CAPÍTULO XLIII.

LLEGA PARA NANCY EL TIEMPO DE CUMPLIR SU PROMESA Á ROSA. —NO LA CUMPLE —FAGIN EMPLEA Á NOÉ CLAYPOLE EN UNA COMISION SECRETA.

ERA la noche de un domingo: el reló de la iglesia vecina dió la hora. Fagin y Sikes que estaban hablando, se callaron un momento para escuchar. Nancy levantó la cabeza y prestó atento oido.

—Las once! —dijo Sikes levantándose de su silla y apartando la cortina de la ventana para mirar á la calle. La noche está negra como boca de lobo. Famoso tiempo para los negocios.

—Ah! contestó el judío —No es una lástima Guillermo que nada haya preparado para esta noche?

—Esta vez teneis razon —repuso Sikes bruscamente —Y tanto mas lástima, cuando me encuentro esta noche del todo de buen humor.

El judío exhaló un suspiro y sacudió tristemente la cabeza.

—Así pues á la primera ocasion que se presente será preciso cojerla aunque sea al vuelo y reparar el tiempo perdido —continuó Sikes.

—Esto es lo que se llama hablar en razon! dijo el judío dándole un golpecillo en el hombro. Me place oiros hablar asi Guillermo.

—Ciertamente! —Esto me dá gusto!

—Ah! ah! ah! —hizo el judío alentado por esta observacion —Estais esta noche en vuestro centro Guillermo, completamente en vuestro centro.

—No estoy en mi centro cuando poneis vuestras garras sobre mi espalda —dijo Sikes rechazando la mano del judío —Con qué abajo las patas!

Fagin nada respondió á ese cumplido adulador, pero tirando á Sikes por la manga, le señaló con el dedo á Nancy, que habiéndose aprovechado del momento en que ellos hablaban para ponerse su sombrero, se disponia para salir.

—Nancy! gritó Sikes —qué diablos haces! ¿dónde tienes intencion de ir á esta hora?

—No muy lejos.

—Acaso es una respuesta «no muy lejos!» —repuso Sikes —¿Dónde vas?

—Te digo que no lejos.

—Otra vez! quiéres responder? —preguntó Sikes que empezaba á calentarse. —Te pregunto dónde vas?

—No lo sé —respondió la jóven.

—Pues bien! —dijo Sikes mas por espíritu de contradiccion que porque tuviera ninguna razon para privarle la salida —Siéntate y estate quieta.

—Ya te he dicho que no me encuentro bien! —observó Nancy —Necesito tomar el aire.

—Asoma la cabeza á la ventana y tómalo á discrecion.

—No corre bastante en ella —Necesito tomar el aire en la calle.

—No saldrás á la calle! —replicó Sikes. Dicho esto, fué á cerrar la puerta, metió la llave en su faltriquera y arrancando el sombrero de la cabeza de Nancy, lo arrojó sobre un armario viejo. —Ahora —añadió el bandido —te digo otra vez que te sientes y permanezcas tranquila! ¿estamos?

—Seguramente no seria un sombrero el que me impediria salir! —dijo la jóven palideciendo —Qué significa esto, Guillermo! Sabes lo que haces?

—Levanta mucho el pico! —esclamó Sikes volviéndose á Fagin. —Es preciso que haya perdido el juicio, de lo contrario no se atreveria á hablarme así.

—Tu me obligarás á hacer una trastada! —murmuró Nancy apretando las dos manos sobre su pecho como para retener un grito que iba á escapársele —te digo que me dejes salir al momento!

—No! —esclamó Sikes.

—Fagin decidle que haria mejor en dejarme salir... mucho mejor... ¿Me oyes? gritó Nancy golpeando el suelo con el pié.

—Si te oigo! —repuso Sikes volviéndose bruscamente y mirándola cara á cara —Aun creo que te he oido demasiado! Si pronuncias otra palabra te haré estrangular por mi perro; lo que hecho gritarás por alguna cosa ¿Qué es lo que le ha dado á ese pulpon? Se ha visto jamás cosa igual!

—Déjame salir —dijo Nancy en tono suplicante... Te ruego Guillermo que me dejes salir! —añadió sentándose en el suelo cerca la puerta —No sabes tú lo que haces! —No; no, lo sabes... Solo una hora —te lo suplico.

—Que los demonios me lleven si esta jóven no se ha vuelto loca! —esclamó Sikes cojiéndola por el brazo —Ea! levántate!

—No, no! no me levantaré sino me dejas salir.

Sikes la contempló un instante en silencio; y aprovechándose de un momento en que no hacia resistencia le puso las manos detrás de la espalda y la arrastró con mucho trabajo hasta el aposento inmediato, donde habiéndola sentado á la fuerza en una silla, la lavo en respeto.

