CAPÍTULO XLII.

Él CAMASTRON SE ENREDA EN UN MAL NEGOCIO.

CON qué vuestro amigo erais vos mismo? —dijo maese Claypole al presente Bolter, cuando de resultas de sus convenios fué á habitar el dia siguiente en casa el judío; —ayer cuasi lo hubiera dudado.

—Todo hombre para sí mismo es su propio amigo —contestó el judío con una sonrisa significativa —en ninguna parte puede encontrar otro mejor.

—Escepto con todo algunas veces —dijo Mauricio Bolter —dándose humos de un hombre de mundo. Ya sabeis que hay personas, que son sus propios enemigos.

—No lo creais —replicó el judío —Cuando un hombre es su propio enemigo, lo es únicamente porque cuida mas de los intereses de los otros que del suyo propio... Ba!.. Esto es bestialidad!.. y además nada natural.

—Esto es aun verdad! dijo Mr. Bolter, con aire pensativo —oh! sois un viejo maligno!

Mr. Fagin vió con cierto placer la impresion que habia producido sobre maese Bolter. Para aumentar su efecto, le instruia del estado de sus negocios y de sus operaciones de comercio mezclando tan bien la ficcion con la verdad, que el respeto y el temor que habia inspirado á ese digno mozalvete aumentaron visiblemente.

—La confianza mútua, que nos tenemos unos á otros es la que me consuela y me indemniza de las pérdidas dolorosas que sufrió algunas veces —prosiguió Fagin. Mi mejor dependiente mi brazo derecho me fué arrebatado ayer mañana.

—Sin duda quereis decir que ha muerto?

—No; no tan mal como esto... seguramente no tan mal.

—Qué ha podido pues acontecerle?

—Han tenido necesidad de él; han juzgado oportuno retenerle.

—Tal vez para negocios importantes?

—No; pretenden que le han visto meter la mano en el bolsillo de un caballero. Lo han registrado á pretexto de justicia y han encontrado sobre de él una caja de tabaco de plata... la suya querido mio... la suya propia; porque adoraba el tabaco de polvo y lo tomaba ordinariamente. Lo han guardado hasta hoy, pretendiendo conocer el individuo á quien pertenece esa baratija. Ah! valia él cincuenta cajas como aquella... y yo daria si estuviera en mi mano el valor de ella con la satisfaccion mayor, con tal de volverle á ver á mi lado. Quisiera que hubierais conocido al Camastron, querido mio; quisiera que lo hubierais conocido!

—Puede esperarse que lo conoceré.

—Ah! lo dudo mucho —replicó el judío con un suspiro. —Si no obtiene nuevas pruebas en apoyo de esta acusacion, no será gran cosa y él volverá dentro seis semanas ó dos meses lo mas tarde; de otro modo estarán en el caso de enviarlo al seminario como pensionista. Conocen demasiado lo que vale y harán de él un pensionista.

—Qué entendeis por seminario y pensionista? preguntó maese Bolter —A qué viene hablarme en gringo ya que no lo comprendo?

Fagin iba á traducirle en lenguaje vulgar estas espresiones misteriosas y rebuscadas y maese Bolter hubiera sabido entonces que la combinacion de estas palabras seminario y pensionista significaban condena perpétua, cuando el diálogo fué interrumpido por la llegada de Bates que entró con ademan contrito y las dos manos metidas en las faltriqueras.

—Se acabó! —dijo.

—Qué quiéres decir? —preguntó Fagin con voz temblorosa.

—Han encontrado al caballero dueño de la caja de polvo. Dos ó tres testigos por añadidura han venido á engrosar la acusacion y el pobre Jac... está registrado para un pasaje á lo lejos: Fagin necesito un traje de luto y un crespon en mi sombrero, para ir á visitarle antes de su partida. Pensar que Jaime Dawkins el Camastron el fino Camastron será deportado por una mala caja de polvo, valor dos sueldos y medio!.. Jamás hubiera creido que debiera hacer este viaje á no ser por un reló de oro con su cadena y los colgajos. Oh! por qué no ha desvalijado á algun viejo ricote! Habia dado que hablar de él y al menos hubiera partido como un caballero en vez de separarse de nosotros sin honor y sin gloria como un miserable pelafustan.

Con esto maese Bates dando libre curso á su dolor, se dejó caer en una silla y permaneció silencioso por algunos momentos.

