La primera de estas objeciones opuestas al socialismo en nombre del darwinismo, carece en absoluto de base.
Si fuese cierto que el socialismo aspira a la igualdad de todos los hombres, nada sería más exacto: el darwinismo lo condenaría irrevocablemente.
Pero aun cuando, todavía hoy, muchos de buena fe, como oyentes que repiten las frases hechas, o de mala fe, por habilidad polemista, sostengan que socialismo es sinónimo de igualdad y de nivelación, la verdad es, por el contrario, que el {11} socialismo científico (es decir, aquel que se inspira en la teoría de Marx y que es el único que hoy merezca ser sostenido o atacado) no niega para nada la desigualdad de los hombres, ni la de los demás seres vivientes, desigualdad innata y adquirida, física y moral.
Sería como decir que el socialismo pretende, por ejemplo, que por decreto del rey o del pueblo se establezca que: «¡De hoy en adelante, todos los hombres tendrán un metro y setenta centímetros de estatura! . . . »
Pero el socialismo es algo más serio y menos fácil de combatir.
Y el socialismo dice: Los hombres son desiguales, pero son hombres.
Y así, aun cuando todo individuo humano nazca y se desarrolle de una manera más o menos distinta de los demás (porque así como en una selva no hay dos hojas idénticas, en todo el mundo no existen dos hombres perfectamente iguales), todo hombre, por el simple hecho de ser un hombre, debe tener asegurada una existencia de hombre y no de ilota o de bestia de carga.
Nosotros también sabemos que no todos los hombres pueden llevar a cabo el mismo trabajo, ahora que las desigualdades sociales aumentan las desigualdades naturales; ni lo podrán tampoco {12} bajo el régimen socialista, cuando la organización social tienda, al contrario, a atenuar las desigualdades congénitas.
Siempre habrá quien tenga un cerebro y una musculatura más aptos para la labor científica o artística y quien para un trabajo manual, o de precisión mecánica, o de esfuerzo agrícola, etc.
Pero lo que no debería haber y que no habrá, es hombres que no trabajen nada, y otros que trabajen mucho o muy mal recompensados.
No es esto sólo: el colmo de la injusticia y de lo absurdo es que, ahora, el que no trabaja tiene las recompensas mayores, que le asegura el monopolio individual de la riqueza, acumulable por transmisión hereditaria; riqueza que en el menor número de los casos se debe a los sacrificios de ahorro y de privaciones inhumanas del actual poseedor, o de algún antepasado laborioso; y que casi siempre es fruto secular de espoliaciones por conquista militar, por comercio poco decoroso o por favoritismo de los soberanos; siempre y de todos modos independiente de cualquier esfuerzo, de cualquier trabajo socialmente útil por parte del heredero, a menudo dilapidador veloz en las varias formas del ocio más o menos barnizado de una vida tan vacía cuanto brillante en apariencia.
{13} Y si no se trata de riqueza heredada, se trata de riqueza defraudada. Aparte del mecanismo económico de que hablaré después, revelado por Carlos Marx, y por el cual, aun fuera del fraude, el capitalista o propietario puede acumular normalmente, sin trabajar, una renta o una ganancia; aparte de esto, digo, es un hecho que los patrimonios más rápidamente acumulados o engrosados ante nuestros ojos, no son ni pueden ser fruto del trabajo honrado.
El trabajador realmente honrado, y por lo tanto infatigable y económico, que llega a elevarse de la condición de asalariado a la de jefe de fábrica o empresario, podrá acumular en una larga existencia de privaciones, cuando más algunos miles de liras. Por el contrario, aquellos que sin descubrimientos industriales debidos a su genio, reúnen millones en pocos años, no pueden ser más que negociantes poco escrupulosos, aparte algún caso excepcional de un honrado golpe de fortuna. Y esos son los que —parásitos de los Bancos y los negocios públicos— viven como señores, cubiertos de condecoraciones carnavalescas y de honores oficiales . . . premio a sus buenas acciones.
Y viceversa, los que trabajan, que son la inmensa mayoría, no tienen más recompensa que {14} un alimento y una habitación que bastan apenas para no dejarlos morir de hambre cruel, y cuyos fondines, cuyos desvanes, cuyas callejuelas infectas en las grandes ciudades, o cuyas casuchas en la campaña, no se admitirían ni para caballerizas ni para establos! . . .
