iii. los vencidos en la lucha por la vida

La segunda contradicción que se señala entre socialismo y darwinismo es, que mientras por el darwinismo se demuestra cómo la inmensa mayoría de los nacidos —entre las plantas, los animales, los hombres— está destinada a sucumbir, porque sólo una pequeña minoría queda vencedora en la «lucha por la vida», por el socialismo se pretende al contrario que todos triunfen de esa lucha y nadie sucumba en ella.

Varias son las respuestas que pueden darse.

La primera es que en el mismo campo biológico de la lucha por la vida, la desproporción entre los individuos nacidos y los sobrevivientes va atenuándose progresivamente según se pasa de los vegetales a los animales y de los animales al hombre.

Además, esa ley de desproporción decreciente entre «llamados» y «elegidos» sirve también para las diversas especies de un mismo orden natural.

En efecto, en el orden vegetal, cada individuo genera cada año un número desmesurado de semillas, de las que sólo sobrevive una parte {27} infinitesimal. En el orden animal, disminuye el número de los que nacen de cada individuo, y aumenta el número de los sobrevivientes. En el orden humano, entretanto, es mínimo el número de nacidos que cada individuo puede generar, pero sobrevive la mayor parte.

No es esto sólo; en el orden vegetal como en el animal y en el humano, las especies inferiores y más sencillas, las razas y las clases menos elevadas, son las que tienen en sus individuos mayor abundancia generadora y más rápida generación en cambio de menor longevidad en los individuos.

Un helecho produce millones de esporos y vive poco tiempo, mientras que una palmera da pocas docenas de semillas por año, y tiene vida secular.

Un pez produce muchos millares de huevos, mientras que el elefante y el chimpancé tienen pocos hijos y viven muchos años.

Entre los hombres, las razas salvajes son más prolíficas y tienen escasa longevidad, mientras que las razas civilizadas tienen escasa natalidad y longevidad mayor.

De modo que, aun permaneciendo en el terreno exclusivamente biológico, es evidente que la proporción de los vencedores en la «lucha por la {28} vida» aumenta cada vez más sobre el total de los nacidos, según se pasa de los vegetales a los animales, de los animales a los hombres, y según se vaya de la especie o variedad inferior a las razas o variedades superiores.

La misma férrea ley de la lucha por la vida, va, pues, disminuyendo la hecatombe de los vencidos, tanto cuanto se elevan complicándose y perfeccionándose las formas de esa misma vida.

Sería, pues, un error oponer, sin más razón, el socialismo a la ley darwiniana de la selección natural, tal como se manifiesta en las formas primitivas de la vida, sin tener en cuenta su continua atenuación al pasar de los vegetales a los animales, de los animales al hombre, y en la misma humanidad, de las razas primitivas a las razas más adelantadas.

Así, pues, representando el socialismo una fase de progreso ulterior en la vida de la humanidad, no puede en manera alguna oponérsele una interpretación tan grosera e inexacta de la ley darwiniana.

Cierto es que los adversarios del socialismo han abusado de la ley darwiniana o mejor dicho de esa interpretación «brutal», para intentar una justificación a la moderna competencia {29} individualista, que demasiado a menudo se convierte en una forma disimulada de antropofagia, y hace propia del estado social presente, aquella condición del homo homini lupus que Hobbes colocaba por el contrario en el supuesto estado natural del hombre, antes del contrato de convivencia social.

Pero el abuso de un principio científico no es la prueba de su falsedad, pues más bien sirve de aguijón para precisar más su índole y sus términos, y obtener su más exacta y completa aplicación práctica, como estoy haciéndolo en esta explicación de perfecta armonía entre socialismo y darwinismo.

He ahí por qué, en la primera edición de mi Socialismo y criminalidad, he sostenido que la lucha por la vida es ley innata de la humanidad, como de todos los seres vivientes, aunque cambie y se atenúe continuamente en sus formas.

Tal es aún mi pensamiento, contra el de algunos socialistas que creyeron mejor vencer esa objeción opuesta en nombre del darwinismo, afirmando que en la humanidad la «lucha por la vida» es una ley que debe perder todo valor y toda aplicación una vez realizada la transformación que el socialismo desea. La señalaban, pues, como una ley que, tiránica dominadora de todos {30} los seres, desde el microbio hasta el mono antropoide, debería extinguirse y caer inerte a los pies del hombre, como si él no fuese un eslabón indisoluble de la gran cadena biológica.

