CAPÍTULO XXXVI.

EN EL QUE, TRANSPORTÁNDOSE AL CAPÍTULO XXXIII DE ESTA OBRA, SE NOTARÁ UN CONTRASTE POR DESGRACIA DEMASIADO COMUN EN EL MATRIMONIO.

MONSIEUR Bumble estaba sentado en el locutorio de la casa de caridad con los ojos tristemente fijos en el hogar que por razon de la bella primavera se hallaba sin fuego.

La tristeza de Mr. Bumble no era la sola cosa capaz de exitar la compasion. Todo en su persona anunciaba que habia tenido lugar un gran cambio en su posicion social. ¿Qué se habian hecho el sombrero de tres picos y el frac galoneado? Es cierto que llevaba como antes unos calzones cortos y medias de algodon negras, pero ellos no eran ya los calzones de paño felpudo. La casaca tenia largos faldones, como la otra; pero cuán diferente de ella. El elegante sombrero de tres picos habia sido reemplazado por un modesto sombrero redondo... Mr. Bumble en fin no era ya Pertiguero.

Mr. Bumble se habia casado con la Señora Corney y habia llegado al grado de director de la casa de caridad.

—Pensar que mañana hará dos meses que estamos casados!

Se hubiera podido creer, por lo que acababa de decir Mr. Bumble, que este corto espacio de tiempo habia comprendido toda una existencia de felicidad; pero un fuerte suspiro probaba demasiado lo contrario.

—Me he vendido por seis cucharas de café, un par de tenacillas para el azúcar, un jarro de leche, algunos malos muebles y veinte libras esterlinas —Puedo alabarme de haber sido muy mentecato! Preciso es confesar que la compra ha sido buena!

—Buena compra! Buena compra! —gritó una voz acre al oido de Mr. Bumble. —Menos que ello, hubiera sido aun demasiado por lo que vos valeis.

Mr. Bumble se volvió y se encontró cara á cara con su interesante mitad que habia cojido imperfectamente el sentido de sus medias palabras.

—Señora Bumble! —dijo éste con aire severo y sentimental.

—Y qué? —contestó la señora.

—Tened la bondad de mirarme un poco si os place! Si sostiene mi mirada —se dijo Mr. Bumble para sí mismo, —puede desafiarlo todo. Jamás (al menos que yo sepa) he dejado de producir el mayor efecto sobre los pobres... Si ella puede suportarla, mi autoridad está perdida para siempre.

El caso es que la matrona de ningun modo se desconcertó por la que le lanzó Mr. Bumble. Muy lejos de ello afectó la mayor indiferencia y llevó el desprecio hasta reirse en las propias barbas de su marido de tan buena gana en apariencia y con tanto estrépito como si fuera lo mas natural.

Asombrado de un hecho que de seguro no esparaba, Mr. Bumble no supo si debia dar crédito á sus ojos y á sus orejas. Se puso pensativo y solo la voz de su dulce mitad pudo sacarle de sus reflecsiones.

—Vais á quedaros aquí todo el dia roncando? —preguntó ésta.

—Me quedaré aquí todo el tiempo que me dará la gana, lo entendeis —señora —contestó Mr. Bumble... Y aun que no ronco roncaré, bostezaré, estornudaré, reiré, cantaré, gritaré, segun sea mi capricho, á tenor de mis prerrogativas.

—Vuestras prerrogativas? —esclamó la Señora Bumble.

—He dicho la palabra señora! observó el ex-pertiguero. —Las prerrogativas del hombre... son el mandar.

—Y cuáles son las prerrogativas de la mujer... si os place?

—El obedecer señora! —respondió Mr. Bumble con voz de trueno. —Vuestro difunto primer marido (el desdichado Corney) hubiera debido enseñároslo y pueda que si lo hubiese hecho fuera aun de este mundo... Pobre hombre! yo me alegraria de ello de todo corazon!

La Señora Bumble vió de una sola ojeada que era llegado el momento decisivo y que era preciso dar un gran golpe para asegurar la soberanía en favor del uno ó del otro. Así pues, luego que hubo oido la alusion hecha á la memoria del difunto, dejándose caer en una silla, gritó que Mr. Bumble no era mas que un irracional y derramó un torrente de lágrimas.

Pero las lágrimas no eran cosa capaz de hallar cabida en el corazon de Mr. Bumble el cual estaba construido á prueba de agua.

—Esto descarga los pulmones, lava la cara, ejercita los ojos y dulcifica el carácter —añadió —con que llorad, llorad querida!

