CAPÍTULO XLI.

UNA ANTIGUA RELACION DE OLIVERIO DANDO PRUEBAS DE UN GENIO SUPERIOR, LLEGA Á SER UN PERSONAJE PÚBLICO EN LA METRÓPOLI.

EL dia mismo en que Nancy fué á encontrar á Rosa Maylie, despues de haber dado á Sikes un brevaje suporífico; dos personas que el lector tiene ya conocidas; pero con las cuales (para mayor inteligencia de esta historia) debe reanudar las relaciones, marchaban hácia Londres por la carretera del Norte.

Estos dos viajeros eran un hombre y una mujer (tal vez seria mejor decir un macho y una hembra). El primero de cuerpo largo y endeble, iba montado sobre altas piernas y tenia una de esas fisonomías huesosas, á las cuales es muy difícíl designar ninguna edad exacta; era en fin uno de esos séres que parecen ya viejos cuando son aun jóvenes y que parecen niños cuando empiezan á entrar en edad. La mujer podia tener diez y ocho ó veinte años; pero estaba sólidamente desarrollada y era necesario que fuera así, á juzgar por el paquete enorme que llevaba sobre su espalda sujeto con correas. El de su compañero envuelto en un pañuelo azul y pendiente al estremo de un palo formaba un volúmen muy pequeño.

—Andarás tú? Qué posma eres Carlota!

—Este paquete es pesado como un diablo!

—Pesado! Qué bestialidad! Para qué sirves pues? —dijo aquel cambiando de espalda su paquetillo. —Vaya! Hete aquí otra vez plantada!

—Queda aun mucho trecho? —preguntó la mujer.

—Si queda trecho? Tienes telarañas en los ojos! amor mio! No ves desde aquí las luces de Londres?

—Todavia quedan desde aquí dos millas!

—Y qué! Qué tenemos? Aun que haya dos ó veinte... replicó Noé Claypole (porque era el mismo)... Ea! levántate y al avío sino quieres que con un punta pié te haga entrar en calor.

Como la nariz del Señor Claypole naturalmente colorada se habia vuelto purpúrea de cólera y como se adelantaba hácia Carlota, ésta se levantó sin decir palabra y se puso en marcha.

Carlota fatigada, molida, no pensaba mas que en pararse. A cada momento preguntaba si Noé se detendria pronto papa pasar la noche. Pero maese Claypole era antes que todo hombre prudente; habia formado sus planes y temia los alojamientos que podia proporcionarle su muy graciosa Magestad Británica; por eso desconfiaba de toda posada situada demasiado cerca de la carretera; tenia una preferencia marcada por los barrios mas apartados. Sowerberry se le aparecia como la sombra de Banco. [5] En medio de todos sus temores, no dejaba por ello de hacer sentir su superioridad á Carlota. Esta reconocia y agradecia á su adorado, la confianza ilimitada, que le habia dispensado, dejándola todo el dinero que se habian llevado de la casa de Sowerberry! Pero esta confianza, no era mas que la consecuencia del sistema de prudencia de maese Claypole; habia temido comprometerse en el caso de ser perseguidos y el dinero hallándose únicamente sobre de ella, hubiera podido protestar de su inocencia y escapar tal vez de las manos de la justicia.

Noé, arrastrando trás si á Carlota, ya suavizaba el paso en la esquina de una de esas calles que recorria con los ojos en toda su estension, para ver si descubriria la muestra de alguna modesta posada, ya arrecial á la marcha, si temia que el sitio fuera demasiado público para él. Al fin se paró ante una taberna mas súcia y mas miserable en la apariencia que todos los que habia visto hasta entonces y despues de haber examinado escrupulosamente su exterior anunció graciosamente á Carlota su intento de pesar en ella la noche.

—Con que dame ese paquete —dijo desatando las correas pasadas al rededor de las espaldas de Carlota y cargándoselo sobre sí —y cuida de no abrir el pico que yo no te dirija la palabra! Cuál es la muestra de la casa? A... l... o... s.. á los t... r... e... s. tres á los tres... á los tres que? preguntó.

