El segundo punto que demuestra la filiación directa del socialismo científico del darwinismo, está en el diverso modo de concebir al individuo con relación a la especie.
El siglo XVIII se cerraba con la glorificación exclusiva del individuo, del hombre —como entidad por sí estante— y no era, en las obras de Rousseau, más que un benéfico exceso de reacción contra las tiranías política y sacerdotal de la Edad Media.
Es consecuencia directa de este individualismo, el artificialismo político de que he de ocuparme en seguida, al estudiar las relaciones de la teoría de la evolución con el socialismo, y que es común tanto a los gobernantes del sistema burgués cuanto a los anarquistas individualistas, desde que unos y otros creen que la organización social puede cambiarse de hoy a mañana por el golpe mágico de un artículo de ley o por la explosión más o menos homicida de una bomba.
Por el contrario, la biología moderna ha cambiado radicalmente ese concepto del individuo y ha demostrado en su campo y en el de la {58} sociología que, por una parte, el individuo no es más que el conjunto de elementos vitales más simples, y por otra parte que el individuo por sí estante (selbstwesen dirían los alemanes) no existe, sino que existe sólo en cuanto es parte de una sociedad (gliedwesen).
Todo lo que vive es una asociación; una colectividad.
La misma mónada, la misma célula viviente, que es la expresión irreductible de la individualidad biológica, es un compuesto de diversas partes, cada una de las cuales, a su vez, está compuesta de moléculas, que están compuestas de átomos.
El átomo sólo existe como individuo, pero el átomo es invisible e impalpable, y el átomo no vive.
Todo cuanto vive es una asociación, una colectividad.
Y a medida que se asciende en la serie zoológica hasta el hombre, aumenta más y más la complexidad del compuesto, la federación de las partes.
Porque así como a la metafísica del individualismo corresponde el artificialismo jacobino, unificador y uniformador, así a la positividad del socialismo corresponde el concepto del federalismo nacional e internacional.
{59} Como el organismo de un mamífero no es más que una federación de tejidos, de órganos, de aparatos, el organismo de una sociedad no puede ser sino una federación de comunas, de provincias, de regiones, y el organismo de la humanidad una federación de naciones.
Y como sería absurdo concebir un mamífero que debiera mover por ejemplo la cabeza uniformemente con las extremidades y éstas todas juntas, así también es absurda una organización política y administrativa en la que, por ejemplo, la última provincia del norte o de la montaña, debiese tenerlos mismos engranajes burocráticos, la misma red de leyes, los mismos movimientos de la última provincia del sur o de la llanura, por amor a la simétrica uniformidad que es la expresión patológica de la unidad.
Dejando de lado estas consideraciones políticas —según las cuales, como he dicho en otra parte, la única organización posible para Italia como para cualquier otro país, me parece ser la unidad política en el federalismo administrativo—, queda evidenciado que al final del siglo XIX, el individuo como entidad estante por sí, se encuentra destronado en el campo de la biología y en el de la sociología.
{60} El individuo existe; pero sólo en cuanto forma parte de un compuesto social.
Robinson Crusoe —la genuina expresión del individualismo— no puede ser sino una leyenda o un caso patológico.
La especie —esto es, el compuesto social— es la grande, viva y eterna realidad de la vida, como lo ha demostrado el socialismo y como lo confirman todas las ciencias positivas, desde la astronomía hasta la sociología.
Así, mientras al final del siglo XVIII Rousseau decía que sólo el individuo existe, y que la sociedad es un producto artificial del «contrato», y añadía —atribuyendo (como antes Aristóteles al hablar de la esclavitud) carácter humano permanente a las manifestaciones transitorias del momento histórico de putrefacción del antiguo régimen en que él vivió— que la causa de todos los males era la sociedad, pues todos los individuos nacían buenos e iguales; así, por el contrario, al fin del siglo XIX todas las ciencias positivas están acordes en decir que la sociedad, el compuesto, es un hecho natural e invencible de la vida, así en las especies vegetales como en las animales, desde las primeras «colonias animales» (zoófitos), hasta la sociedad de las mamíferos (herbívoros) y del hombre.
