CAPÍTULO XXXVIII.

EL LECTOR VUELVE Á ENCONTRARSE CON CONOCIDOS ANTIGUOS. MONKS Y FAGIN SE CONFABULAN ENTRE ELLOS.

PODIAN ser cerca las siete horas de la noche, del dia siguiente al en que los tres dignos personajes de que se ha hablado en el capítulo precedente arreglaron juntos sus negocios, cuando Guillermo Sikes, dispertándose de improviso, preguntó con tono áspero que hora era.

Cubierta la cabeza con un gorro súcio de algodon y envuelto en su gran redingote blanco á guisa de bata, el bandido descansaba tranquilamente sobre su lecho. Una barba recia y espesa que no habia sido afeitada desde ocho dias, unida al tinte cadáverico de su rostro aumentaba la ferocidad de su fisonomía. El perro estaba echado á la cabecera de la cama y mirando á su amo con ojo inquieto, ya enderezando sus orejas ó gruñendo sordamente, segun el ruido que llamaba su atencion. Cerca la ventana permanecia una jóven ocupada en remendar un chaleco viejo que formaba parte del traje del ladron. Estaba pálida y descompuesta á fuerza de velas y privaciones que á no ser el timbre de su voz, en el momento en que respondió á la pregunta de Sikes, hubiera sido muy difícil reconocer en ella á aquella Nancy que ha figurado ya en el curso de esta historia.

—En este momento acaban de dar la siete —dijo —¿Cómo te encuentras esta noche Guillermo?

—Tan débil como el agua —contestó Sikes con un juramento horrible —Ea, dame la mano y ayúdame á salir de una manera ó de otra de este lecho infernal!

La enfermedad de Sikes no habia ablandado su carácter; porque en el momento en que Nancy ayudándole á levantarse, lo acompañaba hácia una silla, arrojó imprecaciones contra su impericia y la pegó.

—Déjate de lloriqueos! —dijo —quítate de aquí sino quieres sorberte los mocos! Si no puedes hacer nada mejor, lárgate pronto! Oyes?

—Por qué Guillermo? —preguntó ésta poniendo su mano sobre la espalda de Sikes —Oh! tú no tienes intencion de maltratarme esta noche?

—No! y por qué, sepamos? —esclamó Sikes.

—Tantas noches —replicó la jóven con un acento de ternura, que prestaba la mayor dulzura á su voz. —Tantas noches como he pasado á tu lado cuidándote como si fueras un niño! Y hoy que por primera vez te veo un poco repuesto, estoy segura que no me hubieras tratado como acabas de hacerlo, si tu lo hubieses recordado, no es cierto? Vamos Guillermo habia francamente!

—Por vida de... no digo no! —contestó Sikes —ciertamente no lo hubiera hecho... Voto al diablo con la muchacha todavía lloriquea!

—No es nada —dijo ésta dejándose caer en una silla —no hagas caso de mi, es cosa de un momento... esto pronto se pasará.

—Qué es lo que pronto se pasará? —preguntó Sikes con tono furioso; —que te dá ahora? Ea levántate! paséate por el aposento y no vengas á embaucarme con tus beberías de mujer!

En cualquiera otra circunstancia esta amonestacion hecha con ademan ríjido sin duda hubiera producido su efecto; pero la jóven debilitada por los insomnios y abatida por la fatiga, dejó caer su cabeza sobre el respaldo de la silla, antes que Sikes tuviera tiempo de pasar el rosario de juramentos, que tenia todo preparado en casos semejantes. No sabiendo que hacer en tal circunstancia, porque las convulsiones de la Señorita Nancy eran de naturaleza contraria á todo ausilio, ensayó una blasfemia, y viendo que esta clase de tratamiento era completamente ineficaz, gritó socorro!

—Qué sucede querido? —dijo el judío Fagin abriendo la puerta del aposento.

—Mas valiera que socorrieseis á esta muchacha —dijo Sikes con tono impaciente, en vez de estaros allí plantado y mirándome como á un animal curioso!

Fagin se acercó al momento á Nancy soltando una esclamacion de sorpresa, mientras que Jaime Dawkins, por otro nombre el fino Camastron, que habia seguido á su venerable amigo, colocó sin demora en el suelo un bulto de que iba cargado, y tomando una botella de manos de maese Bates, que entró trás de él, la destapó en un decir Jesus con sus dientes, y derramó una parte del licor contenido en ella en el gaznate de la jóven; no sin haberla gustado antes por temor de equivocacion.