—Y qué entiendes tu por ello, cuando dices que nos deja sin honor y sin gloria? preguntó Fagin con tono irritado —¿Acaso no ha sido el primero entre todos vosotros? hay, digo, uno solo que sea digno de limpiar sus botas hé?

—No ciertamente! —respondió Bates con voz lastimera —no conozco ninguno que pueda vanagloriarse de ello.

—Y bien? entonces á qué viene esa cantinela? —dijo el judío con acritud —¿de qué sirven esas jeremiadas?

—Por qué los periódicos no hablan de ello palabra, como vos mismo sabeis bien! —esclamó Cárlos irritándose á despecho de su venerable amigo. —Porque el asunto no tendrá publicidad y nadie sabrá jamás lo que él era. ¿Cómo figurará en el calendario de Newgate? Pueda que ni siquiera su nombre sea inscrito en él. Ah! Dios mio! Dios mio! que desgracia! Esto es desgarrador!

—Ah! ah! —hizo el judío estendiendo la mano y volviéndose hácia el señor Bolter —Ya veis querido mio, que orgullosos están de su profesion! No es esto edificante?

—No carecerá de nada —repuso —Estará en su celda como un señor, Cárlos... como un jóven príncipe. Tendrá todo lo que apetezca... todo. Quiero que como de costumbre tenga su cerveza en todas sus comidas y dinero en su bolsillo para jugarlo á cara ó cruz sino puede gastarlo.

—Si? esclamó Bates.

—Sin duda. Y le encontrarémos un defensor, Cárlos! Escojerémos aquel que pase por tener el mejor pico. Tomará su partido con calor en un discurso soberbio que conmoverá al auditorio. Nuestro jóven amigo hablará tambien á su vez, si lo juzga conveniente y nosotros verémos esto en los periódicos: —El fino Camastron... (esplosiones de risa en el público). Mas abajo... (agitacion en el banco de los Señores jurados). Y algunas líneas despues... (hilaridad general). Hé Carlino?

—Ah! ah! —esclamó maese Bates riendo —á puesto mi gaznate que Fagin los corta á todos en pedazos menudos! Como va á retorcéroslos el Camastron! Con el no los veo blancos!

—Y hará bien, en no tenerles consideraciones!

—No cabe duda —contestó Cárlos frotándose las manos.

—Me parece estarlo viendo ahora —dijo el judío fijando sus miradas sobre su jóven educando.

—Y yo tambien! esclamó Bates... Ah! ah! ah! Paréceme que estoy allí. Me lo represento como si ello pasára ante mis ojos... Qué buena farza! Esas vetustas cabezas de pelucon, haciendo todo lo posible para mantenerse sérias y Jaime Dawkins, no tartamudeando para decirles su modo de pensar, como si fuera su camarada, y hablándoles con la misma soltura que lo haria el hijo del propio presidente despues de una buena comida.. ah! ah! ah!

Es lo cierto que el judío, habia tenido tanta habilidad en exitar el humor jovial de su jóven educando, que éste, que de pronto considerará la prision de su amigo como una desgracia y el mismo Camastron como una víctima, miraba ahora á este ilustre jóven como el primer galan de una escena cómica y le tardaba ver llegar el momento en que su jóven camarada tendria una ocasion tan favorable para desplegar sus talentos.

—De un modo ú otro será necesario procurar lo medios de tener hoy mismo noticias suyas. —dijo Fagin —Calculemos...

—Si fuera yo allí? —preguntó Cárlos.

—Te guardarás muy bien! —contestó el judío —Querido mio estás loco? A la verdad es preciso que seas —archi-loco para pensar en encagarte dentro la gola del lobo! No, no hijito! ya es bastante para mi el haber perdido el uno, para esponerme á perder el otro.

—Creo, no intentaréis ir vos mismo? dijo Cárlos con tono chocarrero.

—No me conviene de ningun modo —repuso el judío sacudiendo la cabeza.

—Entonces por qué no enviais á ese recien venido? preguntó Maese Bates poniendo su mano sobre el brazo de Noé. —Nadie le conoce.

—Si quiere ir no deseo otra cosa mejor! —observó Fagin.

—Por qué no querrá?

—No lo sé querido. —dijo Fagin volviéndose á Bolter —realmente no lo sé!