—A los tres cojos —dijo Carlota.

—A los tres cojos? repitió, Noé —No es del todo bestia que digamos esa muestra! Tú, sígueme... y no te olvides de lo que te he recomendado! —dichas estas palabras empujó la puerta con su espalda y entró seguido de Carlota.

Solo habia en el mostrador un jóven judío, quien con los dos codos apoyados sobre la mesa, estaba ocupado en leer un periódico grasiento. Miró fijamente á Noé y éste le inspeccionó del mismo modo.

Si Noé hubiese llevado su traje de la escuela de Caridad, el aire de sorpresa con que le miraba el judío no hubiera parecido extraordinario; pero como llevaba una blusa puesta sobre su vestido, parece que nada habia en él capaz de llamar hasta este punto la atencion en una taberna.

—No es aquí la posada de los tres cojos? preguntó Noé.

—Esta es la muestra de esta casa —respondió el judío.

—Un caballero que hemos encontrado en el camino nos ha recomendado vuestra casa —dijo Noé haciendo un guiño á Carlota, no solo para que advirtiera la sutileza de su espíritu, si que tambien para advertirla que no dejára escapar ninguna señal de sorpresa. —Podrémos tener una cama para esta noche?

—Diré abajo si hay alguna desocupada... contestó Barney que era el mozo de esta casa —voy á informarme.

—Conducidnos á la sala y servidnos un plato de fiambre y una pirta de cerveza mientras esperamos —dijo Noé.

Barney despues que los hubo introducido en una salita baja les llevó en seguida lo que le habian pedido, avisándoles al propio tiempo de que podrian pasar allí la noche y que iban á prepararles una cama; despues de lo cual se retiró.

Esto aposento estaba situado de modo que cualquiera conocedor de la casa podia por medio de un pequeño vidrio colocado en un ángulo, ver desde la sala de entrada todo lo que pasaba en ella sin peligro de ser visto y aplicando el oido en dicho punto era fácil oir lo que en ella se decia. Habia cinco minutos que el amo de la casa tenia el ojo pegado al vidrio, prestando oido al mismo tiempo á la conversacion de nuestros dos viajeros y Barney acababa cabalmente de desembucharles la respuesta ante dicha, cuando Fagin entró para informarse, si habia visto á algunos de sus jóvenes educandos.

—Chit... hizo Barney colocando el dedo sobre sus lábios —hay dos personas en la salita.

—Dos personas! repitió el viejo en voz baja...

—Dos buenas piezas... como hay Dios! añadió Barney —Llegan de la campiña. —A fé mia es género de vuestro gusto ó yo soy un bestia.

Esta noticia interesó en gran manera á Fagin. Subió sobre un taburete, aplicó el ojo al vidrio y pudo divisar á maese Claypole comiendo su fiambre y bebiendo su cerveza en compañia de Carlota.

—Ah! ah! —dijo en voz baja Fagin volviéndose hacia Barney —El aire de ese mozalvete me satisface del todo! Nos será útil, estoy de ello cierto! Comprende á las mil maravillas el modo de llevar á buen fin los negocios! No muevas ruido Barney; que oiga lo que dicen!

El judío aplicó de nuevo el ojo al vidrio, reprimiendo su respiracion para oir mejor y el aspecto de su fisonomía en este momento era del todo satánico.

—Estoy resuelto; quiero ser un señor! dijo maese Claypole alargando sus piernas y concluyendo una conversacion empezada antes de llegar Fagin. No quiero hacer mas ataudes... estoy harto de ellos! pero quiero llevar una vida regalona y si tu quieres Carlota, serás tambien una señora!

—No pediria otra cosa mejor Noé —contestó esta —pero no se encuentran todos los dias alcancias que vaciar.

—Ba! dijo Noé... Algo mas que alcancias hay para vaciar!

—¿Qué quiéres decir? preguntó Carlota.

—Hay faltriqueras, ridículos, casas, coches, el Banco mismo... y que se yo que mas! dijo Noé escitado por el porter.

—Pero tu no puedes hacer todo esto Noé?