—Carlos, dadle un soplo de aire con el fuelle! dijo Dawkins, y vos Fagin pellizcadle en la mano, en tanto que Guillermo la afloja!

Estos socorros administrados á tiempo y con celo, sobre todo los que estaban confiados á Maese Bates, quien parecia tener un placer del todo particular, en desempeñar concienzudamente su deber, no tardaron mucho tiempo en producir el efecto que de ellos esperaban: Nancy recobró poco á poco los sentidos y dejándose caer en una silla situada á la cabecera de la cama, ocultó su rostro bajo la almohada, dejando enteramente el cuidado de presentar los recien venidos á Sikes, algo asombrado de su visita inesperada.

—Por qué motivo habeis venido? —preguntó á Fagin —Qué mal viento os he soplado aquí?

—Querido, no es un mal viento —respondió el judío —porque un mal viento jamás sopla nada bueno, sea para quien sea y yo os traigo algo de bueno, que os alegrará la vista. Camastron, amigo mio, deslia ese paquete y dá á Guillermo esas fiambres por las cuales hemos gastado esa mañana todo nuestro caudal.

A la invitacion de Fagin, el Camastron deslió el paquete, que formaba un volúmen algo grueso y que estaba envuelto en un viejo mantel; pasó los objetos que contenia uno por uno á Cárlos Bates, quien hacia el panejírico de cada uno de ellos al colocarlo sobre la mesa.

—Ah! ah! —hizo el judío frotándose las manos con ademan de satisfaccion —he aquí algo con que confortaros! Guillermo esto vá á restableceros!

—Todo esto es bello y bueno —dijo éste —pero yo necesito dinero esta misma noche.

—No llevo sobre mí una sola moneda —contestó el judío.

—Teneis en vuestra casa las suficientes para hacer chirriar la sarten —replicó Sikes —y de allí es de donde me convienen.

—Para hacer chirriar la sarten! ¿Lo creeis así? —esclamó el judío elevando las manos al cielo. —Las pocas que tengo no bastarian para...

—No se las que teneis y no dudo que os costaria trabajo á vos mismo de saberlo; por el mucho tiempo que os exijiria el contarlas. —dijo Sikes —Lo que sé positivamente, es que esta misma noche necesito algunas de ellas.

—Está bien, esto basta —replicó el judío con un suspiro —voy á enviar incontinenti al Camastron...

—No me conviene; el Camastron es demasiado Camastron y puede que se olvidase de volver. Además podria suceder tambien, que perdiese el camino ó que cayera en una trampa, ó se valiera de cualquiera otra escusa de esta clase, si vos le inspirais la idea... Será mejor que Nancy vaya con vos á buscar el plus: esto es mas seguro. Yo entre tanto me acostaré y echaré un sueño.

Despues de muchas contestaciones y regateos de una parte y otra, el judío redujo la suma de cinco libras exijida por Sikes á tres libras cuatro chelines seis peniques, protestando con juramento que no le quedarian mas que un chelin y seis peniques para subvenir á la manutencion de la casa. A lo que habiendo contestado Sikes con tono brusco que si no habia medio de procurarse mas, era preciso conformarse. Nancy se preparó para salir con Fagin, en tanto que el Camastron y maese Bates arreglaban los comestibles en la alacena.

Entonces el judío se despidió de su amigo y regresó á su casa acompañado de sus educandos y de Nancy. Sikes al verse solo se echó sobre la cama y se dispuso á dormir para matar el tiempo hasta la vuelta de la jóven.

Aquellos llegaron á dicha casa en la que encontraron á Tobias Crachit y al señor Chattiling con ánimo de emprender su quincuagésima partida de los cientos.

—Ha venido alguien, Tobias? preguntó el judío.

—No he visto á alma viviente —respondió Crachit tirando el cuello de su camisa.

En esto el judío manifestó que era ya mas que tiempo de andar á caza, pues que habian dado las diez y todavia no se habia hecho nada y los alanos partieron para distribuirse á los barrios respectivos.