—Oh! que si que lo sabeis muy bien! —observó Noé dando algunos pasos retrógados hácia la puerta. —Que si, que si lo sabeis bien! —añadió balanceando la cabeza un tanto alarmado de la proposicion de Cárlos. —Guarda Pablo! este género de comision no entra en mi departamento. No lo ignorais de antemano!

—Entónces Fagin para que género de trabajo lo habeis reclutado? —preguntó maese Bates midiendo á Noé de la cabeza á los piés con aire de desden —para jugar las piernas cuando habrá algo embrollado ó para enguller sin duda, él solo todo lo que habrá sobre la mesa, cuando todo irá bien?

—Esto no os incumbe á vos, jóven imberbe! —replicó Bolter —y si os permitís estas libertades con vuestros superiores podrémos enojarnos: tenedlo entendido!

Maese Bates, prorrumpió en tal carcajada á esta amenaza que Fagin necesitó mucho tiempo antes de poder interponer su autoridad y hacer comprender al señor Bolter que no corria ningun riesgo en visitar el tribunal de policía, tanto mas que el pequeño asunto que lo llevara á Londres no habiendo transpirado aun en esta ciudad, era mas que probable que no se sospechase que se habia refugiado en ella y que de consiguiente si cambiaba de traje, no habia mas peligro para él, en ir al tribunal de policía que el que podia haber, yendo á cualquiera otra parte, ya que de todos los sitios de la capital era aquel sin disputa, al que se pensaria menos, que pudiese visitar, de su pleno alvedrío.

Persuadido por estas palabras de Fagin tanto como por el temor que éste le habia infundido, el señor Bolter consintió de muy mala gana en hacer esta escursion. Por consejo del judío se encajó un traje de carretero.

Concluido su tocador, se le hizo el retrato del Camastron de modo que pudiera reconocerle fácilmente; y Cárlos despues que le hubo acompañado hasta la entrada de la calle, en que estaba el tribunal de policía, le prometió esperarle en el mismo sitio.

Noé Claypole, ó Mauricio Bolter (como mejor le parezca Hamarle el lector), siguiendo la direccion que le habia dado Cárlos Bates, que tenia un conocimiento exacto de los sitios, llegó sin obstáculo al santuario de la justicia.

Buscó con la vista al Camastron; pero aunque vió muchas mujeres que hubieran podido muy bien pasar las unas por la madre y las otras por las hermanas de ese apreciable jóven y que entre los hombres que aparecieron en el banco de los acusados, hubiese mas de uno que se le pareciese lo bastante para que se le tomase por su hermano ó por su padre, no apercibió con todo entre los jóvenes de su edad, nadie que respondiese á las señas que le habian dado. Esperaba con impaciencia cuando apareció un jóven preso que reconoció al momento por Jaime Dawkins.

En efecto era el Camastron quien con las mangas arremangadas, como de costumbre, la mano izquierda en su bolsillo y sosteniendo con la derecha su sombrero, entró resueltamente seguido del carcelero. Despues de haber tomado asiento en el banco de los acusados, preguntó con tono semi-sério y semi-cómico la razon por la cual se le trataba de una manera tan indigna.

—Silencio! —gritó el carcelero.

—Soy inglés, no es cierto? —dijo el Camastron —Dónde están mis privilegios?

—Pronto los tendréis vuestros privilegios y sazonados con su correspondiente sal y pimienta —replicó el carcelero.

—Verémos lo que el ministro del interior tendrá qué decir á los picos si se me retiran mis privilegios —contestó Jaime Dawkins. —¿Ahora queréis hacerme el favor de decirme que significa toda esa farándula? Os agradeceré —prosiguió dirijiéndose á los magistrados —que termineis pronto este pequeño asunto, no me tengais aquí en suspenso divertiéndoos en leer esos periódicos porque tengo una cita con un caballero en la Cité y como sabe que soy muy exacto cuando se trata de negocios y que jamás he faltado á mi palabra, os prevengo que se irá si no llego á la hora convenida. Si así lo haceis no reclamaré daños ni perjuicios como tengo el derecho de redamarlos contra los que me han hecho perder el tiempo.

