CAPÍTULO XLVI.

MONKS Y MR. BROWNLOW SE ENCUENTRAN AL FIN. —ENTREVISTA QUE TUVIERON JUNTOS, Y DE QUE MODO FUÉ INTERRUMPIDA.

EL dia empezaba á declinar, cuando Mr. Brownlow bajando de un coche de alquiler, llamó á la puerta de su casa. Apenas abrieron, un robusto mozo bajó á su vez y se puso de centinela á un lado del estribo, mientras que otro del mismo calibre saltó ligero del pescante en que se habia colocado al lado del cochero, y se situó frente por frente del primero. A una señal de Mr. Brownlow hicieron salir del fiacre á un tercer individuo que introdujeron en la casa: este individuo no era otro que Monks.

Los tres andaron sin decir palabra, y siguieron á Mr. Brownlow hasta una salita á la puerta de la cual Monks, que habia subido con marcada repugnancia, se paró en seco; y los dos hombres miraron á Mr. Brownlow como para preguntarle lo que debian hacer.

—Sabe la alternativa. —dijo Mr. Brownlow —Si se resiste ó intenta huir llevadlo á fuera y hacedle prender en nombre mio.

—Y con qué derecho obrais de este modo conmigo? —preguntó Monks.

—Jóven; ¿por qué me obligais á ello? —contestó Mr. Brownlow mirándole fijamente —Seriais bastante loco para escaparos? Soltadle!.. —prosiguió dirijiéndose á los dos hombres —Ahora jóven, sois libre de ir á donde querais, y nosotros de seguiros; pero os juro, por lo que hay de mas sagrado que al momento que pongais el pié en la calle os hago prender como falsario y ladron. Mi resolucion es irrevocable!..

Monks murmuró algunas palabras inteligibles, y manifestó irresolucion.

—Os intimo que os decidais al instante! —añadió Mr. Brownlow —Una sola palabra de mi boca, y la alternativa queda perdida para siempre!

Monks titubeó aun.

—Qué decidís?

—No queda otra alternativa?..

—No.

Monks miró al anciano caballero con inquietud; pero no viendo en su fisonomia mas que el sello de la severidad y de la resolucion, dió algunos pasos en la sala encojiéndose de hombros y acabó por sentarse.

—Cerrad la puerta por la parte de afuera —dijo Mr. Brownlow á los dos hombres.

Estos obedecieron y Mr. Brownlow quedó solo con Monks.

—A la verdad caballero, que este es un hermoso proceder por parte de un amigo antiguo de mi padre! —dijo Monks.

Justamente porque era el amigo íntimo de vuestro padre, —repuso Mr. Brownlow —porque la esperanza de mis años juveniles me unia á él puesto que su hermana muerta el dia mismo que debia casarme con ella, me ha dejado solo en la tierra; porque aun niño, se arrodilló conmigo cerca del lecho de muerte de aquel ángel de dulzura y de bondad á quien á Dios plugo arrebatar de este mundo en la flor de su edad; porque despues de aquel momento consagra á vuestro padre una amistad que ni sus tristezas ni sus desgracias pudieron entibiar jamás, y que duró hasta su muerte; porque estos recuerdos del pasado, llevan mi corazon; es por lo que estoy dispuesto á trataros con miramiento.

—Y que tiene mi nombre de comun con lo que vais á decirme?

—Nada respecto á vos, jóven —nada sin duda; pero mucho respecto á mi, y estoy muy contento que hayais tomado otro.

—Todo esto es bello y bueno —dijo Monks con ademan descarado —todo esto es muy hermoso, pero donde quereis ir á parar?

—Teneis un hermano —dijo con calor Mr. Brownlow —un hermano cuyo nombre solo, pronunciado en voz baja á vuestro oido, cuando estaba tras de vos en la calle, ha bastado para obligaros á seguirme, á pesar de la repugnancia que tenias en hacerlo.

—Yo no tengo hermano!.. —replicó Monks —Ignorais sin duda que soy hijo único.

—Escuchad lo que voy á deciros; —continuó Mr. Brownlow— ello no dejará de interesaros. Sé muy bien que sois el solo é indigno fruto de un enlace fatal que el orgullo de familia y el interés sórdido, obligaron á contraer á vuestro padre niño aun.