Yo, por el contrario, sostuve y sostengo que la lucha por la vida es ley inseparable de la existencia, y por lo mismo, de la humanidad; pero que, siendo siempre ley inmanente y continua, va transformándose en su contenido y atenuándose en sus formas.

En la humanidad primitiva, la lucha por la vida casi no se distingue de la que sostienen los demás animales: es la lucha brutal por el alimento cuotidiano o por la hembra —desde que hambre y amor son las dos necesidades fundamentales y los dos polos de la vida— y esa lucha se traba con sólo la fuerza muscular. En una fase ulterior, se agrega la lucha por la supremacía política (en el clan, en la tribu, en la aldea, en la comuna, en el estado) y se combate cada vez menos con los músculos, cada vez más con el cerebro.

En el período histórico, la humanidad greco-latina combate por la igualdad civil (abolición de la esclavitud); vence, mas no reposa, porque la vida es lucha; la humanidad de la Edad Media lucha por la igualdad religiosa, y la conquista, pero no se detiene; al terminar el pasado siglo, {31} lucha por la igualdad política. Y ahora la humanidad lucha por la igualdad económica, no en el sentido de igualdad material y absoluta, sino en el más positivo, que he explicado antes; y todo hace prever, con seguridad matemática, que esta lucha también se terminará para ceder su lugar a nuevas conquistas y a ideales nuevos para nuestros sucesores.

Y con el cambio sucesivo del significado o de los ideales de la lucha por la vida, continúa la progresiva atenuación de los métodos de lucha, que de violenta y muscular se torna más pacífica e intelectual, a pesar de las regresiones atávicas o las manifestaciones psico-patológicas de las violencias personales del individuo contra la sociedad y de la sociedad contra el individuo.

Sobre esta concepción mía —que recientemente ha tenido espléndida demostración en la obra genial de Novicow, quien ha desmentido, sin embargo, la lucha sexual—, sobre esta concepción, digo, volveré más ampliamente en el capítulo que trata del Porvenir moral de la humanidad, en la segunda edición de Socialismo y criminalidad.

Por ahora bástame agregar una respuesta a la objeción antisocialista: no sólo disminuye siempre la desproporción entre nacidos y sobrevivientes, sino que también la misma «lucha por {32} la vida» cambia de significado y se atenúa en sus modalidades a cada fase sucesiva de la evolución biológica y social.

Así, pues, el socialismo puede afirmar muy bien que deben asegurarse a todos los hombres las condiciones de una existencia de hombre —a cambio del trabajo dado a la colectividad—, sin tropezar por eso contra la ley darwiniana de la supervivencia de los vencedores en la lucha por la vida, y desde que es necesario interpretarla y aplicarla exactamente en sus varias manifestaciones a la vida progresiva de la humanidad, en relación a las épocas primitivas de ésta y en relación al orden inferior de vivientes vegetales y animales.

Por otra parte, el mismo socialismo, científicamente comprendido, no impide y no puede impedir que haya siempre en la humanidad vencidos en la lucha por la vida.

Este argumento se refiere más directamente a las relaciones entre socialismo y criminalidad, porque justamente los que sostienen que la lucha por la vida es ley caduca de la humanidad, afirman en consecuencia que el delito (forma anormal y antisocial de la lucha por la vida, así como el trabajo es la forma normal y social) {33} deberá desaparecer de la Tierra, y por eso se cree encontrar cierta contradicción entre el socialismo y las doctrinas de la antropología criminal sobre el delincuente nato, que también se derivan del darwinismo.

Reservando para otro lugar el más amplio desarrollo de esta cuestión, puedo, entretanto, resumir así mi pensamiento de antropólogo criminalista y de socialista al mismo tiempo:

Ante todo, la escuela criminal positiva se ocupa de la vida presente, y su mérito es incontestable por haber aplicado el método experimental al estudio del fenómeno criminal, deduciendo de él lo absurdo e hipócrita de los actuales sistemas penales basados en el concepto del libre albedrío y de la culpa moral, y aplicados en las cárceles de sistema celular, que llamé y llamo «una de las aberraciones del siglo XIX», para sustituirle por la simple segregación de los individuos inaptos para la vida social por condiciones patológicas congénitas o adquiridas, permanentes o transitorias.

