó los ojos lo suficiente para notar que la persona que se presentaba, era jóven y hermosa.

Trabajo cuesta el llegar hasta vos señorita! —dijo sacudiendo la cabeza con ademan de indiferencia. —Si ofendida, me hubiese marchado, (como lo hiciera cualquiera otra en mi lugar), algun dia lo hubierais deplorado mucho; pues no faltará motivo.

—Siento en el alma que se os haya recibido mal —contestó Rosa —olvidadlo y decidme que causa os ha incitado el deseo de verme; yo soy la persona que pedís.

El tono amable de esta respuesta, la voz dulce de Rosa y sus maneras afables, exentas de orgullo, llenaron de asombro á la jóven, que prorrumpió en llanto.

—Oh! Señorita —dijo juntando sus manos en ademan suplicante —si hubiera mas personas cual vos, habria menos cual yo; esto es muy cierto!

—Sentaos. —dijo Rosa conmovida —me oprimís el corazon. Si estais en la miseria ó en la afliccion, tendré un gran placer en aliviaros, si está en mi mano. Sentaos...

—Permitid que permanezca en pié señorita —dijo la jóven —y no me hableis con tanta bondad hasta que me conozcais mejor. Empieza á hacerse tarde... Esa puerta está cerrada?

—Sí; —contestó Rosa retrocediendo algunos pasos á fin de encontrarse, en mejor posicion para pedir socorro en caso de necesidad —¿Por qué me haceis esta pregunta?

—Por qué? —dijo la jóven —porque estoy á punto de poner mi vida y la de muchos otros entre vuestras manos. Yo soy la que llevó al pequeño Oliverio á la casa de Fagin el judío, la misma noche que este desapareció de Pontowille.

—Vos! esclamó Rosa.

—Yo misma. Yo soy la criatura infame de que habeis oido hablar; que vivo entre los ladrones y que hasta donde alcanza mi memoria (es decir desde mi mas tierna infancia); no he conocido otra existencia preferible á la que ellos me han procurado ni palabras mas dulces que las que ellos me han dirijido: así pues, que Dios tenga piedad de mí! No teneis que disimular el horror que os inspiro... Soy mas jóven de lo que se cree al verme; pero sé bien el efecto que produce mi presencia: las mujeres mas miserables se alejan de mi cuando paso cerca de ellas en la calle.

—De que cosas horribles venís á ocuparme! —esclamó Rosa retrocediendo involuntariamente.

—Dad gracias al cielo, mi buena señorita. —continuó Nancy

—de que os haya proporcionado amigos que han tenido cuidado de vos en vuestra infancia y que no ha permitido fuerais espuesta al frio, al hambre, á la crápula, á la borrachera y algo peor que todo esto, como lo he sido yo, como quien dice, desde mi cuna: porque los callejones y los arroyos han sido mi patrimonio, moriré en ellos como en ellos he vivido.

—Os compadezco! —dijo Rosa con voz conmovida. —Vuestras palabras, me desgarran el corazon.

—Que Dios os bendiga por vuestra bondad! —repuso la jóven —Si supierais lo que he esperimentado alguna vez, me compadeceríais con mayor razon. Pero, he escapado á la vigilancia de los que me asesinarian indudablemente, si supieran que he venido aquí para deciros lo que he oido. ¿Conoceis á un individuo llamado Monks?

—No; —dijo Rosa.

—El os conoce mucho á vos —replicó la jóven —y sabe que viviais aquí pues por él he descubierto yo vuestra direccion.

—No conozco á nadie de ese nombre —dijo Rosa.

—Entonces probablemente es un nombre fingido —como lo he sospechado alguna vez —prosiguió la jóven. —Hace algun tiempo (pocos dias despues que Oliverio fué introducido por aquella ventanilla en la casa que habitabais en Chertsey, la noche en que debian robaros), como tenia sospechas sobre ese hombre, escuché una conversacion que tuvo con Fagin en la obscuridad. Por lo que oí, supe pues que Monks el hombre que creia que vos conociais, ya sabeis?...

—Sí, sí; —dijo Rosa, comprendo.

—Supe pues que Monks, habia visto por casualidad á Oliverio, con dos de nuestros muchachos el dia mismo que lo perdimos por primera vez, y que al momento lo habia reconocido por ser el niño que buscaba, (aunque no pueda darme cuenta del porque). Fué concluido entre ellos un tratado por el que, si Fagin volvia á apoderarse de Oliverio, recibiria cierta cantidad de dinero y que recibiria otra mayor si lograba hacer de ese niño un ladron lo que (por razones que ignoro) Monks pareció desear vivamente.

—Con qué fin? —preguntó Rosa.

—Esto es lo que yo no sé. —contestó la jóven —Cuando me inclinaba para oir mejor apercibió mi sombra en la pared, (otras muchas en mi lugar no hubieran podido escaparse tan diestramente sin ser vistas), pero afortunadamente, me retiré inapercibida, y desde entonces no volví á verle hasta ayer noche.