—Procuraré asociarme con otros, si hay medio y no tendrán inconveniente en emplearnos de una manera ó de otra... Tu sola vales cincuenta mujeres!

—Oh! que gusto me dá el oirte hablar así —esclamó la muchacha imprimiendo un gordo beso sobre el rostro feo de su compañero.

—Bien, basta ya con esto!.... no te exaltes demasiado por temor de disgustarme, dijo Noé rechazándola con gravedad —Quisiera ser el capitan de alguna cuadrilla... Os los llevaria, á las mil maravillas... y me enmascararia para acecharles... Oh! Esto me convendria bastante!... Y con tal que pudiera encontrar algunos caballeros de ese género, digo que valdria mas que la bicoca de las veinte libras que has soplado á Sowerberry, tanto mas que ni uno ni otro sabemos como deshacernos de ellas.

Despues que maese Claypole hubo manifestado su opinion en tales términos, miró el jarro de cerveza con aire deliberado; y habiendo sacudido su contenido hizo una señal de inteligencia á Carlota y bebió un trago que pareció refrescarle completamente. Se disponia á beber otro, cuando fué interrumpido por la repentina llegada de un estranjero. Este estranjero no era otro que Mr. Fagin quien haciendo un saludo gracioso acompañado de una sonrisa amable al pasar por frente nuestros dos viajeros, se sentó á una mesa cerca de ellos y pidió al astuto Barney que le sirviera algo de beber.

—Hermosa noche á fé mia; si bien algo helada atendida la estacion —dijo Fagin frotándose las manos —Caballero á lo que parece llegais de la campiña?

—Cómo podeis saberlo? —preguntó Noé.

—No tenemos en Londres tanto polvo como el que miro —contestó Fagin señalando con el dedo los zapatos de Noé.

—Teneis á mi ver el aire de un perillan —dijo Noé —Ha!.. ha! ha!

—No se puede menos de serlo en una ciudad como esta.

Acompañó esta observacion, con un golpecillo sobre su nariz dado con el index de su mano derecha; gesto que Noé quiso imitar pero hizo pífia, á causa de la poca tela que el suyo ofrecia en esta parte de su rostro. Fagin satisfecho de la intencion, compartió liberalmente con nuestros dos amigos el licor que Barney habia traido.

—Esto es añejo —observó Noé haciendo castañear sus lábios.

—Si; pero es caro! dijo Fagin... Un hombre necesita vaciar bolsillos, ridículos, casas, carruages y hasta el Banco, si quiere beber de ello en todas sus comidas.

A tales palabras Noé se dejó caer en el respaldo de su silla y miró alternativamente á Fagin y á Carlota.

—No os asusteis querido! —dijo Fagin acercándose á Noé —Ha! ha! Ha sido mucha fortuna que haya sido yo solo quien os ha oido, por la mayor de las casualidades.

—Yo no he sido el que ha sillado la bicoca! balbuceó Noé no alargando ya sus piernas como un hombre independiente sino encajándolas lo mejor que pudo bajo su silla; ella es la que ha dado el golpe. Todavía la tienes sobre de tí, Carlota; no puedes decir lo contrario.

—Querido, poco importa quien ha dado el golpe ó quien tiene el dinero! replicó el judío fijando con todo sus ojos de alcon sobre la jóven y sobre los dos paquetes —Yo mismo soy de la partida y por eso os quiero mas.

—De qué partida queréis hablar? preguntó maese Claypole algo mas tranquilo.

—Del mismo ramo de comercio —contestó Fagin. Igualmente todas las personas de la casa. Habeis caido aquí como Marzo en cuaresma querido! No hay en Londres un sitio mas seguro que los tres cojos... sobre todo si os tomo bajo mi proteccion... Y como vos y esa jóven me inspirais interés, podeis tranquilizaros; os aseguro que nada hay que temer.

Noé Claypole hubiera debido tranquilizarse en efecto, despues de esta seguridad; pero si su espíritu estaba mas desahogado, no sucedia así con su cuerpo porque se torcia de mil maneras en su silla y tomó diferentes posiciones á cual mas estravagantes, mirando, entretanto á su nuevo amigo con aire á la vez desconfiado y temeroso.

