iv. la superviviencia de los más aptos

La tercera y última objeción del raciocinio haeckeliano, mientras es exacta en sus términos técnicamente biológicos y darwinianos, carece de base en la aplicación que de ella quisiera hacerse en el campo social contra el socialismo.

Se dice: la lucha por la vida asegura la supervivencia de los mejores y de los más aptos, y sigue por lo tanto un procedimiento aristocrático de selección individualista antes que la democrática nivelación colectivista del socialismo.

Comencemos, una vez más, por precisar bien {42} en qué consiste la famosa selección natural, fruto innegable de la lucha por la vida.

La expresión repetida por Haeckel y por tantos otros de «supervivencia de los mejores y más aptos» debe ser corregida en el sentido de suprimir la palabra mejores. Esto representa un resto de aquella teología por la cual se admitía en la naturaleza y en la historia un punto final a que alcanzar mediante un mejoramiento continuo.

Por el contrario el socialismo, y más aún la teoría de la evolución universal, ha excluido todo finalismo del pensamiento moderno y de la interpretación de los fenómenos naturales: la evolución comprende también la involución y la disolución. Puede ser, y es, que en el resultado final, comparando los dos extremos del camino de la humanidad, se halle que realmente hubo una mejoría poderosa; pero de cualquier manera, esta no va en línea recta ascendente, si no, como dice Goethe, siguiendo una espiral, con ritmos parciales de progreso y de regreso, de evolución y de disolución.

Cualquier ciclo de evolución, tanto en la vida individual como en la vida colectiva, lleva consigo los gérmenes del correspondiente ciclo de disolución; y viceversa, con la putrefacción de la {43} forma ya agotada, se prepara en el laboratorio cierno nuevas evoluciones y nuevas formas de vida.

Por eso en el mundo social humano cada fase de civilización lleva consigo y desarrolla siempre los gérmenes de su propia disolución, de la que evoluciona una nueva fase de civilización —cambiando más o menos de asiento geográfico— en el ritmo eterno de la humanidad viviente. Las antiguas civilizaciones hieráticas del Oriente se disuelven y resurgen en el mundo greco-romano, reemplazado después por la civilización feudal y aristocrática de la Europa Central, disuelta a su vez por los excesos a que había llegado, como las civilizaciones anteriores, la sucede la civilización burguesa, más desarrollada en el mundo anglo-sajón. Pero ésta siente ya los calofríos de la fiebre de disolución, mientras nace y evoluciona la civilización socialista, que se esparcirá en mayor extensión del mundo que cada una de las civilizaciones anteriores.

No es, pues, exacto decir que la selección natural determinada por la lucha por la vida asegura la supervivencia de los mejores; la verdad es que asegura la supervivencia de los más aptos.

{44} Y la diferencia es grandísima, tanto en el darwinismo natural como en el social.

Indudablemente: la lucha por la vida determina la supervivencia de los individuos más adaptados al ambiente y al momento histórico en que viven.

Ahora bien, en el campo biológico natural, el libre juego de las fuerzas y de las condiciones cósmicas, determina precisamente una elevación de las formas vivas, desde el microbio al hombre.

En el campo humano, entretanto, de aquello que Spencer llama la cooperación superorgánica, la interferencia de otras fuerzas y de otras condiciones, determina a veces una selección al revés, disolutiva, que es siempre la supervivencia de los más aptos en un ambiente especial y en un momento histórico, pero que resiente justamente las condiciones viciadas —si lo son— de ese ambiente mismo.

Tal es la cuestión de las «selecciones naturales» que también interpretan inexactamente, de primera impresión, algunos socialistas y no socialistas, en el sentido de negar toda aplicabilidad de las teorías de Darwin a la sociedad humana.

Es sabido, en efecto, como se ha viciado la selección natural en la humanidad civil, con el {45} concurso de la selección militar, matrimonial y sobre todo económica.

El celibato que se impone hoy a los soldados, ejerce evidentemente una influencia perniciosa sobre la raza humana, porque deja en el hogar a los más débiles en la procreación, mientras expone a los jóvenes más sanos a la esterilidad transitoria, y, en las grandes ciudades, a los peligros de la sífilis, desgraciadamente no tan transitoria.

Así el matrimonio, perjudicado como está en la civilización presente por los intereses económicos, efectúa por regla general una selección sexual al revés, porque las mujeres defectuosas o degeneradas pero con buena dote, encuentran marido más fácilmente que las más robustas, del pueblo o burguesas, que están, sin dote, condenadas a esterilizarse en el celibato, o a perderse en la prostitución más o menos dorada.

En la vida social compleja es, pues, innegable la influencia de las actuales condiciones económicas, por las que el monopolio de la riqueza asegura a sus posesores el triunfo en la lucha por la vida, de tal modo que los ricos, aunque menos robustos, gozan de más larga existencia que los mal alimentados; mientras que por el trabajo inhumano, diurno y nocturno, impuesto a los hombres adultos y por el más desastroso {46} todavía que impone a las mujeres y a los niños el capitalismo moderno, se degradan cada vez más las condiciones biológicas de la gran masa de los proletarios.

A esto se agrega también ahora la selección moral al revés, por medio de la cual el capitalismo, en la lucha trabada con el proletariado, favorece la supervivencia de los serviles, mientras persigue y trata de extinguir a los individuos de carácter, menos dispuestos a soportar el juego de la actual organización económica.

