CAPÍTULO XLVII.

SIKES ES PERSEGUIDO —COMO ESCAPA Á LA POLICÍA.

CERCA de ese punto del Támesis en que está situada la iglesia de Rotherhithe existe hoy dia el mas súcio, mas estraño y mas estraordinario de los rincones que hay en Londres; rincon desconocido aun de nombre á la mayor parte de sus habitantes.

En la isla de Jacob, las casas que antiguamente servian de almacenes están sin techos, las paredes arruinadas, las ventanas faltas de marcos, las puertas no se sostienen en nada y amenazan caer en la calle; las chimeneas negras, pero no sale de ellas humo. Hace treinta ó cuarenta años era este un barrio comercial, mientras que ahora no es mas que una isla desierta. Los edificios carecen de propietarios y solo están ocupados por aquellos que tienen el valor de vivir y morir en ellos.

En un aposento superior de una de esas casas se hallaban reunidos tres hombres mirándose unos á otros en silencio; el uno era Tobias Crachit, el otro maese Chitling y el tercero llamado Kags, hombre de cincuenta años, cuyo rostro estaba cubierto de magulladuras y de cicatrices, era un presidario evadido.

—Querido —dijo Tobias dirijiéndose á Chitling —me hubieras dado mucho gusto si te hubieses refugiado en otra parte.

—Vaya una gracia! —añadió Kags —como si no hubiera bastantes casuchas, para venir aquí á comprometernos!..

—Me esperaba por cierto de vosotros una acogida tan lisongera —replicó Chitling con acento desconcertado.

—Crees tu —repuso Tobias —que sea muy grato para un mozo como yo, que vive retirado, todo lo posible, y que se ha sabido conservarse en su casa sin excitar la menor sospecha, recibir de improviso la visita de un particular que por muy amable y aun placentero que sea en el juego de cartas no deja por ello de estar en una posicion equívoca?

—Sobre todo cuando ese mozo hospeda en su casa á un amigo llegado de paises lejanos, mas pronto de lo que se esperaba, y que es á un mismo tiempo demasiado modesto y demasiado circunspecto para presentarse á los jueces á su regreso!.. repuso Kags.

—Cuándo ha sido preso el judío?.. —preguntó Tobias Crachit.

—A las dos de la tarde, justamente en el acto de comer... respondió maese Chitling. Carlota y yo hemos sido muy afortunados en habernos podido escapar por la chimenea de la cocina; en cuanto á Mauricio Bolter, se habia ocultado en el colador que habia tenido ocurrencia de poner boca abajo, pero sus largos remos que salian fuera lo han descubierto y tambien ha sido cojido.

—Y Betsy?

—Pobre Betsy! —dije Chitling con acento lastimero —ha ido allí para ver el cadáver, y la revolucion que esto la ha causado la ha vuelto loca.

—Qué se ha hecho el pequeño Carloto?.. preguntó Kags.

—Está en algun rincon de estos alrededores esperando sin duda que sea de noche para venir aquí —respondió Chitling —ahora ya no puede lardar. No hay que hablar, de ir á otra parte; la tropa sorda ha empezado por echar el guante á todos los que se hallaban en los Tres cojos. Ha sido fortuna para mí encontrarme fuera, de otro modo, hubiera formado cuerda con los otros. La sala del fondo y la de entrada están llenas de langostas os aseguro que hace allí calor!

—Arbitrariedad como ella! dijo Tobias Crachit mordiéndose los lábios. —Hay mas de uno que la saltará en este asunto!

—Los asisses han empezado —dijo Kags —si calientan el negocio, si Bolter suelta el pico á cargo de Fagin (lo que no cabe duda despues de lo que tiene ya dicho) el pobre viejo judío, quedará convencido de complicidad en el asesinato y dentro ocho dias á contar desde hoy la danzará de lo lindo.

—Daba grima oir á la multitud como gritaba tras él!.. dijo Chitling. A no ser la tropa sorda lo hubieran hecho añicos. —Una vez lo han derribado en tierra y estoy seguro que lo hubieran muerto si los langostos no hubiesen al momento formado circulo á su alrededor; pero puede decir que ha escapado de una buena.

Mientras que con los ojos bajos y el oido atento parecian todos abismados en profunda reflecsion, se oyó en la escalera un pataleo y el perro de Sikes entró de un salto en la estancia. Miraron inmediatamente á la ventana; pero no vieron á nadie —bajaron la escalera, nadie; salieron á la calle, nadie.

—Qué significa esto? —dijo Tobias —Acaso se atreveria á venir?.. Espero que no!

—Si hubiese decidido venir aquí le hubiéramos visto tras de su perro!

—De dónde vendrá ese animal? —dijo Tobias —Sin duda habrá estado en las otras casuchas y habiendo visto allí una multitud de personas que no conoce habrá corrido aquí, donde ha venido tantas veces. Pero por qué llega solo?