Al propio tiempo Mr. Bumble tomó su sombrero que estaba colgado de un clavo y ladeándolo un tanto sobre su cabeza (á guisa de maton) y como corresponde al hombre que ha establecido su superioridad de una manera conveniente, metió ambas manos en sus faltriqueras y se dirijió, andando á saltitos hácia la puerta dándose humos de consumado espadachin.

La ante dicha Señora Corney habia ensayado el espediente del lloriqueo, por creerlo menos fatigoso que venir á las manos; pero con todo estaba completamente decidida á emplear este último medio como tuvo ocasion, de saberlo incontinenti Mr. Bumble. Un ruido sordo sorprendió á su oreja y al mismo tiempo su sombrero fué volando al otro estremo de la sala. Esta accion preliminar dejaba la cabeza de su dueño desnuda y la buena señora con una mano le cojió por el cogote y con la otra le asestó una lluvia de puñetazos sobre la desdichada cabeza con un vigor y una destreza poco comunes.

En esto la Señora Bumble dió algunos pasos atrás para arreglar la alfombra, que habia sido desordenada con los piés durante la lucha y Mr. Bumble se escapó sin dilacion de la sala.

Mr. Bumble quedó sumamente estupefacto y lindamente apaleado. Tenia una propension decidida en hacerse el fanfarron y esta propension le infundia cierto placer en ejercer una pequeña tiranía sobre los que le estaban subordinados: no necesitamos decir que era poltron.

Pero la medida de su degradacion no estaba llena aun y otra afrenta le estaba reservada. Despues de haber recorrido el establecimiento en todas direcciones pensando por la vez primera que la ley concerniente á los pobres —era demasiado severa y que aquellos que abandonaban sus mujeres y las dejaban, al cuidado de la parroquia eran mas dignos de compasion que de reproche atendido á lo mucho que debian haber sufrido, Mr. Bumble se encontró cerca el lavadero donde las mujeres de la casa lavaban ordinariamente la ropa de la parroquia y la conversacion le pareció en un diapason mas alto de lo regular.

—Hem! —hizo el digno director recobrando ese aire de orgullo que le era natural —al menos esas pordioseras —continuarán respetando mis prerrogativas —Ola! ¿qué significa este barullo? Os callaréis viejas brujas!

Esto diciendo Mr. Bumble abrió la puerta y se adelantó con ademan irritado; pero apenas hubo dado algunos pasos, se calmó viendo á su esposa que no esperaba encontrar allí.

—Mi querida amiga —dijo —no os hacia en este sitio.

—No eh? —contestó la amable señora —y vos mismo que venís á hacer en él?

—Mi querida amiga se me figuraba que hablaban demasiado para poder dedicarse á su trabajo! —repuso Mr. Bumble mirando con aire despavorido á dos viejas ocupadas en javonear en una cubeta y que se comunicaban su asombro respecto á la humildad del director de la casa.

—Se os figuró que hablaban demasiado no es cierto? —dijo la matrona —Y quién os hace meter á vos en camisa de once varas?

—Pero mi querida amiga! —replicó Mr. Bumble humildemente.

—Sí, lo repito; quién os hace meter en camisa de once varas? preguntó la matrona.

—Es cierto que vos sois aquí la señora. —respondió aquel con el mismo tono —pero creia que vos no podiais estar presente en este momento.

—Quereis que os hable claro Mr. Bumble —repuso la Señora —pues sabed que estais aquí de mas y que sois demasiado propenso á meter el hocico donde no os incumbe. No hay nadie de esta casa que no se ria de vos luego que habeis vuelto la espalda y vuestras boberías os hacen tan ridículo, que á cada hora del dia sois el bú de todo el mundo! Ea! salid de aquí!

Al aspecto de las dos viejas pordioseras que, se guiñaban grotescamente el ojo, Mr. Bumble esperimentó, un cerramiento de corazon y vaciló un instante, pero su consorte, cuya impaciencia no sufria retardo, cojió un cacillo, lo sumerjió en el agua de jabon y señalándole la puerta con el dedo, le mandó salir bajo pena de recibir el líquido sobre su noble persona.

Qué podia hacer Mr. Bumble? Miró en torno suyo con triante contrito y desfiló á paso redoblado. Apenas habia pasado el lindar de la puerta, cuando las carcajadas de las dos viejas redoblaron con mayor brio que antes. El las vió y le atravesaron hasta el centro del corazon. Esto solo faltaba. Estaba degradado á sus ojos; habia perdido su aplomo y su autoridad sobre los pobres del establecimiento, habia caido de la cumbre, de la grandeza y del esplendor del pertiguerismo al estado mas vil de marido con faldas.