—Os diré mas —continuó el judío despues de haber logrado tranquilizar á la jóven á fuerza de movimientos de cabeza y de protestas de amistad; tengo un buen amigo que podrá satisfacer el deseo que acabais de manifestar lanzándoos en el buen camino; con el bien entendido de dejaros libre para escojer de pronto el ramo que mejor os convenga, reservándose solo el cuidado de enseñaros los otros.

—Decís esto como si hablárais sériamente? —repuso Noé.

—No veo porque me burlaria —dijo el judío encojiéndose de hombros. —Venid conmigo á la puerta para que os diga una palabra á solas.

—No es necesario que nos desordenemos —dijo Noé alargando de nuevo sus piernas; podeis decirme esto mientras que ella va á llevar los paquetes arriba. Carlota! vé á procurar que esos paquetes se coloquen en el aposento donde debemos dormir.

Carlota se hizo un deber en obedecer y Noé abrió la puerta para facilitarla el paso y verla salir; despues de lo cual volvió á sentarse.

—He! ya veis como os la hago marchar! —dijo con el tono de un domador que hubiese amansado un animal feroz.

—Bravo! —contestó Fagin dándole un golpecillo sobre la espalda; —sois un génio, querido!

—Seguramente y por esto he resuelto venir á Londres —replicó Noé —Pero harémos bien en no perder el tiempo, porque ella no tardará á volver.

—Teneis razon. Al caso —dijo el judío —Ea; veamos! si mi amigo os gusta ¿creéis que será lo mejor asomaros con él?

—Hace buenos negocios? Este es el quid del asunto! preguntó Noé guiñando sus ojuelos.

—Los hace escelentes —respondió el judío —ocupa una multitud de manos y tiene á su servicio los trabajadores mas hábiles y mas distinguidos de la profesion.

—Como si dijéramos maestros obreros, he? preguntó al señor Claypole.

Luego el judío y su nuevo asociado se pusieron á pasar revista á todos los modos de robar conocidos y desconocidos. A cada proposicion, Noé encontraba siempre que objetar: ya el género de comercio era demasiado peligroso, porque, ya como tenemos dicho la bravura no entraba en las cualidades dominantes de este héroe; ya no redituaba lo bastante y la rapacidad de maese Claypole no se encontraba satisfecha; y si algo habia difícil de satisfacer, era esta rapacidad; porque si el tal Claypole hubiese sido dividido en dos partes creemos que la gula se hubiera apoderado de todo el lado derecho y la avaricia del izquierdo al lado del corazon. Al fin encontró un género de ocupacion á su gusto: quedó convenido que se dedicaria á la caza menuda.

—Qué se entiende por esto? preguntó.

—La caza menuda son los chicuelos, que van por recados. Cuasi siempre llevan en la mano un cheling ó una pieza de seis sueldos, se les hace la zanjadilla, se toma su dinero y se sigue el camino!

—Ah! ah! hé aquí mi negocio!

—Con que, queda convenido, dijo Noé, viendo que Carlota acababa de entrar. Mañana á qué hora?

—A las diez, os parece bien? preguntó el judío. —Y en cuanto maese Claypole hubo hecho una señal de cabeza afirmativa añadió. Con qué nombre hablaré de vos á mi amigo?

—Mr. Bolter —contestó Noé que habia previsto la pregunta y estaba preparado para responder —Mr. Mauricio Bolter. Os presento á la señora Bolter —prosiguió señalando á Carlota.

—Muy servidor de la Señora Bolter! —dijo Fagin haciendo un saludo grotesco. Espero que antes de poco tendré la satisfaccion de conocerla mejor.

—Oyes lo que te dice este caballero, Carlota?

—Si Noé! —contestó la Señora Bolter alargando su mano á Fagin.

—Me llama Noé, por via de cariño —dijo Mr. Mauricio Bolter (antes de ahora Noé Claypole), dirijiéndose á Fagin. ¿Comprendeis?

—Si, si comprendo... perfectamente —contestó el judío diciendo por esta vez la verdad. Buenas noches! Buenas noches!

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