—Creéis que haya sido destruido?.. preguntó Chitling.

Tobias sacudió la cabeza en señal de duda.

—Si esto fuera —repuso Kags —el perro nos atormentaria para que le acompañáramos, en el sitio. Creo mas bien que habrá pasado en pais estrangero, perdiendo á su perro.

Todos fueron de la opinion del presidario, y el perro encajándose en una silla, se puso á dormir.

Como era ya de noche, cerraron los postigos y pusieron una vela sobre la mesa. Los acontecimientos de los dos dias anteriores habian hecho tal impresion en ellos que se estremecian al menor ruido. Se acercaron el uno al otro y se hablaron en voz baja como si el cadáver de la jóven hubiera estado en el aposento vecino.

Largo rato hacia que permanecian en esta posicion cuando de repente llamaron á la puerta de la calle.

—Es el pequeño Carloto —dijo Kags.

Llamaron de nuevo con golpes redoblados.

—No; no es Carloto!.. el no llama nunca de tal modo.

Tobias Crachit se aventuró á mirar por la ventana, pero se retiró de ella temblando; su palidez decia lo bastante. El perro se puso al momento sobre sus patas y corrió hácia la puerta ladrando.

—Será preciso abrirle —dijo Tobias tomando la vela.

—No hay medio de hacer otra cosa?

—No; es preciso abrirle —replicó Tobias.

—No vayas á dejarnos sin luz —dijo Kags.

Crachit bajó á abrir, y volvió acompañado de un hombre con la cabeza envuelta en un pañuelo. Este hombre no era otro que Sikes. Puso su mano sobre el respaldo de una silla, luego, volviendo la cabeza se estremeció y fué á sentarse en otra silla arrimada á la pared.

—Por qué se halla aquí ese perro?.. preguntó.

—Ha venido solo; hace dos ó tres horas.

—¿Es verdad que el periódico de esa tarde anuncia que Fagin ha sido preso?

—Es verdad.

—Qué el diablo cargue con todos vosotros!.. dijo Sikes pasando la mano por su frente... Ni uno ni otro teneis nada que decirme?

Se miraron unos á otros con aire embarazado; pero ninguno desplegó los lábios.

—Tú que eres aquí el patron, tienes ánsia de venderme, ó me dejarás ocultar hasta que estén hartos de pesquisas.... Ea.... habla!... preguntó Sikes dirijiéndose á Tobias Crachit.

—Puedes quedarte si te erees aquí seguro —respondió este.

Sikes volvió lentamente la cabeza hácia la pared contra la que estaba arrimado de espaldas, y dijo con voz hueca.

—Y á ella... la... han enterrado?

Se contentaron con hacer una señal de cabeza negativa.

—Por qué no la han enterrado?.. Quién llama?..

Tobias Crachit indicó con la mano que nada habia que temer, y habiendo bajado á abrir la puerta, volvió luego seguido de Cárlos Bates.

Este al ver al asesino retrocedió horrorizado.

—Tobias!.. ¿Por qué no haberme dicho esto abajo?

Los otros tres palidecieron á esta pregunta del niño, y Sikes que lo notó procuró acariciarlo.

Cárlos retrocedió tres pasos y puso la mano al pestillo de la puerta como en ademan de salir.

—Carloto! acaso no me reconoces?..

—No os acerqueis á mi monstruo!.. —esclamó Cárlos mirando al asesino con una expresion de terror y espanto.

Sikes se detuvo; sus ojos se encontraron; pero al momento bajó los suyos.

—Notad bien los tres lo que os digo —esclamó Cárlos cerrando los puños é irritándose mas y mas á medida que hablaba —Yo no le temo!.. Si vienen á buscarle aquí; yo mismo le entregaré!.. Os juro que lo haré como lo digo! Puede matarme si quiere ó si se atreve; pero os declaro que lo entregaré á la policía si estoy aquí cuando vengan para prenderle... Aunque tenga que ser quemado vivo lo entregaré!.. Asesino!.. Socorro... favor!.. Al asesino!..

Esto diciendo se abalanzó sobre Sikes que aturdido por sus gritos, y sorprendido de encontrar tanta energía y valor en un niño, se dejó derribar por él antes de tener tiempo de prepararse para la defensa.

La lucha con todo era demasiado desigual para poder prolongarse por mas tiempo. Ya Sikes recobrada la ventaja, oprimia con la rodilla el pecho del niño, cuando Crachit levantándose precipitadamente de su sitio, se precipitó sobre él y tirándole por el brazo le señaló con el dedo la ventana.

Habia una multitud de gente á la puerta de la calle; se hablaba en voz alta; el ruido de los pasos y el de las voces llegaron hasta ellos y los llenaron de espanto. Se daban á la puerta recios y redoblados golpes como para tenderla.