La primera impresión determinada por la comprobación de estos hechos, conduce a negar que la ley darwiniana de la selección natural tenga aplicabilidad y valor alguno en el mundo humano.

Pero he sostenido y sostengo que esas selecciones sociales al revés, no sólo no contradicen la ley darwiniana, sino que constituyen un argumento ulterior en favor del socialismo, que, por ese lado, reclama precisamente, y determinará sin duda, un funcionamiento más benéfico de la misma ley inexorable de la selección natural.

En efecto, la ley darwiniana no es «la supervivencia de los mejores»; es solamente la de los «más aptos».

Ahora, es evidente que hasta los efectos {47} degenerativos producidos por la selección social, y especialmente por el más amplio campo de acción continua, en la organización económica actual, confirman hoy y siempre la supervivencia de los más adaptados a este mismo orden económico.

Si los vencedores en la lucha por la vida son los peores y los más débiles, no quiere decir que la ley darwiniana no encuentre aplicación; significa sólo que el ambiente está viciado, y en él, por lo tanto, sobreviven los que están más adaptados a él.

Así como en mis estudios de psicología criminal he tenido que comprobar muy a menudo que en las cárceles o en el mundo criminal quedan vencedores los delincuentes más feroces o más astutos, justamente porque son los más adaptados a ese ambiente viciado; así en el individualismo económico moderno vence quien menos escrúpulos tiene, y la lucha por la vida favorece a quien está más adaptado a un mundo en que el hombre vale por lo que tiene (sin que importe cómo lo ha tenido) y no por lo que es.

La ley darwiniana de la selección funciona, pues, en el mundo humano también; y el error de los que lo niegan proviene de confundir el actual ambiente y momento histórico (que toma el {48} nombre de burgués como el de la edad media se llamó feudal) con la historia entera de la humanidad, y no ver por lo tanto, que los innegables y desastrosos efectos de la actual selección social al revés, no son más que la confirmación de la ley darwiniana de la «supervivencia de los más aptos». La observación popular expresa ese hecho con el refrán de la botte da il vino che ha (la bota da el vino que tiene) y la observación científica lo explica con las necesarias relaciones biológicas entre un ambiente determinado y los individuos que nacen, luchan y sobreviven en él.

Pero esto, justamente, constituye un argumento decisivo en favor del socialismo. Salvándose el ambiente de los vicios que hoy lo enturbian a causa del desenfrenado individualismo económico, se corregirán también, necesariamente los efectos de la selección natural y social. En un ambiente física y moralmente sano, serán también sanos los individuos, más aptos y por lo mismo sobrevivientes.

La victoria en la lucha por la vida estará verdaderamente asegurada entonces a quien tenga mayores y más fecundas energías físicas y morales, y por lo tanto la organización económica colectivista, asegurando a cada hombre los {49} medios de subsistencia, deberá mejorar necesariamente la raza humana en lo físico y en lo moral.

Pero se añade: aunque se admite que el socialismo y la selección darwiniana marchan de acuerdo ¿no se ve que la supervivencia de los más aptos constituye un procedimiento aristocrático individualista que va contra la nivelación socialista?

Tenemos la respuesta, por una parte en la observación hecha más atrás sobre la libertad asegurada por el socialismo a todos los individuos —y no sólo a pocos privilegiados o afortunados como ahora— para afianzar y desarrollar su propia personalidad. El efecto de la lucha por la vida será entonces, verdaderamente, la supervivencia de los mejores, justamente porque en un ambiente normal la victoria está asegurada a los individuos más normales. Y entonces el darwinismo social no hará sino continuar y hacer más fecundo en bienes el darwinismo natural.

Pero, por otra parte, y contra la afirmación de una indefinida selección aristocrática, es preciso recordar otra ley natural que viene a completar ese ritmo de acciones y reacciones que determina justamente el equilibrio de la vida.

Es necesario agregar a la ley darwiniana de {50} las desigualdades naturales, la correlativa e inseparable de ella, que después de Morel, Lucas, Galton, De Candolle, Ribot, Spencer, Madame Royer, Lombroso, etc., fue puesta en su mayor evidencia por Jacoby.

La misma naturaleza que hace de la «selección» y de la elevación aristocrática una condición de progreso vital, restablece en seguida el equilibrio con una ley niveladora y democrática.

«De la inmensidad humana surgen individuos, familias, razas que tienden a elevarse sobre el nivel común; trepan por las alturas escarpadas, llegan a la cumbre del poder, de la riqueza, de la inteligencia, del genio, y una vez llegados se precipitan abajo y desaparecen en los abismos de la locura o de la degeneración. La muerte es la gran niveladora; aniquilando todo cuanto se eleva, democratiza la humanidad».

Todo lo que tiende a constituir un monopolio de las fuerzas naturales, choca contra la ley suprema de la naturaleza que ha dado a todo viviente el uso y la disposición de los agentes naturales: el aire y la luz, como el agua y la tierra.

Todo lo que se aleja muy abajo o muy arriba del término medio humano —que varía elevándose de época en época, pero que tiene valor absoluto en cada momento histórico—, no es vivaz, y se apaga.

{51} Tanto el cretino como, el genio, el hambriento como el millonario, el enano como el gigante, son monstruos naturales o sociales, y la naturaleza los hiere inexorable con la degeneración o la esterilidad. Estirpes aristocráticas, dinastías de soberanos, familias de genios artísticos o científicos, prole de millonarios . . . todas siguen la ley común que viene a confirmar las inducciones, igualitarias en ese sentido, de la ciencia y del socialismo.

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