Habiendo dicho estas palabras con una volubilidad extraordinaria, pidió al carcelero le dijera los nombres de los dos viejos buos (señalando á los magistrados), que estaban sentados al mostrador, lo que exitó en tan alto grado la hilaridad de los espectadores, que rieron de tan buen corazon como hubiera podido hacerlo maese Bates estando presente allí.

—Silencio! —gritó el carcelero.

—De qué se trata? —preguntó uno de los jueces.

—De un robo señor presidente —contestó el carcelero.

—Ese muchacho ha comparecido ya otra vez aquí?

—No ha comparecido ante este tribunal, señor presidente, aunque lo haya merecido mas de una vez, pero respondo que ha estado mas de una vez en otra parte. Lo conozco desde largo tiempo.

—Ah! me conoceis! —dijo el Camastron, tomando nota de las palabras del carcelero. —Bueno es saberlo. Me acordaré de ello. Esto no es mas que una calumnia y una calumnia en regla.

Estas espresiones fueron seguidas de nuevas carcajadas entre la multitud y de otro «Silencio!» por parte del carcelero.

—Dónde están los testigos? —preguntó el escribano.

—Es justo; al hecho! —replicó el Camastron —Donde están. Tengo curiosidad de verlos.

Pronto quedó satisfecho sobre este punto; porque un policemon adelantándose declaró que entre la muchedumbre habia visto al prisionero introducir su mano en el bolsillo de un desconocido, retirar de el un pañuelo que examinó con atencion y no habiéndolo encontrado sin duda bastante bueno para él, volverlo del mismo modo despues de haberse sonado los mocos dentro; que en consecuencia lo habia arrestado por este hecho y que habiendo sido registrado en forma de derecho se le habia encontrado encima una caja de polvo de plata, sobre cuya tapadera estaba gravado el nombre del caballero á quien pertenecia, el cual estaba tambien presente á la audiencia.

Este caballero cuyo domicilio se habia encontrado por medio del Almanaque del Comercio, juró que la caja de polvo era realmente suya y que la habia perdido la víspera anterior en el momento de abrirse paso entre la muchedumbre. Añadió que habia notado á un jóven afanoso de atravesar el tropel y que ese jóven era el prisionero que tenia á la vista.

—Jóven teneis alguna observacion que hacer al testigo aquí presente? dijo el magistrado.

—Creeria rebajarme teniendo conversacion con él. —respondió el Camastron.

—Teneis algo que decir para vuestra defensa?

—No oís al señor presidente que os pregunta si teneis algo que decir para vuestra defensa? —dijo el carcelero dando un codazo al Camastron que se obstinaba en guardar silencio.

—Os pido mil perdones —dijo este levantando la cabeza con aire de distraccion y dirijiéndose al magistrado. —Es á mi á quién hablais señor pelucon?

—Señor presidente en mi vida he visto un pilluelo tan descarado como este, observó el carcelero —No teneis nada que decir pequeño bagamundo?

—No aquí —replicó el Camastron —porque no es aquí la botica de la justicia. Por otra parte mi defensor está ahora almorzando con el vice-presidente de la cámara de los comunes. Algo tendré que decir en otra parte y él tambien, como mis amigos que son muchos y muy respetables.

—Volvedlo á la prision —gritó el escribano —será juzgado en los prócsimos assises.

—Vamos! dijo el carcelero.

—Voy! contestó el Camastron acepillando su sombrero con la palma de la mano. —Ah! prosiguió dirijiéndose á los magistrados —Os advierto que de nada os sirve el aparecer espantados! Estad muy seguros que no tendria compasion de vosotros por un liart. Algo os escozerá esta partida... no lo dudeis... y ahora rehusaria mi libertad aun cuando os pusierais de rodillas para hacérmela aceptar! Ea! en marcha vos! dijo el carcelero —volvedme á la prision; estoy pronto á seguiros!

Dicho esto el Camastron se dejó cojer por el cuello y siguió ó mas bien marchó lado por lado del carcelero, no cesando de amenazar á los jueces hasta que estuvo fuera de la sala, en seguida alargó la lengua á su guardian con un aire de satisfaccion interior y se encontró otra vez bajo los cerrojos. Despues que el Camastron hubo dejado la sala, Noé fué al sitio en que habia dejado á Bates.

Ambos se apresuraron á llevar á Fagin la feliz noticia de que el Camastron hacia honor á los principios que habia recibido y que trabajaba en establecerse una reputacion gloriosa.

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