{61} Y todo aquello que el individuo tiene de mejor en sí, lo debe justamente a la vida social, por cuanto cada fase de evolución está caracterizada por condiciones patológicas y finales de putrefacción social que son, sin embargo, esencialmente transitorias y preludian fatalmente un nuevo ciclo de renovación social.
Si el individuo pudiera vivir como tal, viviría obedeciendo a una sola de las dos necesidades e instintos fundamentales de la existencia: la alimentación —esto es, la conservación egoísta del organismo propio, mediante esa primordial función que ya Aristóteles señalaba con el nombre de ctesis—, de conquista de la comida.
Pero todo individuo debe vivir en sociedad, justamente porque se le impone la segunda necesidad e instinto fundamental de la vida, la reproducción de seres semejantes a él, para conservación de la especie, y de esa vida de relación y reproducción (sexual y social) es que nace precisamente el sentido moral o social, por el cual aprende el individuo no solo a existir sino a coexistir con sus semejantes.
Puede decirse, pues, que estos dos instintos fundamentales de la vida —pan y amor— llenan una función de equilibrio social en la vida de los animales, y especialmente del hombre.
{62} El amor es, para el mayor número de los hombres, la principal dispersión fisiológica y primera de las fuerzas acumuladas, más o menos abundantes, con el pan cuotidiano, y economizadas en la diaria labor, o que han quedado intactas en la parasitaria ociosidad.
El amor es el único goce que tenga verdaderamente carácter universal e igualitario, tanto que el pueblo lo llama «el paraíso de los pobres», que, precisamente, son empujados por la religión a gozar de él sin limitación alguna —crescite et multiplicamini— porque el agotamiento erótico, sobre todo en el macho, mientras aminora o hace olvidar las torturas del trabajo o del hambre servil, enerva también la energía de la constante organización, y tiene por lo tanto una función útil a la clase dirigente.
Sin embargo, así como a este efecto del instinto sexual corresponde ineludiblemente el otro, de aumento de población, así la inmovilización de un orden social dado, es frustrada justamente por la presión de la población que en nuestro siglo se acentúa por el fenómeno característico del proletariado, y la evolución social procede por lo tanto, inexonerable y fatal.
Volviendo al argumento: de todas maneras es innegable que, mientras al final del siglo XVIII {63} se creía que la sociedad era hecha para el individuo —y de esto podría derivar como repercusión imprevista quizás, que millones de hombres pudiesen y debiesen vivir trabajando y sufriendo a beneficio de unos pocos individuos—, al fin del nuestro las ciencias positivas han demostrado que es el individuo el que vive para la especie, siendo ésta sola la realidad eterna de la vida.
De donde brota evidente toda la dirección del pensamiento científico moderno en el sentido sociológico o socialista, contra el exagerado individualismo, que dejó como herencia el siglo pasado.
Es verdad que la biología demuestra que no debe caerse en el opuesto extremo —en que caen algunas escuelas de socialismo utópico y de comunismo— de no ver después más que la sociedad, para olvidar completamente al individuo. En efecto, es otra ley biológica que la existencia del compuesto es la resultante de la vida de todos los individuos, como la existencia de un individuo es la resultante de la vida de las células de que se compone.
Pero de todas maneras queda demostrado que el socialismo científico que señala el fin de nuestro siglo y será el alba del siglo XX, está en acuerdo perfecto con la dirección del {64} pensamiento moderno, hasta en el punto fundamental del predominio dado a las exigencias vitales de la solidaridad colectiva y social, ante las exageraciones dogmáticas del individualismo, que señala un poderoso y fecundo despertar a fines del siglo pasado, pero que a través de las manifestaciones patológicas de la desenfrenada competencia, toca fatalmente a la explosión «libertista» del anarquismo que predica la acción individual con olvido completo de la solidaridad social y humana.
Y así es como se llega al último punto de contacto y de íntima conexión entre darwinismo y socialismo.