CAPÍTULO XLIX.

EL ÚLTIMO DIA DE UN REO Á MUERTE.

LA sala del tribunal de los Assises se veia tapizada de rostros humanos desde el pavimento, hasta el techo. El menor espacio, el mas pequeño rincon, estaba ocupado.

Al centro de toda esta multitud, permanecia Fagin, con una mano apoyada en la baranda de madera colocada ante él, la otra en su oreja, y la cabeza inclinada hácia adelante para poder oir mejor el acta de acusacion que el fiscal leia á los señores jurados. De tanto en tanto, dirijia sobre ellos miradas ansiosas para ver si descubriria sobre sus fisonomías, el menor movimiento en su favor; y cuando los cargos que se le dirijian, quedaban probados con harta evidencia, miraba con ojo inquieto al tribunal.

Un ligero ruido en la sala le sacó de su abstraccion. Volvió la cabeza, y notó que los jurados se habian reunido para deliberar.

Lo comprendió, de un solo golpe de vista, la imágen de la muerte se presentó en su mente y dirijiendo sus miradas hácia el estrado vió que el jefe de los jurados dirijia la palabra al presidente —Silencio!..

Era solo para pedir el permiso de retirarse.

Los contempló, uno despues de otro para adivinar si le era posible en que partido se inclinaba el mayor número; pero inútilmente. Habiéndole dado el carcelero un golpe sobre la espalda, le siguió maquinalmente hasta el estremo del banco de los acusados para esperar allí la vuelta de los jurados.

De repente se restableció el silencio, y todas las miradas se dirijieron hácia la puerta lateral, por la que aquellos habian salido. Pasaron por su lado al entrar otra vez en la sala; pero le fué imposible distinguir nada en sus rostros: ellos estaban impasibles: «Si, el acusado es culpable!»

La sala retumbó por tres veces con las aclamaciones de la multitud y los de afuera respondieron con gritos de alegría al saber que seria ejecutado el lúnes prócsimo.

Cuando el rumor se hubo apaciguado, se le preguntó si tenia nada que decir contra la pena de muerte. Habia recobrado su primera actitud, y miraba alternativamente al presidente; pero hubo necesidad de repetirle por dos veces esta pregunta antes que pareciera comprenderla, y soto balbuceó entre dientes —que era un viejo, un pobre viejo —un desgraciado viejo. Luego guardó silencio.

Los jueces tomaron el bonete negro; el reo quedó en la misma postura; la boca entreabierta, el cuello tieso. Hubo una mujer en la galería que arrojó un grito penetrante, y el judío se volvió vivamente como si hubiese sido contrariado ó interrumpido. El presidente pronunció con voz conmovida la sentencia fatal, y el acusado permaneció todo este tiempo tan inmóvil como una estátua.

Se je condujo á lo largo de un corredor enlosado en el que habian algunos prisioneros que esperaban su turno, y otros que hablaban á sus amigos tras de una reja que daba al patio. A pesar de no haber allí nadie para hablarle, esos últimos retrocedieron al acercarse, á fin de facilitar á la gente de fuera, que se encaramaba á la reja para verle, el placer de contemplarle á satisfaccion, y le chiflaron, le silvaron y le llenaron de injurias.

Se sentó en un banco de piedra que servia á la vez de silla y de lecho, y bajando la vista al suelo, procuró reunir sus ideas. Por grados llegó á este desenlace terrible: «Condenado á ser colgado por el cuello hasta que resulte la muerte. Tal era la sentencia terrible: Condenado á ser colgado por el cuello hasta, que resulte la muerte!!!

Solo quedaba un dia, de vida; y apenas tuvo tiempo de pensarlo, que ya habia llegado el domingo!

Hasta el anochecer no empezó á sentir todo el horror de su posicion, no porque antes concibiera esperanza de obtener gracia, sino porque jamás pudo imaginarse que debiera morir tan pronto.

Se tendió en el banco de piedra y procuró recordar el pasado. Habiendo sido herido por el populacho el dia en que fué preso por la policía, llevaba un pañuelo atado en su cabeza; sus cabellos rojos caian sobre su frente arrugada; su barba llena de polvo y grasa, estaba embrollada en pequeños nudos; su tez lívida, sus ojos centelleantes sus megillas cóncavas daban horror al verlas. Ocho!.. nueve!.. diez!.. Si esto no era una mala pasada que se le jugaba, y esas tres horas se habian sucedido realmente con tanta rapidez, dónde estará cuando volverán á sonar?.. Las once!.. Dió la media noche cuando el último golpe de las once vibraba aun en sus oidos.