Y esto sin agregar los desesperados espasmos de la desocupación forzada, que es uno de los tres síntomas más dolorosos y más crecientes de esa igualdad en la miseria que se propaga por el mundo económico en Italia y, más o menos, en todas partes.
Hablo del inmenso ejército de los desocupados entre los operarios agrícolas e industriales, de los abandonados entre la pequeña burguesía, de los expropiados por impuestos, deudas o usura entre la pequeña propiedad.
No es verdad, pues, que el socialismo pida para todos los ciudadanos una igualdad material y positiva de trabajo y de placeres.
La igualdad puede, solamente, asumir la forma de la obligación de todo hombre a trabajar para vivir, asegurándose a todo individuo las condiciones de existencia humana, en cambio de la labor dada a la sociedad.
La igualdad entre los hombres según el socialismo —como decía
Malon— debe entenderse por lo tanto en un doble sentido relativo.
{15} 1º Que todos los hombres, como tales, tengan aseguradas las condiciones de existencia humana.
2º Que, por consiguiente, los hombres sean iguales en el punto de partida de la lucha por la existencia, para que cada uno desarrolle libremente su personalidad, en igualdad de condiciones sociales.
Ahora, el niño que nace sano y robusto, pero pobre, tiene que sucumbir en la competencia con el niño nacido débil, pero rico.
Esta es precisamente la radical e inmensa transformación que no sólo pide el socialismo, sino que indica y prevé como evolución ya comenzada en la humanidad presente —y necesaria, fatal, en la humanidad próxima futura—.
Transformación que consiste en la conversión de la propiedad privada o individual de los medios de producción, es decir, de la base física de la vida humana (tierra, minas, casas, fábricas, máquinas, instrumentos de trabajo, medios de transporte) en propiedad colectiva o social, según los métodos y procedimientos de que debo ocuparme más adelante.
Entretanto, queda demostrado que la primera objeción del raciocinio antisocialista no tiene consistencia alguna, sencillamente porque parte {16} de una premisa que no existe: es decir, supone que el socialismo moderno afirma y quiere una quimérica igualdad física y moral de todos los hombres, en que el socialismo científico y positivo no sueña siquiera.
Por el contrario, el socialismo afirma que esta desigualdad entre los hombres (que en una organización social mejor deberá atenuarse inmensamente, suprimiendo todos los defectos orgánicos y físicos que la miseria viene acumulando de generación en generación) no podrá desaparecer todavía, precisamente por las razones que el darwinismo ha descubierto en el misterioso mecanismo de la vida y en la sucesión sin fin de los individuos y de las especies.
En cualquiera organización social, como quiera que se imagine, siempre habrá hombres altos y bajos, débiles y fuertes, sanguíneos y nerviosos, más o menos inteligentes, en quienes prevalezca la musculatura o el cerebro; es bien que así sea, y además es inevitable.
Y es bien que así sea porque de la variedad y desigualdad de las aptitudes individuales, nace espontáneamente esa división del trabajo que el darwinismo señala como una ley, tanto de la fisiología individual como de la economía social.
{17} Todos los hombres deben vivir trabajando: pero cada uno debe hacer el trabajo que responda mejor a sus aptitudes, para evitar desperdicios perjudiciales de fuerza y también para que el trabajo no repugne, y hasta llegue a ser placentero y necesario como condición de salud física y moral.
Los hombres que han dado a la sociedad el trabajo que responde mejor a sus aptitudes innatas y adquiridas, son igualmente meritorios porque concurren por igual a esa solidaridad de labor por la que se determina justamente la vida del conglomerado social y, solidariamente, la de cada individuo.
El campesino que labra la tierra hace un trabajo más modesto en apariencia pero no menos necesario, útil y meritorio que el del obrero que construye una locomotora o del ingeniero que la perfecciona o del hombre de ciencia que lucha contra lo desconocido en un gabinete de estudio o en un laboratorio.
Lo esencial es que todos trabajen en la sociedad, así como en el organismo individual todas las células realizan sus diversas funciones, más o menos modestas en apariencia —por ejemplo entre las células nerviosas y las musculares y óseas— pero funciones y trabajos biológicos {18} igualmente necesarios y útiles para la vida del organismo entero.
Y como en el organismo biológico ninguna célula viva está sin trabajo, sino que toma su nutrición de la recompensa material en cuanto trabaja, así en el organismo social ningún individuo debe vivir sin trabajo, en cualquier trabajo que sea.
