Así, pues, ninguna de las tres pretendidas contradicciones entre darwinismo y socialismo, afirmadas por Haeckel y repetidas por tantos otros, resiste a un examen más sereno y sincero de las leyes naturales que toman su nombre del de Carlos Darwin.
Pero quiero agregar que el darwinismo no sólo no contradice al socialismo, sino que más bien constituye una de sus premisas científicas fundamentales, como también, según lo veía acertadamente Virchow, que el socialismo no es, por una parte, más que la lógica y vivaz filiación del darwinismo, como por otra parte lo es del evolucionismo spenceriano.
{52} La teoría de Darwin, quiérase o no, al demostrar que el hombre desciende de los animales, ha dado un grave golpe a la creencia en Dios, creador del universo y del hombre con un fiat especial. Y es por eso que las más encarnizadas oposiciones y las únicas que sobreviven contra su inducción fundamental, han sido y son promovidas en nombre de la religión.
Cierto es que Darwin no se dice ateo y que no lo es Spencer; y en rigor, tanto la teoría de Darwin como la de Spencer pueden conciliarse con la creencia en Dios, porque se puede admitir que Dios haya creado la materia y la fuerza, y éstas se hayan desenvuelto luego en formas sucesivas, siguiendo el impulso creador inicial. Pero es innegable, sin embargo, que esas teorías que han hecho cada vez más inflexible y universal la idea de la causalidad natural, caen inevitablemente a la negación de Dios, porque contra esa idea queda siempre la pregunta de: —Y a Dios ¿quién lo ha creado? —Y a la respuesta de expediente de que Dios ha existido siempre, se le opone la misma, diciendo que siempre ha existido el universo. —Según la observación de Ardigó, el pensamiento humano no puede concebir que la cadena que va de los efectos a las causas pueda detenerse en un punto dado convencional.
{53} Dios, como decía Laplace, es una hipótesis de que no ha menester la ciencia positiva y que, cuando más, según Herzen, es una X que resume en sí, no ya lo incognoscible —como dicen Spencer y Dubois-Reymond— sino todo lo que no es conocido todavía por la humanidad. Y es, por lo tanto, una X variable, que se restringe y retrocede a medida que avanzan los descubrimientos de la ciencia.
Y he ahí por qué la ciencia y la religión proceden en razón inversa, la una debilitándose y atrofiándose tanto cuanto la otra se extiende y refuerza en la lucha contra lo desconocido.
Ahora bien, si éste es uno de los efectos del darwinismo, es evidentísima su repercusión sobre el desarrollo del socialismo.
Suprimida la fe en ultratumba, donde los pobres serían los elegidos del Señor, y la miseria de este «valle de lágrimas» encontraría eterna compensación en el paraíso, es natural que se reavive el deseo de un poco de «paraíso terrestre» también para los miserables y los menos afortunados, que son los más sobre la Tierra.
También fuera del socialismo, Hartmann y Guyau han notado que la evolución de las creencias religiosas se realiza en el sentido de {54} que mientras todas las religiones tienen en sí la promesa de la felicidad, las primitivas admiten la realización de esa felicidad en la vida misma del individuo, de donde las sucesivas la transportaron por exceso de reacción, a ultratumba, y en la fase definitiva esa realización de la felicidad se repone nuevamente en la vida humana, pero no ya en el breve instante de la existencia individual, sino en la permanente evolución de la humanidad entera.
Así, pues, el socialismo también por este lado, se acerca a la evolución religiosa y tiende a sustituirla, porque justamente quiere que la humanidad tenga en sí misma el «paraíso terrestre» sin esperarlo en un más allá que, cuando menos, es muy problemático.
Y he ahí por qué muchos han notado que el movimiento socialista tiene, por ejemplo, muchos caracteres semejantes a los del primitivo cristianismo, hasta por el ardor de la fe en el que ha desertado del árido campo del escepticismo burgués: tanto que varios hombres de ciencia, hasta no socialistas, como Wallace, Laveleye, De Roberty etc., admiten que el socialismo puede sustituir perfectamente con su fe humanitaria la fe ultraterrestre de las viejas religiones.
Pero las relaciones más directas y eficaces son {55} siempre, sin embargo, las que existen entre el socialismo y la creencia en Dios.
Cierto es que el socialismo marxista, después del Congreso de los socialistas en Erfurt (1891) declara justamente que las creencias religiosas son asunto de la conciencia privada, y que por lo tanto el partido socialista combate toda forma de intolerancia religiosa, sea contra católicos, sea contra judíos, como yo sostuve también en un artículo contra el antisemitismo. Pero esa superioridad de miras no es, en substancia, más que el efecto de la seguridad de la victoria final.
Justamente porque el socialismo sabe y prevé que las creencias religiosas, si no como fenómenos patológicos de la psicología humana, como las calificó Serbi, seguramente como inútiles fenómenos de incrustación moral, están destinadas a atrofiarse ante la divulgación de la cultura naturalista, aunque sólo sea elemental; justamente por eso el socialismo no siente la necesidad de combatir de una manera especial las mismas creencias religiosas, destinadas a perecer. Y eso aunque sepa que una de las fuerzas más poderosas en favor suyo, es justamente la falta o la disminución de la creencia en Dios, por medio de la cual los sacerdotes de todas las religiones y en todas las fases históricas, han sido los más {56} fuertes aliados de las clases dominantes, al mantener a las turbas subyugadas por la fascinación religiosa, como las fieras bajo el látigo del domador.
Y he ahí por qué los conservadores más clarovidentes, aunque sean ateos por su cuenta, lamentan que el sentimiento religioso —ese narcótico preciocísimo— vaya decayendo entre las masas, entendiéndolo ellos, utilitaria y farisaicamente (aunque no lo digan) como un instrumento de dominación política.
Desgraciadamente, sin embargo, —o afortunadamente— el sentimiento religioso no puede restablecerse por decreto de rey ni de presidente de república. Se va extinguiendo, no por culpa de éste o del otro, y sin necesidad de propaganda especial, porque está en el aire que respiramos —preñado de inducciones científicas experimentales— que no encuentre ya las condiciones de existencia que hallaba tan favorables en la ignorancia mística de los siglos pasados.
Y queda así demostrada la directa influencia de la ciencia positiva moderna —que sustituye el concepto de la causalidad natural al del milagro y de la divinidad—, en el desarrollo rapidísimo y en las bases experimentales del socialismo contemporáneo.
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