Pero decir que con el socialismo desaparecerán todas las formas del delito, es una afirmación inspirada por generoso idealismo sentimental, mas no fundada en rigurosa observación científica.

{34} La escuela criminal positiva demuestra que el delito es un fenómeno natural y social —como la locura y el suicidio— determinado por la anormal constitución orgánica y psíquica del delincuente, junto con las influencias del ambiente físico y del ambiente social. Factores antropológicos físicos y sociales concurren siempre unidos indisolublemente a determinar cualquier delito, del más leve al más grave —como pasa en resumen con todo acto humano—; sólo que para cualquier delincuente y para cualquier delito es diversa la intensidad determinante de cada orden de factores.

Por ejemplo: en el asesinato cometido por celos o por alucinación, la acción más poderosa pertenece al factor antropológico, sin que por eso pueda excluirse la acción del ambiente físico y del ambiente social. Por el contrario, en el delito contra la propiedad, o también contra las personas, por furor de muchedumbre amotinada, o por alcoholismo, etc., la intensidad mayor es del ambiente social, sin que por eso pueda excluirse la influencia del ambiente físico y del factor antropológico.

El mismo raciocinio —completando el examen de la objeción antisocialista hecha en nombre del darwinismo— puede repetirse para las {35} enfermedades comunes, aunque, por otra parte, el delito pertenece también a la patología humana.

Cualquier enfermedad aguda o crónica, infecciosa o no, grave o ligera, es la resultante de la constitución antropológica del individuo y de las influencias del ambiente físico y social. Solamente que en las diversas enfermedades varía la intensidad determinante de las condiciones personales o del ambiente; la tisis o la cardiopatía por ejemplo, son enfermedades que dependen en grandísima parte de la constitución orgánica individual, aunque concurriendo a ella la complicidad del ambiente; pero la gota, o el cólera, o el tifus, o la caquexia palustre etc., dependen, por el contrario, de las condiciones sociales y físicas del ambiente más que de otra cosa. He ahí por qué la tisis hace estragos hasta entre las gentes acomodadas y, por lo tanto, bien alimentadas y mejor alojadas; mientras que el cólera hace el máximum de víctimas entre los mal alimentados, es decir, entre los pobres.

Es, entonces, evidente que con el régimen socialista de la propiedad colectiva que asegura a cada hombre las condiciones de existencia de hombre, disminuirán muchísimo, y quizá desaparezcan —con la ayuda de los continuos descubrimientos científicos y de la progresiva {36} previsión higiénica— las enfermedades determinadas en gran parte por las condiciones del ambiente y por la insuficiente alimentación y abrigo contra la intemperie; pero no por eso desaparecerán las enfermedades por traumatismo, la locura, las pulmonitis, etc.

Lo mismo debe decirse del delito: suprimida la miseria y las inicuas desigualdades de condiciones económicas, seguro es que por la falta directa del estímulo del hambre, aguda y crónica, por la indirecta influencia benéfica, física y moral de la mejor alimentación, y por la falta de ocasiones de abusar del poder o la riqueza, disminuirán muchísimo y desaparecerán esos delitos en gran parte ocasionales y que toman su mayor intensidad determinante del ambiente social. Pero, sin embargo, no desaparecerán, por ejemplo, los atentados contra el pudor por inversión sexual patológica, o los homicidios por epilepsia, o los hurtos por degeneración psicopatológica etc., etc.

Del mismo modo, con el socialismo se hará más extensa e intensa la cultura popular, desaparecerán los analfabetos, todo ingenio tendrá como desenvolverse y consolidarse libremente; pero no por eso desaparecerán los idiotas y los imbéciles por condición patológica hereditaria, {37} por más que también tenga benéfica influencia preventiva y alejadora sobre las degeneraciones congénitas (enfermedades comunes, delincuencia, locura, neurosis), la mejor organización económica y social, unida a la guía cada vez más clarovidente de la biología experimental, y por lo tanto de las más frecuentes abstenciones personales de procreación en los casos de enfermedad hereditaria.

Vale decir, en conclusión, que también en el régimen socialista —aunque en proporciones infinitamente menores— habrá siempre vencidos en la lucha por la vida, bajo la forma de débiles, de enfermos, de locos, de neuróticos, de delincuentes, de suicidas, y por consiguiente que el socialismo no niega la ley darwiniana.