Y he aquí, ahora, cómo se desvanecen muchas de las dificultades artificiales que al socialismo oponen sus adversarios.
—¿Quién lustrará los botines bajo el régimen socialista? pregunta Richter en aquel libro suyo tan linfático que llega a la grotesca suposición de que, en nombre de la igualdad social, «el Gran Canciller» de la sociedad socialista, se vea obligado, antes de ocuparse de la cosa pública, a lustrarse los zapatos y a remendarse la ropa! De veras que si los adversarios del socialismo no tuviesen mejores argumentos, sería perfectamente inútil la discusión.
—Pero todos querrán hacer los trabajos menos fatigosos y más agradables —se dice con mayor apariencia de seriedad.
Y bien, volvemos a contestar que lo misma sería referirse desde ahora a un decreto que dijese:
{19} Desde hoy en adelante todos los hombres nacerán pintores o cirujanos.
Pero, justamente las variedades antropológicas de temperamento y de carácter son las que distribuirán, sin necesidad de regularización monacal (otra infundada objeción contra el socialismo), las diversas tareas intelectuales y manuales.
Decidle a un campesino de constitución mediana que vaya a estudiar la anatomía o el código penal; por el contrario, decid a quien tenga más desarrollado el cerebro que los músculos, que vaya a arar en vez de observar con el microscopio: uno y otro preferirán el trabajo para el cual estén mejor dispuestos.
Tampoco será tan grande el desorden de las profesiones como muchos lo indican fantásticamente, cuando la sociedad está ordenada según el régimen colectivista. Suprimidas las industrias de mero lujo personal —que tantas veces representa un indecoroso sarcasmo a la miseria de los más— la suma y la variedad de los trabajos se adaptará gradualmente, es decir, naturalmente, a la fase de la civilización socialista, como corresponde ahora a la fase de la civilización burguesa.
En el régimen socialista, cada cual tendrá {20} mayor libertad de consolidar y aplicar sus aptitudes propias, y no sucederá como ahora, que por falta de medios pecuniarios muchos campesinos y ciudadanos y pequeños burgueses, dotados de natural inteligencia, permanecen atrofiados, y se ven obligados a ser labradores, obreros o empleados, cuando podrían dar a la sociedad un trabajo diferente y más fecundo, como más adaptado a sus cualidades particulares.
Lo esencial está únicamente en que tanto el labrador como el profesional que dan su trabajo a la sociedad, tengan por ella aseguradas las condiciones de una existencia digna de seres humanos. Así será también suprimido el indigno espectáculo de que, por ejemplo, una bailarina sólo con sus piruetas, en una noche, gane lo que un hombre de ciencia o un profesional recibe en todo un año de trabajo, cuando no encarna a la miseria de levita.
Las bellas artes vivirán bajo el régimen socialista, porque el socialismo quiere que la vida sea dulce para todos —y no, como ahora, para algunos privilegiados— y dará por lo tanto, grande, maravilloso impulso a todas las artes, aboliendo el lujo privado, pero favoreciendo el esplendor de los edificios y de las reuniones públicas.
Pero, entretanto, serán más respetadas las {21} proporciones de la recompensa asegurada a cada uno en razón de los trabajos realizados. Proporciones que también se disminuirán, disminuyendo el tiempo de trabajo en razón de su rudeza o de su peligro; así, si un campesino pudiera trabajar siete u ocho horas diarias al aire libre, un minero debería trabajar tres o cuatro. En efecto, cuando todos trabajen y se hayan suprimido muchos trabajos improductivos, la suma total de cuotidiana labor, repartida entre los hombres, será mucho menos pesada y más soportable (con la mejor alimentación y habitación y con la distracción asegurada) de lo que hoy lo es por aquellos que trabajan y que son tan mal recompensados; mas no hay que considerar esto sólo, sino también que los progresos de la ciencia aplicada a la industria, harán cada vez menos fatigosa la labor humana.
Por eso el trabajo mismo será buscado espontáneamente por todos, a pesar de la falta de salario o remuneración acumulable como riqueza privada; justamente porque el hombre sano, normal y bien alimentado, así como huye de un irabajo excesivo y mal recompensado, así también huye del ocio, sintiendo una verdadera y propia necesidad fisiológica y psíquica de diaria ocupación correspondiente a sus aptitudes.