—Y todo esto en el espacio de dos meses! —dijo Mr. Bumble con el alma agoviada de tan tristes pensamientos. —Dos meses!

Esto pasaba de la raya: Mr. Bumble descargó un bofeton al muchacho que le abrió la puerta principal, porque en medio de sus delirios habia llegado bajo el portal y se lanzó á la calle.

Marchó como un loco, tomando ya á la derecha y á la izquierda hasta que el aire y el ejercicio le hubieron calmado un tanto: entonces se sintió sediento: pasó por delante muchas tabernas, sin que llamasen su atencion y observando una entre otras situada al estremo de un callejon sin salida, entró en ella.

Un hombre estaba sentado á una mesa; era moreno y de buena talla; una larga capa cubria sus espaldas y le ocultaba una parte de las facciones. Parecia forastero en aquellos sitios y al mirar, el estravio de sus ojos y el polvo de su calzado, era fácil adivinar que venia de lejos. Lanzó una mirada oblícua á Monsieur Bumble; pero apenas se dignó contestar al saludo que éste le hizo.

Sin embargo sucedió (lo que sucede á menudo cuando los hombres se encuentran en tales circunstancias,) que Mr. Bumble, no pudo menos de lanzar de tanto en tanto una mirada furtiva al desconocido; y cada vez que este le sucedia, volvia pronto la vista sobre el periódico, confuso de ver que en el propio instante aquel le miraba de igual modo.

Despues que sus ojos se hubieron encontrado, así varias veces el desconocido rompió al fin el silencio.

Era á mí á quién buscabais cuando habeis metido la cabeza en la ventana? —dijo con voz sombría.

—No que sepa; á menos que no seais el Señor...

Aquí Mr. Bumble se paró en seco, porque deseaba saber el nombre del desconocido y pensó que en su impaciencia éste acabaria la frase nombrándose.

—Veo ahora que no es á mi á quien buscais —continuó el otro con acento de desden —de lo contrario sabriais mi nombre.

—No ha sido mi ánimo ofenderos jóven! —observó Mr. Bumble con dignidad.

—Ni yo me ofendo. —contestó el otro.

Siguió á esto un corto silencio, que el forastero rompió de nuevo.

—Paréceme que os he visto otra vez —dijo —vestiais entonces otro traje. No he hecho mas que pasar por vuestro lado en la calle; pero creo reconoceros... ¿No habeis sido en otro tiempo pertiguero de esta parroquia?

—Sí —respondió Mr. Bumble algo sorprendido —pertiguero parroquial.

—Justamente. —repuso el otro balanceando la cabeza —Bajo ese traje os ví aquella vez... Qué sois al presente?

—Director de la casa de Caridad, jóven! —replicó Mr. Bumble cargando con énfasis cada una de estas palabras.

—A no dudarlo, tendréis la misma mira que en otro tiempo respecto á vuestros intereses? No es cierto? —preguntó el desconocido fijando sus ojos sobre Mr. Bumble. —No temais responderme francamente. Ya veis que os conozco algo bien.

Paréceme que un hombre casado, puede como cualquiera celibatario ahorrar algunos sueldos máxime cuando esto se hace por medios honrados —respondió Mr. Bumble mirando al otro de la cabeza á los piés con marcada perplejidad. Los agentes parroquiales no tienen que digamos gran cifra de salarios para rehusar algunas ganguillas cuando ellas se les presentan de una manera conveniente.

El desconocido se sonrió balanceando de nuevo la cabeza como para decir que habia adivinado muy bien á su hombre y tiró el cordon de la campanilla.

—Llenad esto! —dijo dando al mozo el vaso de Mr. Bumble —Fuerte y caliente! Creo que es asi como os gusta?

—No demasiado. —contestó Mr. Bumble fingiendo toser con fatiga.

—Muchacho, comprendeis lo que quiere decir esto? —repuso secamente el desconocido.

Aquel salió sonriendo y pronto volvió á aparecer con un vaso de grog del que se elevaba un vapor espeso que hizo venir las lágrimas á los ojos de Mr. Bumble luego que lo hubo acercado á sus lábios.

—Ahora escuchadme —dijo el desconocido despues de haber cerrado con cuidado la puerta y la ventana de la sala —He venido hoy á este país con el ánimo de encontraros; y por uno de esos percances que el diablo arroja algunas veces en el camino de sus amigos, entrais precisamente en la sala en que estoy y en el mismo instante en que mas pensaba en vos... Tengo necesidad de algunas noticias y aun que sean de poca importancia, no por eso os las pido de valde.