—Hago poco caso de vuestros epitetos —interrumpió Monks con una sonrisa forzada —Confesais el hecho, y me basta.

—Pero sé tambien cuales fueron los males causados por tan funesta union —prosiguió Mr. Brownlow —Sé, cuan pesada fué para los dos, la cadena que debieron arrastrar en el mundo, á los ojos de este mundo que ningun encanto tenia ya para ellos. Sé que las formalidades glaciales de la etiqueta, fueron reemplazadas por los reproches, que la indiferencia cedió su puesto al desprecio, el desprecio al disgusto, y el disgusto al ódio hasta que al fin no pudiendo sufrirse el uno al otro se vieron obligados á separarse.

—Y bien! se separaron —dijo Monks. ¿Esto qué prueba?

Despues de algun tiempo de separacion —continuó Mr. Brownlow —y cuando vuestra madre lanzada en el torbellino del gran mundo, hubo olvidado completamente al hombre que le habian dado por marido y que era mas jóven que ella, á lo menos de once años; éste, que hasta entonces habia llevado una vida retirada, adquirió nuevas relaciones. Ya sabeis vos esto; estoy seguro.

—No —dijo Monks —Nada sé.

—Vuestro semblante prueba lo contrario. De lo que hablo, hace cerca quince años; vos teniais entonces diez ú once y vuestro padre no mas que treinta porque lo repito, no era mas que un niño cuando su padre le obligó á casarse. ¿Deberé recordar un acontecimiento que por respeto á la memoria de vuestro padre, quisiera pasar en silencio, ó quereis evitarme la pena de ello confesándome la verdad?

—Como nada sé, nada tengo que decir!.. —contestó Monks.

—Entre las nuevas amistades que adquirió vuestro padre —prosiguió Mr. Brownlow —se contaba la de un oficial de marina, viudo desde bacia seis meses y que vivia solo con dos hijos. Habia tenido muchos; pero felizmente habia perdido los otros. Eran dos hijas; la una un ángel de hermosura que en esta época podia tener diez y ocho años, y la otra una niña de dos ó tres años.

—Qué puede importarme esto á mí? —preguntó Monks.

—Ese oficial de marina —añadió Mr. Brownlow sin parecer parar la atencion á la pregunta de Monks —habitaba una casa en ese distrito de la Inglaterra que vuestro padre recorrió en la época de sus desgracias, y en cuya casa fué hospedado. Poco tiempo fué necesario para que se ligaran con una estrecha amistad. Vuestro padre poseia ventajas que poseen pocos hombres; era un hermoso muchacho y abrigaba su corazon franco y generoso como su hermana. Cuanto mas le conoció el anciano oficial mas le amó. Desgraciadamente sucedió lo mismo con su hija... Antes de transcurrir un año estaba ya ligado por medio de un juramento con esta jóven vírgen, víctima de una pasion viva y sincera... de un primer amor en fin.

—Vuestro cuento es de los mas largos —observó Monks mohíno.

—Es, jóven, una relacion, de desgracias, de tristezas y de miserias —replicó Mr. Brownlow —y tales cuentos (como os place llamarlos) son siempre largos. En fin uno de los parientes de vuestro padre (por amor al cual fué sacrificado, como tantos otros) murió; y como si hubiese querido reparar el mal de que habia sido causa, le legó toda su fortuna que era considerable. Vuestro padre tuvo que dirigirse á Roma, donde este pariente habia ido para su salud y donde murió sin haber puesto en arreglo sus asuntos. Fué pues allí y cayó gravemente enfermo. Vuestra madre que lo supo en Paris, donde habitaba entonces, partió al momento con vos para ir á encontrarle. Murió el dia de vuestra llegada sin haber hecho testamento; de suerte, que su fortuna os cabió en reparto á los dos.

A este punto de la relacion Monks prestó oido atento, sin mirar con todo á Mr. Brownlow.

—Antes de embarcarse y al pasar por Londres —prosiguió Mr. Brownlow —mirándole fijamente, vuestro padre vino á verme.

—Jamás he tenido noticia de esto —replicó Monks.