Las barreras pintadas de negro estaban ya colocadas al rededor de la plaza para contener la afluencia de la multitud que la curiosidad no dejaria de atraer en aquel sitio, cuando Mr. Brownlow acompañado de Oliverio, se presentó á la porteria; habiendo enseñado al portero un permiso de entrada firmado por uno de los cherifs y fué introducido al momento en la cárcel.

—Ese muchacho vá con vos al calabozo del sentenciado?.. —dijo el hombre que debia acompañarles á él. —No es muy buen espectáculo para los niños.

—Sin duda, amigo mio! Teneis mucha razon! —contestó Mr. Brownlow —pero su presencia es indispensable, y no puedo menos de llevarle.

El hombre los guió sin desplegar los lábios.

—Este es el sitio porque va á pasar —dijo cuando hubieron llegado á un pequeño patio enbaldosado, en el que trabajaban muchos carpinteros.

De allí pasaron por muchas verjas que les fueron abiertas desde el interior por otros carceleros. Despues de haber dicho á Mr. Brownlow que esperára un instante, el alcaide llamó con su manojo de llaves á una de las puertas forradas de hierro; esta se abrió y dos guardianes despues de haber cambiado con él algunas palabras en voz baja, hicieron señal á nuestros visitadores de que podian entrar en el calabozo.

El criminal estaba sentado en su banco, y balanceándose de uno y otro lado como una fiera cojida en el lazo.

El alcaide tomó á Oliverio por la mano; y habiéndole dicho por lo bajo que no tuviera miedo, miró al judío en silencio.

—Fagin!.. le dijo despues de un momento.

—Aquí estoy!.. Aquí estoy!.. —esclamó el judío tomando la misma posicion que tenia durante el curso de los debates —soy un anciano, milores!

—Ved ante vos á un sujeto que desea hablaros Fagin —dijo el alcaide poniéndole la mano sobre la espalda para hacer que se sentára otra vez —Vaya Fagin!.. ¿ya no sois un hombre?

—No lo seré mucho tiempo! —contestó el judío levantando la cabeza y mirando al alcaide con una espresion de rabia y de terror.

Mientras hablaba, vió á Oliverio y Mr. Brownlow y retrocediendo hasta el estremo del banco les preguntó que le querian.

—Ea Fagin! —estaos quieto —dijo el alcaide. —Ahora caballero —prosiguió dirijiéndose á Mr. Brownlow —si teneis algo que decirle, hacedlo lo mas pronto posible, porque á medida que se acerca la hora se vá volviendo mas furioso.

—Teneis unos papeles que os han sido remitidos para mas seguridad por cierto individuo llamado Monks?.. —dijo Monsieur Brownlow.

—Nada hay mas falso!.. contestó el judío.

—Por el amor de Dios!.. —continuó Mr. Brownlow —no digais esto en el momento que estais á las puertas de la eternidad; confesad mas bien á donde se hallan. Ya sabeis que Sikes ha muerto; que Monks lo ha declarado todo y que no os queda esperanza alguna. Decidme ¿dónde están esos papeles?..

—Oliverio!.. —esclamó el judío haciéndole una señal con la mano —ven acá para que te diga una palabra al oido.

—No tengo miedo —dijo Oliverio en voz baja y soltando la mano de Mr. Brownlow.

—Los papeles en cuestion —dijo el judío atrayendo á si el niño —están en un saquito de tela, en el fondo de un agujero practicado un poco mas allá del cañon de la chimenea —Tengo algo que decirte amigo mio; algo importante que decirte... A fuera!.. á fuera!.. —añadió —Dí que me he dormido y ellos te creerán —No podré salir si obras así... Adelántate!.. Adelántate!.. Esto es! oh, sí, sí, esto es!.. Así saldrémos bien!.. Ahora esa puerta... Si tiemblo al pasar por delante del cadalso, no pares la atencion, y anda siempre como si nada fuera...

—No teneis nada mas que preguntarle?.. —dijo el alcaide dirijiéndose á Mr. Brownlow.

—No; —respondió este —Si supiera que pudiese volvérsele al sentimiento de su posicion!

—No lo creais —dijo el hombre meneando la cabeza.

—Adelántate!.. Adelántate! —gritó de nuevo el judío... Poco á poco!.. Poco á poco!.. Mas á prisa! Esto es... así... está bien!..

Los guardianes le separaron al fin de Oliverio y lo rechazaron hasta el fondo del calabozo.

Nuestros visitadores tardaron algun tiempo para salir de la cárcel, porque Oliverio sintió desfallecer su corazon, despues de esta escena horrible, y el dia empezaba á clarear cuando pasaron el umbral. Una multitud de gente estaba ya reunida en la plaza de la ejecucion; las ventanas se veian atestadas de personas que fumaban y jugaban á los naipes para pasar el tiempo, esperando la hora fatal...

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