—Ahora Nancy —dijo aquel cuando hubieron dejado el aposento —voy á buscar ese dinero. Esta es la llave del armario pequeño donde cierro todo lo que me llevan mis jóvenes educandos. Querida, jamás cierro mi dinero con llave; porque no tengo para ello lo bastante... ah! ah! ah! No ciertamente; no tengo mas que una miseria... Nancy, pobre es nuestro comercio! no dá para el calzado que cuesta... y si no fuera por lo que quiero á los muchachos tiempo hace que hubiera renunciado... Pero los ayudo querida; los sostengo Nancy... toda la carga es para mi, hija mia... Chiton! —dijo escondiendo precipitadamente la llave en su pecho —Quién puede ser? escucha!

La jóven que estaba sentada con los brazos cruzados y los codos apoyados sobre el borde de la mesa, afectó la mayor indiferencia, á la llegada de un tercero y pareció darse poco cuidado en saber cual era la persona que venia á tal hora, cuando el cuchicheo de una voz de hombre hirió su oido. Entonces se quitó el sombrero y el chal con la rapidez del rayo, los arrojó sobre la mesa, lamentándose del calor con un tono lánguido que contrastaba singularmente con la viveza de sus movimientos; lo que no advirtió el judío por haberse vuelto en este momento de espaldas.

—Ah! ah! —dijo como contrariado por la visita del importuno —es el hombre que esperaba... Va á bajar aquí Nancy. No tienes necesidad de hablar de ese dinero en su presencia... lo oyes? No estará mucho tiempo querida... diez minutos lo mas.

El judío tomó la vela y fué á abrir la puerta al visitador.

—Es una de mis muchachas. —dijo el judío viendo á Monks (porque era el mismo) retroceder á la vista de la jóven. —No te muevas de aquí, hija mia!

Esta aprocsimándose á la mesa miró á Monks con aire indiferente y bajó al momento los ojos; pero habiéndose este vuelto hácia el judío para dirijirle la palabra, le lanzó al soslayo una nueva mirada tan diferente de la primera, tan viva y penetrante que si alguno hubiese estado allí para notar la diferencia, le hubiera costado mucho convencerse de que proviniesen de la misma persona.

—Teneis alguna nueva noticia que comunicarme? —preguntó el judío.

—Si, una muy grande! —respondió Monks.

—Y buena... sin duda? —volvió á preguntar el judío vacilando como si temiese disgustar al otro por exceso de curiosidad.

—No mala... tanto se vale! —replicó Monks sonriendo. —Esta vez he sido bastante afortunado. Quisiera deciros dos palabras á solas.

Nancy se reclinó sobre la mesa y no hizo el menor ademan de marcharse á pesar de ver que Monks la señalaba con el dedo, dirijiéndose al judío. Este temiendo sin duda que hablára del dinero si intentaba despedirla hizo un movimiento de cabeza para indicar el piso superior y salió con su amigo.

Aun no habia cesado el ruido de sus pasos, cuando la jóven se descalzó, arremangó su vestido sobre la cabeza y escuchó atentamente á la puerta. Despues que nada vió, salió de puntillas y subiendo la escalera en el mayor silencio; pronto desapareció en la obscuridad.

Al cabo de un cuarto de hora ó veinte minutos lo mas, bajó con la misma ligereza que habia subido y fué pronto seguida de los dos hombres. Monks no tardó en salir, y el judío volvió á subir la escalera para ir á buscar el dinero. En el momento que entró, la jóven se ponia el sombrero y el chal para prepararse á marchar.

—Qué es lo que tienes Nancy? —esclamó el judío asombrado, despues de colocar la vela sobre la mesa —Que pálida estás!

—Pálida! —esclamó á su vez la jóven poniendo la mano ante sus ojos para sostener con mas firmeza la mirada del judío.

—Sí, estás pálida como la muerte —replicó éste —Qué ha sucedido?

—Oh! nada... A menos que esto no sea por haber estado encerrada todo este tiempo en este aposento, donde hace un calor sofocante —repuso la muchacha con frialdad... Ea concluyamos y que me vaya!

Fagin entregó á Nancy la suma convenida exhalando un suspiro á cada moneda que le ponia en la mano y despues de haberse dado recíprocamente las buenas noches, se separaron.

Apenas la jóven estuvo en la calle, se vió obligada á sentarse en el lindar de una puerta, por sentirse imposibilitada de continuar su camino. De repente se levantó y se puso á correr en direccion enteramente opuesta al domicilio de Sikes, hasta que estenuada de fatiga y bañada en sudor se paró al fin para tomar aliento. Entonces como vuelta en sí, y como desesperada de ejecutar un proyecto que tenia á la cabeza se torció los brazos y lloró amargamente.

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