—Se ha visto jamás cosa igual! dijo enjugándose su rostro cubierto de sudor. —Es chocante esa jóven con sus caprichos!

—Es verdad —dijo el judío con ademan pensativo —es muy chocante.

—Decidme, por qué razon pensais vos, puede haberse empeñado en salir esta noche? Vos debeis saberla mas que yo. ¿Qué diablos de idea se le habrá metido en la cabeza?

—Querido mio, encaprichamiento de mujer sin duda alguna —respondió el judío encojiéndose de hombros.

—Es muy posible —gruñó Sikes —Creia haberla sometido, pero es peor que nunca.

—Ciertamente que es peor —repuso el judío con aire distraido. —Jamás la habia visto arrebatarse como hoy por nada.

—Ni yo tampoco. Sospecho que ha cojido un poco de esa maldita fiebre que me ha tenido en un triz. Qué os parece? Esto no puede ser otra cosa.

—Es posible.

—Yo me encargo de sacarle un poco de sangre, si ello le repite otra vez. Así evitaré que el médico se tome la molestia de venir.

El judío hizo una espresiva señal de cabeza, dando á entender que aprobaba mucho este tratamiento.

—No me ha dejado un momento durante esa enfermedad endiablada; rodaba dia y noche alrededor de mi lecho, mientras estuve en pastura horizontal, en tanto que vos, viejo cocodrilo, me habeis dejado allí; me habeis abandonado; y os habeis puesto en guardia. No teníamos un sueldo en casa y esto es probablemente lo que la habrá atormentado. Puede que el haber estado tanto tiempo encerrada le habrá agriado el carácter, no es así?

—Es muy probable querido! —dijo el judío en voz baja —Silencio! Aquí está!

Apenas hubo dicho estas palabras, Nancy volvió á aparecer en el aposento y se sentó en su sitio. Se conocia que habia llorado, porque sus ojos estaban rojos é hinchados. De repente se agitó en su silla y un instante despues soltó una carcajada convulsiva.

—Héla ahí que se ríe ahora! —esclamó Sikes volviéndose á su compañero con sorpresa.

—El judío le hizo señal de que no hiciera caso y Nancy recuperó pronto la calma. Despues de haberle dicho á Sikes al oido que no habia temor por entonces de una recaida, pues que lo creia todo concluido. Fagin tomó su sombrero dando las buenas noches á sus amigos. Al llegar á la puerta, se paró y lanzando una mirada á su alrededor preguntó si habia alguno que quisiera alumbrarle para bajar.

—Alúmbrale Nancy —dijo Sikes rellenando su pipa —seria una lastima que se rompiera el bautismo; privaria á los espectadores del placer de verle colgar.

Nancy tomó la vela y acompañó al viejo hasta el pié de la escalera. Cuando estuvieron en la entrada el judío, poniendo el dedo sobre sus lábios dijo muy bajo al oido de la jóven.

—Qué sucede Nancy?

—Qué quereis decir? contestó ésta en el mismo tono.

—Cuál es la causa de todo esto? —preguntó Fagin —Si ese bruto se porta indignamente contigo —añadió señalando con el dedo el piso superior —por qué no?

—Qué? —dijo ésta viendo que Fagin no concluia su frase y la miraba con suma atencion.

—No importa! Volverémos á hablar de esto otra vez. Nancy tienes en mi un amigo, un verdadero amigo. Poseo los medios para hacer muchas cosas! Cuando querrás vengarte del que te trata como un perro, que digo como un perro! peor que un perro; porque acaricia alguna vez el suyo, ven á encontrarme, entiendes Nancy? Ese no es mas que un pájaro de paso; mientras que á mi Nancy á mi me conoces desde largo tiempo... desde muy largo tiempo.

—Os conozco bien! dijo la jóven sin manifestar la menor emocion —Buenas noches!

Dirijiéndose á su habitacion, Fagin dió libre curso á los pensamientos que ocupaban su alma. Desde algun tiempo habia concebido la idea de que Nancy cansada de la brutalidad del bandido, amaba á otro. El objeto de este nuevo amor no era ninguno de sus imberbes pupilos. —Seria una buena adquisicion tal monigote de Nancy —pensaba Fagin —Es preciso pues asegurarse los dos cuanto antes.

—Con un poco de persuasion —continuaba pensando Fagin —que motivo mas poderoso podria determinar á esa jóven á envenenar á Sikes? Otras lo han hecho antes que ella... y aun peor, por sus amantes...

A la mañana siguiente se levantó muy temprano y esperó con impaciencia la llegada de su nuevo compañero, quien despues de cierto lapso de tiempo, se presentó al cabo y empezó por atacar furiosamente los comestibles.

—Bolter! —dijo el judío tomando una silla y sentándose frente á Noé.

—Aquí estoy! ¿qué me queréis? —contestó este —No me deis nada que hacer antes que no haya concluido mi desayuno; como es la mala costumbre en esta casa; jamás queda en ella tiempo para comer!