—Si jóven; vino á verme, y me dejó entre otras cosas un retrato pintado por él mismo... el retrato de aquella jóven que no podia llevarse... Estaba agoviado por los remordimientos; se acusaba de haber causado la ruina y la deshonra de una familia, y me confió la intencion que tenia de convertir todos sus bienes en dinero (costarle lo que le costare) y despues de haberos dejado á vos y á vuestra madre una parte de ese dinero, huir á pais estraño. Adiviné bien que no huiria solo... Nada mas me dijo, y me ocultó el rostro... á mi, su amigo antiguo... su amigo de infancia! Prometió escribirme; decírmelo todo y volverme á ver una sola y última vez antes de dejar para siempre la Inglaterra... Ay!.. no debia verle ya mas, y ni aun recibí carta suya. Algun tiempo despues de su muerte —continuó Mr. Bronwlow —fui personalmente al domicilio del padre de la jóven, resuelto, en el caso de que mis temores fueran demasiado fundados á ofrecer asilo y proteccion á una pobre jóven errante que un amor culpable (segun el mundo) habia arrastrado á su pérdida. Hacia ocho dias que habian abandonado el pais. Despues de haber pagado algunas pequeñas deudas, habian partido de noche. Donde, y porque esto es lo que nadie pudo decirme.

Monks pareció encontrarse mas á satisfaccion, y lanzó á su alrededor una mirada triunfante.

—Cuando vuestro hermano —prosiguió Mr. Brownlow acercándose á Monks —pobre y oprimido cayó entre mis manos (no diré por la mayor de las casualidades sino por los cuidados de la providencia) y le salvé del vicio y del oprobio...

—Qué! —esclamó Monks estremeciéndose de sorpresa.

—Si jóven, yo mismo —replicó Mr. Brownlow. Os he dicho que acabaria por interesaros. Sé bien que vuestro ladino compañero no os ha dicho el nombre del que habia amparado al pequeño Oliverio: sin duda tenia para ello sus razones. Cuando pues ese pobre niño fué recibido por mí, y hubo pasado todo el término de su convalescencia, su semejanza perfecta con el retrato de que os he hablado, me llenó de asombro. Mas en el mismo instante en que le ví por la primera vez cubierto de harapos, noté al momento en su fisonomía una espresion lánguida que me recordó los rasgos de una persona que me habia sido muy querida... No tengo necesidad de deciros, que fué cojido otra vez por vuestros asociados antes de saber su historia.

—Por qué no?.. —preguntó vivamente el otro.

—Porque estais muy enterado de ello.

—Yo!

—Es inútil el negar —dijo Mr. Brownlow —Voy á probaro que sé mas de lo que os figurais.

—Nada podeis probar contra mí! —balbuceó Monks —Os desafio á que probeis, que yo figuré en ello para nada!

—Esto es lo que vamos á ver —repuso Mr. Brownlow lanzando á Monks una mirada escudriñadora —Perdí á Oliverio y todo lo que pude hacer para volverlo á encontrar fué inútil. Habiendo muerto vuestra madre, sabia que solo vos podiais aclarar este misterio, y como os hallabais entonces en la India donde de resultas de ciertas fechorías, debisteis refugiaros para evitar aquí cuestiones con la justicia, hice un viaje allí. Hacia algunos meses que habiais regresado á Londres; y tambien regresé. Ninguno de vuestros corresponsales pudo decirme donde habitabais: —ibais, —y veniais —me dijeron —sin residir positivamente en tal ó cual sitio, llevando el mismo género de vida, que antes de vuestra partida para la India. Azoté calles noche y dia con la esperanza de encontraros, y como veis hasta hoy no he podido lograrlo.

—Y aquí me teneis! —dijo Monks con descaro levantándose de su silla. —En fin que me queréis?.. El fraude, y el robo son dos hermosas palabras justificadas (segun vos) por una semejanza imaginaria entre un diablillo y un hombre que no existe desde hace muchos años... Mi hermano!.. Vos ignorais á lo que veo que de aquella union criminal resultan un niño... ni aun esto sabeis!