—Y qué pasó entonces?

—Voy á decíroslo, señorita. La noche pasada volvió y Fagin lo llevó al piso superior como la vez primera. Como la vez primera escuché tambien á la puerta y oí á Monks que decia: —Ya veis, las únicas cosas que hubieran podido servir para probar la identidad de este niño, están en el fondo del rio; y la vieja sibila que las recibió de la madre, hace largo tiempo que ha muerto y sus huesos están podridos dentro de su ataud. —Entonces, se pusieron á reir ocupándose, del buen écsito del asunto; y cada vez que Monks hablaba de Oliverio montaba en cólera y decia que á pesar de haberse asegurado el dinero de ese diablillo, hubiera preferido apoderarse de él de otro modo. Porque decia, que buena farza hubiera sido la de anular el testamento del padre arrastrando por todas las prisiones de Londres, á aquel de quien es objeto y que hacia su gloria y luego conduciéndole al patíbulo por un crímen capital! Esto podeis hacerlo aun, Fagin, despues de haber sacado de él toda ventaja en vuestro provecho.

—Dios mio! que es lo que quiere decir todo esto —esclamó Rosa.

—La verdad señorita aunque salga de mis labios —replicó Nancy. Luego añadió con juramentos horribles (familiares á mis oidos, pero enteramente estraños á los vuestros), que si pudiese satisfacer su ódio, acabando con la vida de ese niño sin comprometer la suya, lo haria sin escrúpulo; pero que puesto que tal cosa era imposible, haria los medios para poner trabas á todas sus acciones y dañarle en mas de un caso, y que si Oliverio, intentaba algun dia sacar partido de su nacimiento y de su historia, sabria bien impedírselo: —En fin, Fagin añadió, por muy judío que seais jamás habeis empleado medios semejantes á los que yo voy á poner en práctica para atraer en el lazo á mi hermano Oliverio.

—Su hermano! —esclamó Rosa.

—Estas fueron sus propias palabras —dijo, Nancy mirando con inquietud á su alrededor. (lo que no habia dejado de hacer desde el momento que empezó á hablar; porque la imágen de Sikes la atormentaba contínuamente.) Mas ha dicho: cuando se le ha ofrecido hablar de vos y de la otra señora ha manifestado que era necesario que el cielo ó el infierno se hubiesen mezclado en el asunto, para haber hecho caer Oliverio entre vuestras manos; despues soltó una carcajada y observó que la casualidad, le habia servido aun bien en tal circunstancia —porque, añadió, nombrándoos), que millares de libras esterlinas no daria ella misma, si las tuviera; por saber quien es este perrito faldero que la sigue por todas partes de dos patas!

—Es posible! dijo Rosa palideciendo —Esto no ha podido decirlo sériamente ¿No es cierto?

—Si jamás hombre alguno ha hablado sériamente, fué él en aquel momento —replicó Nancy... No es hombre para chancearse cuando está excitado por la rábia. Conozco algunos que lo hacen peor que él, pero quisiera mas oirles doce veces que él una... Se hace tarde y quiero llegar á casa, sin que se sospeche de que he venido aquí; es preciso pues que me vuelva al momento.

—Pero qué haré yo? —dijo Rosa —Cómo sin vos podré utilizar la revelacion que acabais de hacerme? Volveros! Cómo podeis desear reuniros otra vez con compañeros que pintais con colores tan horribles? Si quereis repetir lo que acabais de decirme á un caballero que está allí, en el aposento vecino, en menos de media hora os conducirá á un sitio donde estareis en seguridad.

—Deseo marcharme —dijo la jóven. Es preciso que me vaya; porque... (como podria confesar tales cosas á una señorita virtuosa cual vos!) porque entre esos hombres de quienes os he hablado hay uno, (tal vez el mas malo y el mas determinado de todos ellos), que yo no puedo dejar... no; aun que fuera para arrancarme de la vida que ahora llevo!

—La sensibilidad que habeis demostrado ya en otra ocasion, tomando el partido de ese querido niño —dijo Rosa —la generosidad de que habeis dado prueba ahora viniendo, con peligro de vuestra vida á decirme lo que habeis oido —vuestras maneras, que me son un garante seguro de la verdad de vuestras palabras, el arrepentimiento evidente y el sentimiento interior de vuestra vergüenza, todo me inclina á creer que podriais aun reformaros... Oh! continuó Rosa juntando las manos mientras que las lágrimas corrian de sus ojos —no rechazeis las solicitudes de una persona de vuestro sexo, la primera, sin duda que jamás os haya hablado con dulzura y compasion! No rehuseis escucharme y dejaos volver al sendero del honor y de la virtud.

—Oh! buena señorita! esclamó Nancy precipitándose á los piés de Rosa —ángel de ternura y de bondad! vos sois en efecto la primera que me ha hecho escuchar estas palabras de consuelo que me penetran el corazon, y si yo las hubiera oido mucho tiempo antes, ellas hubieran podido sacarme del vicio en que estoy sumergida; pero ahora es demasiado tarde! demasiado tarde!