—Socorro!.. Al asesino!.. —gritaba Cárlos.

—En nombre de la ley abrid!.. —clamaban á sus vez las personas de afuera.

—Hundid la puerta!.. —repetia Cárlos. —No os abrirán —Venid en derechura al aposento en que veis luz... aquí está el asesino.

—Las puertas y los cerrojos empezaban á ceder á los esfuerzos de los acometidores, y los gritos de alegría de la multitud dieron á Sikes una idea justa del peligro que corria.

—No teneis un sitio dónde pueda encerrar á este infernal vocinglero?.. preguntó, buscando por el aposento.

Habiendo encontrado la puerta de un pequeño gabinete, la abrió y encerró dentro al niño.

—Ahora —dijo —la puerta de abajo está bien cerrada?

—Con llave y cerrojos —contestó Tobias.

—Los tableros son sólidos?..

—Forrados de hierro.

—Y los postigos?..

—Los postigos tambien.

—Que mil truenos te confunda!.. esclamó el asesino abriendo la ventana y desafiando á la muchedumbre.

—A tal desafio el populacho desenfrenado prorumpió en chiflas; los unos gritaban á los que estaban mas cerca que pusieran fuego á la casa, los otros instaban á los agentes de policía para que tiráran sobre él; pero entre los mas encarnizados estaba un caballero á caballo, que habiendo logrado abrirse paso entre la multitud, gritaba bajo las ventanas de la casa «Veinte guineas al que traiga una escala.»

—Van á invadir el edificio!.. —esclamó el asesino mirando por la ventana —Dadme una cuerda! una cuerda larga con cuya ayuda pueda deslizarme en el foso y luego poner piés en polvorosa.

—Tobias le señaló con el dedo donde se encontraban esos objetos, y el asesino habiendo escogido entre muchas cuerdas la mas larga y la mas récia, subió precipitadamente al desvan.

Todas las ventanas que caian al detrás de la casa, y tenian de consiguiente vista al foso habian sido aparedadas desde largo tiempo, escepto sin embargo una pequeña abertura, situada en el cuartito en que estaba encerrado Cárlos y la que era tan estrecha que no podia pasar por ella la cabeza. Desde esta abertura no cesaba de gritar á la gente de fuera que se dirijiera á este punto; de modo que cuando el asesino se presentó al borde del techo para mirar á sus piés, una muchedumbre de voces dieron aviso á los que estaban á la parte de delante de la casa y estos se dirijieron en masa, hacia el foso.

Despues de haber atrancado la puerta del desvan con un trozo de madera que habia tomado al efecto, salió por la lumbrera, y trepó sobré el tejado.

Miró aun otra vez bajo de él; el foso estaba seco.

—Cincuenta libras esterlinas al que lo coja vivo!.. —esclamó un caballero anciano cerca de allí. —Cincuenta libras al que lo coja vivo!.. Permaneceré aquí hasta que venga á buscarlas.

Reuniendo todas sus fuerzas y toda su energía á la vista del peligro, y estimulado por el ruido, que se hacia en el interior de la casa cuya puerta al fin habia sido derribada, pasó un cabo de su cuerda al rededor del cañon de una chimenea, y lo ató sólidamente en él; luego con la ayuda de sus manos, hizo en un santiamen, un nudo corredizo con el otro cabo. De este modo podia por medio de la cuerda, dejarse caer hasta algunos palmos del suelo y cortar en seguida la cuerda con el cuchillo que tenia abierto en su mano.

En el instante que tenia el nudo corredizo sobre su cabeza para pasarlo bajo su brazo, y cuando el viejo caballero en cuestion —el mismo que habia prometido cincuenta libras esterlinas al que prendiera el asesino, advertia á los que tenia al lado de los designios de éste —Sikes miró tras sí y cubriéndose el rostro con sus dos manos lanzó un grito de terror!

—Ah!.. Todavia esos ojos infernales! —clamó!..

Vacilando como si hubiese sido herido de un rayo, perdió el equilibrio y cayó de espaldas de la altura de treinta y cinco piés con el nudo corredizo pasado alrededor de su cuello. La cuerda se habia puesto tirante como la de una ballesta, y su efecto fué tan instantáneo, como la flecha que ella dispara. Tuvo lugar una horrible sacudida, luego un movimiento convulsivo del cuerpo, y el asesino quedó colgado, teniendo fuertemente oprimido en su mano el cuchillo abierto.

La antigua chimenea fué conmovida, pero con todo resistió; el cadáver del bandido, estaba arrimado á la pared.

Un perro, que no se habia visto hasta entonces se puso á correr á derecha é izquierda por el borde del tejado y dando un ahullido espantoso, saltó de repente sobre las espaldas del colgado. Habiendo faltado el golpe, cayó en el foso, de cabeza contra una piedra y se rompió el cráneo.

Muerte de Sikes.

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