{22} Lo vemos, en efecto, diariamente en la clase ociosa que busca en las varias formas, más o menos fatigosas, del sport, cómo sustituir el trabajo productivo, justamente como necesidad fisiológica para evitar los perjuicios del ocio absoluto y del aburrimiento.
El problema difícil consistirá, después, en proporcionar la recompensa del trabajo hecho por cada uno. Y es sabido que el colectivismo adopta la fórmula:
«A cada uno en relación con el trabajo realizado»
mientras que el comunismo adopta la otra:
«A cada uno según sus necesidades».
Nadie podrá decir á priori cómo será resuelto este problema en sus detalles prácticos; pero esta imposibilidad de profetizar el porvenir en sus detalles, se opone sin razón al socialismo para tratarlo de irrealizable utopía. Nadie habría podido profetizar á priori, en el alboreo de ninguna civilización, sus desenvolvimientos sucesivos, según lo diré después, al hablar de los métodos de renovación social.
Lo que, en cambio, podemos decir con plena seguridad, por las inducciones más acertadas de la psicología y de la sociología, es esto:
{23} Es innegable, como lo reconoció también Carlos Marx, que esta segunda fórmula —que para algunos es lo que distingue al anarquismo (teórico y platónico) del socialismo— representa un ideal ulterior y más complicado. Pero es también innegable que, de todas maneras, la fórmula del colectivismo representa una fase de evolución social y de disciplina individual que deberá necesariamente preceder a la del comunismo.
¡No hay que creer que con el socialismo la humanidad vaya a realizar completamente todos los ideales posibles, y que después no le quede nada que desear ni que conquistar! . . .
La posteridad estaría condenada al ocio y la vagancia si pretendiéramos agotar todos los posibles ideales humanos.
El individuo o la sociedad que no tienen ya un ideal por qué combatir, están muertos o moribundos. La fórmula del comunismo podrá, pues, ser un ideal ulterior que conquistar, cuando el colectivismo haya llegado a su completa acción por los procedimientos históricos de que me ocuparé más adelante.
Pero, por ahora, volviendo a Darwin, queda, pues, eliminada la pretendida contradicción entre el socialismo y el darwinismo, a propósito de la igualdad de todos los hombres en que no sueña {24} el socialismo y que tampoco quiere, darwinianamente.
Así se contesta también a la repetidísima objeción de que el socialismo quiere sofocar y suprimir la personalidad humana bajo la uniforme capa de plomo de la colectividad, reduciendo al individuo a la función monástica de una de tantas abejas de la colmena social.
Es precisamente lo contrario.
En efecto, es evidente que la atrofia y la pérdida de tantas personalidades que podrían surgir con mucha mayor ventaja propia y de los demás, ocurren ahora, en la actual organización burguesa, en que cada hombre —salvo raras excepciones de las individualidades más sobresalientes— cuenta por lo que tiene y no por lo que es.
El que nace pobre —claro que sin tener la culpa— puede haber salido de la naturaleza siendo un genio artístico o científico, pero si no tiene patrimonio propio que le facilite el modo de triunfar en las primeras batallas por la vida y de completar su cultura, o si el pastor Giotto no tiene la suerte de encontrarse con el rico Cimabue . . . entonces esa inteligencia tiene que ir a apagarse en la inmensa cárcel de los asalariados, y la misma sociedad pierde tesoros de fuerza intelectual.
En cambio, el que nace rico, sin que en ello {25} tenga parte, puede ser un microcéfalo o un fatuo cualquiera; pero está cierto de que llegará al escenario del teatro social, y que todos los serviles serán para él pródigos en elogios y caricias, y sólo porque tiene dinero, creerá ser diferente de lo que es.
Por el contrario, con la propiedad colectiva, es decir, bajo el régimen socialista —teniendo cada individuo aseguradas sus condiciones de vida— el trabajo diario no servirá sino para sacar a luz las aptitudes especiales, más o menos geniales de cada hombre, y los años mejores y más fecundos de la vida no serán, así, consumidos como ahora en la conquista desesperada, espasmódica y envilecedora del pan de cada día.
En el socialismo tendrán todos, con la seguridad de una existencia humana, la verdadera libertad de desarrollar y manifestar su propia personalidad física y moral, tal como se tuvo al nacer, en la infinita variedad y desigualdad antropológica, que el socialismo no niega pero que quiere ver mejor encaminada hacia el libre y fecundo desenvolvimiento de la vida humana.