Pero con la inmensa superioridad de que las formas epidémicas o endémicas de la degeneración humana, física y moral, serán completamente suprimidas con la eliminación de su fuente principal, que es la miseria física, y por lo tanto moral, de los más.

Así pues, aunque la lucha por la vida continúe siendo la eterna fuerza propulsora de la existencia social, se desenvolverá en formas cada vez menos brutales y más humanas o intelectuales, y por ideales cada vez más elevados, es decir, {38} de perfeccionamiento fisiológico y psíquico, sobre la base fecunda del pan cuotidiano para el cuerpo y para la mente, asegurado a todos los hombres.

A propósito de la «lucha por la vida» es preciso no olvidar otra ley del darwinismo natural y social, a la que algunos socialistas han dado excesiva y unilateral importancia, mientras que, por el contrario, muchos individualistas la han condenado a erróneo olvido: hablo de la ley de solidaridad entre los seres vivientes o de la misma especie, como entre los animales que viven en sociedad por la abundancia del común alimento (herbívoros) o también entre especies diversas, por ese fenómeno que los naturalistas llaman hoy de simbiosis, de acuerdo en la vida.

Es excesivo afirmar que en la naturaleza y en la sociedad la única ley imperante sea la lucha por la vida, como es excesivo decir que esa ley no rige para la humanidad. La verdad positiva es que la lucha por la vida es también ley eterna en el mundo humano, aunque se atenúe en las formas y se eleve en los ideales; pero al lado suyo, y más que ella, como determinante progresivamente eficaz de la evolución social, está la ley de la solidaridad o cooperación entre los seres vivientes.

{39} En las mismas sociedades animales, la ayuda mutua contra las fuerzas naturales adversas o contra especies vivas enemigas, tiene manifestaciones constantes y cada vez más intensas, que se desarrollan más en la especie humana, comenzando por las mismas tribus salvajes; y máxime en aquellas que, por condiciones favorables del ambiente, o sea por seguridad y abundancia de medios de subsistencia, presentan el tipo industrial o pacífico de sociedad humana, antes que el militar o batallador que demasiado predomina (justamente por la falta de seguridad e insuficiencia de los medios de vida) en la humanidad primitiva y en las fases de la civilización menor o regresiva; aunque, como lo ha demostrado Spencer, ese tipo tienda continuamente a ser sustituido por el tipo industrial.

Por eso, para permanecer en el mundo humano, mientras en los albores de la evolución social el predominio pertenece más a la ley de la lucha por la vida que a la ley de la solidaridad, a medida que la división del trabajo y por ella la connecesidad entre las partes crece en el organismo social, la lucha se atenúa y se transforma, y la ley de solidaridad y de cooperación adquiere un imperio progresivamente intenso y extenso. Y todo esto, siempre por la razón fundamental que {40} indicó Carlos Marx y que constituye su verdadero y grande descubrimiento científico, es decir, por la seguridad o inseguridad de las condiciones de existencia, y en primer término, entre ellas, la seguridad de la alimentación.

Tanto en la vida de un individuo como en la de varios individuos o de varias sociedades, puede comprobarse que cuando los medios de alimentación, base física de la existencia, están asegurados, la ley de solidaridad predomina sobre la de lucha, y viceversa. El infanticidio y el parricidio se consideran acciones no sólo lícitas sino debidas en el mundo salvaje, si la tribu vive en islas donde los alimentos escasean (Polinesia, etc.) y se convierten en acciones inmorales y delictuosas en los continentes donde el alimento es más abundante y seguro. Así del mundo actual, la falta de seguridad en el pan de cada día para la mayor parte de los hombres, recrudece y embrutece también las manifestaciones de la lucha por la vida, o de la «libre competencia» como dicen los individualistas.

Apenas la propiedad colectiva asegure a cada hombre las condiciones de existencia, prevalecerá indudablemente la ley de solidaridad.

Lo que hoy sucede en pequeño y por excepción en la familia que, mientras sus negocios {41} marchan bien y tiene asegurado el pan cuotidiano, se halla en perfecto acuerdo y pronta a la mutua benevolencia, para dejar que intervengan el desacuerdo y la lucha, apenas la miseria asoma, sucede también en grande en la sociedad entera, y sucederá como regla constante en cualquier mejor organización futura.

Tal será la conquista, y tal, lo repito, es la interpretación más completa y más fecunda que debe darse con el socialismo a las inexorables leyes naturales descubiertas por el darwinismo.

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