—Podeis hablar comiendo, no es cierto?

—Oh! Sin duda! nunca como mejor que cuando hablo —continuó Noé cortando una enorme rebanada de pan —Dónde está Carlota?

—Ha salido. La he mandado á una comision fuera de casa con la otra jóven porque necesitaba estar solo con vos.

—Hubierais debido encargarla que antes me hiciera tostadas de pan con manteca! Y bien! hablad, hablad siempre, no me interrumpiréis.

No habia cuidado de que se le interrumpiera fuese por lo que fuese, porque se habia sentado á la mesa con la firme intencion de trabajar á destajo y lo hacia en efecto de tan buen ánimo, que las migas le saltaban por sobre la cabeza.

—Ayer trabajasteis lindamente camarada! dijo el judío —seis chelines, nueve peniques y medio... diantre! Querido! La caza menuda hará vuestra fortuna.

No olvideis añadir tres botes de cerveza y un jarro para leche.

—No ciertamente, querido mio! El escamoteo de los tres botes de estaño demuestran sin duda, alguna destreza; pero el del jarro, —para leche es toda una obra maestra.

—No es maleja que digamos para un debutante! —repuso el señor Bolter con tono de complacencia —he descolgado los botes de una verja de hierro ante una casa acomodada y como el jarro para leche estaba en el lindar de la puerta de un figon lo he recojido temeroso de que no se enmoheciese ó que no cojiese un resfriado; esto es muy justo, no es cierto? ah! ah! ah!

El judío fingió reir á carcajadas y Mr. Bolter haciendo lo mismo de buena gana, hincó el diente en su primera rebanada de pan y de manteca; y apenas la hubo despachado, se cortó una segunda.

—Bolter! —dijo Fagin poniéndose de codos sobre la mesa —Necesito de vos, para un golpe de mano que exije mucha prudencia!

—Tate! no vayais á esponerme ahora en algun peligro, á enviarme á un tribunal de policía! Os prevengo que esto no me conviene, ni me puede dar mucho gusto!

—Querido; no hay que correr el menor peligro! Se trata únicamente de seguir á una mujer y espiar sus acciones.

—Una vieja?

—No; una jóven!

—Pues puedo hacerlo á las mil maravillas! Caramba! en la escuela ora un famoso soplon! ¿Por qué es necesario que yo la siga? Creo no será por...

—No —interrumpió Fagin. No hay mas que hacer, sino decirme donde va, quien vé y si es posible lo que hace; recordar el nombre de la calle, si es una calle, ó bien de la casa si es una casa y comunicarme en fin todas las noticias que podais recoger.

—Qué me daréis por ello?

—Os daré una libra esterlina, cosa que no he dado nunca por servicios de este género, que no me producen utilidad alguna.

—Quién es esta mujer?

—Una de las nuestras.

—Ya veo de lo que se trata! —esclamó Bolter frunciendo la nariz —sospechais de ella, no es cierto?

—Ha adquirido nuevas relaciones, querido, y es preciso que yo las conozca.

—Ya caigo. Unicamente por tener el gusto de conocerlas, con el fin de saber si es persona respetable, he? ah! ah! ah! Soy vuestro hombre.

—Sabia que os gustaria tal comision!

—Y no habeis errado. Donde está; en que punto y cuando deberé seguirla.

—Esto querido os lo diré... os lo comunicaré cuando sea tiempo oportuno. Procura estar preparado; lo restante me corresponde á mi.

Aquella noche, la mañana siguiente y el dia despues, el espía calzado y vestido con su traje de carretero, estuvo preparado para salir á una señal de Fagin. Seis noches pasaron de este modo; seis noches mortales en cada una de las cuales el judío regresó mohino, dando á comprender en pocas palabras que todavía no era ocasion. La noche del dia séptimo, volvió mas pronto que los dias precedentes y brillaba en su rostro un rayo de satisfaccion. —Pronto; partamos, es tiempo ya!

Noé se levantó sin pronunciar palabra; porque la alegria estrema que esperimentaba el judío se habia comunicado á él. Salieron de escondite y habiendo atravesado un laberinto de calles, llegaron al fin á una taberna.

Eran las once y cuarto y la puerta estaba cerrada. Ella volvió cautelosamente sobre sus goznes, á un ligero silvido que dió el judío.

Osando apenas cuchichear, pero sustituyendo los gestos á las palabras. Fagin y el jóven judío que les habia abierto la puerta señalaron á Noé el agujero con vidrio y le indicaron que subiera para ver la persona que estaba en la sala vecina.

—Es esta la mujer de que se trata? —preguntó en voz baja.

El judío hizo un movimiento de cabeza afirmativo.

El espía cambió una mirada con Fagin y partió como una flecha.

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