Al mismo tiempo colocó sobre la mesa dos soberanos; y cuando Mr. Bumble despues de haber examinado cada pieza para asegurarse que eran de buena ley, los hubo metido en el bolsillo de su chaleco con notable satisfaccion, continuó así:

—Procurad refrescar vuestra memoria. Esperad un momento... el invierno pasado cumplieron doce años; el lugar de la escena la Casa de Caridad, el instante... la noche; y el sitio el tabuco hediondo, cualquiera parte que sea donde miserables prostitutas, dan la vida y la salud, de que ellas no gozan, á pequeños vocingleros...

—Creo quereis decir la sala de partos, he? preguntó Monsieur Bumble que seguia con dificultad la descripcion del desconocido.

—Sí; —dijo el otro —¿ha nacido en él un muchacho?

—Muchos muchachos —observó Mr. Bumble sacudiendo la cabeza con ademan grave.

—Que el diablo cargue con todos! esclamó el forastero colérico. Yo hablo de un pequeño monigote, pálido y raquítico... que tenia el aire de un santo de alfeñique... al que se habia colocado de aprendiz aquí en casa un fabricante de ataudes y que á lo que se cree se ha fugado á Londres.

—Ah! queréis hablar de Oliverio... del jóven Twist?

—No es de él de quien quiero hablar, sé demasiado, por lo que á él corresponde —repuso el desconocido deteniendo á Monsieur Bumble al comienzo de una peroracion en la que iba á relatar todos los vicios de Oliverio —sino de una muger... ya sabéis la vieja bruja que ha sepultado á la madre de ese niño y la ha asistido en sus últimos momentos... Donde está?

—Me seria muy difícil deciros donde ella se halla ahora! —respondió Mr. Bumble á quien el grog habia vuelto gracioso. En cualquiera sitio que haya ido, de seguro no hay casa de partos. Con que de una manera ó de otra... se puede hacer una buena apuesta de que está sin empleo.

—¿Qué queréis decir? preguntó el otro con tono severo.

—Que murió el invierno pasado. —contestó Mr. Bumble.

A esta noticia el desconocido le miró de hito en hito. Durante algun tiempo parecia dudar entre si debia alegrarse ó afligirse de lo que acababa de saber.

Mr. Bumble que era muy ladino vió de un golpe que se trataba de un secreto del que la mejor mitad de sí mismo es decir su consorte, era depositaria y que se presentaba para ella una ocasion de ganar dinero revelándolo. Se acordó muy bien de la noche en que la vieja Sally habia muerto y tenia una buena razon para acordarse de ella pues era esa misma noche cuando se habia declarado á la Señora Corney; y á pesar de que esa señora no le hubiese nunca confiado ese secreto de que ella solo tenia conocimiento, sabia él lo bastante para adivinar que dicho secreto tenia relacion á algo que habria pasado entre la madre del jóven Oliverio y la vieja, que en su calidad de enfermera de la casa la habia asistido á sus últimos momentos. Habiéndole acudido súbitamente esta circunstancia en el caletre, informó al desconocido con aire de misterio de que una mujer habia tenido una conversacion con la vieja enfermera, un cuarto de hora antes de que esta se muriese; y que ella podria, (como tenia razones para creerlo), satisfacer su curiosidad respecto á sus pesquisas.

—¿Y cómo la encontraré? preguntó aquel haciéndose traicion asi mismo al descubrir claramente su inquietud.

—Solamente con mi ayuda —respondió este último.

—Y cuándo será esto? esclamó vivamente el desconocido.

—Mañana. —replicó Mr. Bumble.

—A las nueve de la noche —repuso el otro sacando de su faltriquera un pequeño pedazo de papel sobre el cual escribió su direccion.

Esto diciendo, se dirijió hácia la puerta, despues de haberse detenido un instante en el mostrador para pagar lo que debian.

Al arrojar una ojeada sobre la direccion —el funcionario parroquial notó que no estaba en ella el nombre del desconocido. Corres trás él para pedírselo.

—Y bien! ¿Qué significa esto? esclamó éste volviéndose bruscamente en el momento en que Mr. Bumble le tocó el brazo —Creo que me seguís!

—Es solo para haceros una pregunta —repuso el otro señalando con el dedo el pequeño pedazo de papel... ¿Qué nombre debo pedir?

—Monks! replicó el desconocido y se alejó precipitadamente.

Mr. Bumble, Pertiguero de la Parroquia.

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