—Nunca es tarde para el arrepentimiento —dijo Rosa.

—Es demasiado tarde! esclamó Nancy torciéndose los brazos en la agonía de la desesperacion... Al presente no puedo abandonarle! No; no quiero ser la causa de su muerte!

—Por qué seriais la causa de su muerte? preguntó Rosa.

—Nada podria salvarle —prorrumpió la jóven —si declaraba á otros lo que acabo de deciros y si los ponian presos á todos; él no podria librarse. Es el mas atrevido y el mas intrépido de la cuadrilla... y ha cometido acciones tan atroces!...

—Es posible —dijo Rosa —que por tal hombre renuncieis á una libertad verdadera y á la esperanza de un porvenir mejor? Esto es una locura inconcebible!

—Yo propia ignoro lo que esto es —replicó la jóven —Todo lo que sé es que esto no pasa á mí sola y que hay otras muchas tan viciosas y tan miserables como yo que piensan del mismo modo. —Es preciso que me marche! Que ello sea voluntad del cielo ó castigo del mal que he hecho, es de lo que no puedo darme cuenta á mi misma; pero soy atraida hácia ese hombre á pesar de su brutalidad para conmigo y creo que lo seria tambien aunque supiera que tengo que morir de su mano.

—Qué hacer? —dijo Rosa. —Yo no deberia dejaros marchar así.

—Vos no me detendréis, estoy de ello segura! —repuso la jóven, —no lo haréis, porque me he fiado en vuestra bondad y no he exijido de vos promesa alguna, como hubiera podido hacerlo.

—Entónces de que me servirá la revelacion que me habeis hecho? —preguntó Rosa —Por el interés de Oliverio á quien deseais servir, este misterio debe ser aclarado.

—Paréceme que podriais contar esto, bajo el sello del secreto á algun caballero, amigo vuestro quien os dirá lo que teneis que hacer, repuso Nancy.

—Pero dónde os encontraré cuando sea necesario? preguntó Rosa —No pretendo saber donde habitan esas personas horribles; pero aun tengo necesidad de volveros á ver otra vez.

—Me prometeis guardar fielmente el secreto y venir sola ó al menos acompañada únicamente de la persona que estará en la intimidad? preguntó la jóven —Puedo confiar en que no seré espiada ó seguida?

—Os lo juro! —respondió Rosa.

—Todos los domingos desde las once hasta las doce de la noche —dijo Nancy sin vacilar —me pasearé por el puente de Londres... si existo!

—Todavía una palabra! —dijo Rosa, al ver á la jóven que se preparaba para marcharse —Reflecsionad aun una vez en el horror de vuestra posicion y en la ocasion que se os presenta de libertaros de ella. Teneis derecho al interés que os demuestro, no solo por haber venido aquí voluntariamente para hacerme esta revelacion, sino tambien porque, estais perdida mas allá de toda esperanza. Volveréis á esa cuadrilla de ladrones y á ese hombre que os maltrata tan cruelmente, cuando una sola palabra basta para salvaros? Cuál es pues ese encanto que os impele á pesar vuestro á la desgracia y al crímen? No hay en vuestro corazon una cuerda que pueda yo tocar? No queda en él pues ningun sentimiento al cual pueda yo llamar contra ese fatal prestigio?

—Cuando las jóvenes señoritas tan hermosas y tan buenas como vos, entregan su corazon —replicó Nancy con firmeza —el amor las impele algunas veces muy lejos, aun aquellas que como vos tienen padres, amigos y admiradores para distraerlas. Pero cuando las jóvenes desgraciadas que como yo no tienen otro hogar que la tumba, ni otro amigo para visitarlas en sus enfermedades, ó en la hora de la muerte que el enfermero del hospital, dan su corazon á un hombre que les hace las veces de los padres y de los amigos, que han perdido ó les han faltado durante todo el curso de su miserable existencia, quién puede esperar curarlas? Tenednos lástima, señorita, de alimentar en nuestro corazon un sentimiento que la justicia divina condena y los hombres reprueban.

—Aceptaréis de mí al menos algun dinero, que os proporcione vivir sin deshonor, hasta que volvamos á vernos? —dijo Rosa despues de un momento de silencio.

—Ni un sueldo —contestó la jóven.

—No rechazeis el ofrecimiento que os hago de ayudaros! dijo Rosa con bondad —Deseo seros útil; os lo aseguro.

—Me hariais un beneficio mas grande —repuso Nancy con el acento de la mayor desesperacion —si pudierais arrancarme la vida de un solo golpe; porque jamás como esta noche he sentido todo el horror de mi situacion y me seria muy grato no morir en el mismo infierno en que he vivido! Que Dios os bendiga, buena señorita y que él derrame sobre vuestra cabeza tanta felicidad, como deshonra y oprobio ha derramado sobre la mia!

Habiendo pronunciado estas palabras entrecortadas la desdichada criatura, se marchó.

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