—Es verdad que lo he ignorado largo tiempo —repuso Monsieur Brownlow levantándose á su vez —pero lo sé todo desde hace quince dias. Teneis un hermano, no lo ignorais, y lo que es mas, le conoceis. Existia un testamento que vuestra madre destruyó. Vos mismo estabais en el secreto y debiais aprovecharos de él despues de su muerte. Este testamento estaba otorgado en favor del niño que probablemente debia nacer de aquella union culpable; ese niño nació, y su semejanza notable con su padre hizo que lo reconocierais cuando la casualidad, lo puso ante vos. Os dirijisteis al lugar de su nacimiento; hicisteis destruir ó mas bien destruisteis vos mismo las pruebas, que podian justificar, de que padres era hijo. Puedo á mas, en caso necesario recordaros vuestras propias palabras —Ya veis, las únicas cosas que hubieran podido servir para probar la identidad de ese niño, están en el fondo del rio; y la vieja Sibila que las recibió de la madre, hace largo tiempo que ha muerto y sus huesos están podridos dentro de su ataud. —Hijo indigno!.. vil!.. falso!.. Vos que os rozais con ladrones y asesinos, y teneis entrevistas con ellos en medio de la noche y en lugares inmundos; vos cuyas tramas y complots, han causado la muerte de tantas personas de vuestra condicion; vos que desde vuestra infancia habeis sido arma de dolor para vuestro desdichado padre, y cuyos escesos en todo género de vicios llevais estampados en vuestro rostro; que con justa razon puede mirarse como el espejo de vuestra alma; vos Eduardo Leeford, me desafiais aun?

—No, no!.. —esclamó Monks aterrado por estas palabras.

—Cada espresion pronunciada entre vos y Fagin (el judío) me es conocida —dijo Mr. Brownlow —Las sombras que vos mismo habeis visto en la pared han retenido vuestros cuchicheos y me los han transmitido. La vista del niño perseguido ha cambiado el vicio en valor y diré mas en virtud. Un asesinato acaba de ser cometido; de este asesinato vos sois autor moral sino realmente...

—No, no! —gritó Monks —Soy inocente de él, os lo juro! Entraba allí para informarme de ello cuando me habeis preso. No conozco su causa; yo la atribuia á otra cosa.

—Esta causa es la revelacion de una parte de vuestros secretos —dijo Mr. Brownlow —Queréis revelar la restante?..

—Sí; sí!..

—Confesar la verdad ante testigos?

—Tambien lo prometo.

—Estaros quieto hasta que yo haya adquirido otras noticias para venir conmigo al sitio que sea necesario.

—Si insisteis sobre este punto consiento tambien —replicó Monks.

—Exijo de vos mas que esto —añadió Mr. Brownlow —Es preciso que hagais una restitucion á vuestro hermano. Aunque ese pobre niño sea el fruto de un amor culpable no por ello es menos vuestro hermano. Sabeis las cláusulas del testamento, ejecutadlas por lo que atañe al pequeño Oliverio, é id luego donde querais.

Mientras que Monks se paseaba arriba y abajo en la sala reflecsionando en las condiciones terminantes que le imponia Monsieur Brownlow, Mr. Losberne entró muy conmovido.

—No puede dejar de ser cojido —esclamó.

—El asesino, queréis decir? preguntó Mr. Brownlow.

—Sí, sí —repuso el doctor —se ha visto á su perro en los alrededores de una casa que frecuenta ordinariamente; su amo está sin duda dentro ó sino entrará en ella probablemente por la noche. La policía está al acecho; he hablado á los hombres encargados de prenderle, y me han asegurado que no puede escapárseles. El gobierno ha hecho publicar una recompensa de cien libras esterlinas al que le pondrá la mano encima.

—Yo daré cincuenta mas —dijo Mr. Brownlow —y haré yo mismo el ofrecimiento en el mismo sitio si me es posible trasladarme á él. Dónde está Mr. Maylie?

—Enrique?.. Luego que os ha sabido en seguridad con este desconocido —respondió el doctor —ha mandado ensillar su caballo y ha ido á ver lo que ocurre.

—Y el judío?

—Aun no habia sido preso cuando me he informado de todo esto —pero pronto lo será.

—Estais bien decidido?.. —dijo Mr. Brownlow al oido de Monks.

—Sí; —respondió éste —¿me prometeis el secreto?

—Permaneced aquí hasta mi vuelta.

Dicho esto Mr. Brownlow salió con Mr. Losberne y cerró la puerta del aposento con llave.

—Cuál es el resultado de vuestra entrevista? preguntó el doctor.

—El que me esperaba y aun mas —respondió Mr. Brownlow —Le he probado que no habia para él ninguna esperanza de salvacion. Hacedme el favor de escribir y dad cita para pasado mañana á las siete.

Los dos amigos se separaron en estremo agitados.

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