IV

 

Al doctor B. Dattner debo la comunicación e interpretación del sueño numérico siguiente, caracterizado por su transparente determinación, o más bien superdeterminación (1911):

«Mi patrón guardia de Seguridad, empleado en las oficinas de Policía, sueña que está de servicio en la calle, circunstancia que constituye una realización de deseos. En esto se le acerca un inspector que lleva en el cuello del uniforme el número 22-62 ó 22-26. La cifra total constaba de todos modos de varios doses. Ya la división del número 2262 en el relato del sueño permite deducir que los elementos que lo integran poseen un significado aparte. El sujeto recuerda que el día anterior estuvieron hablando en la oficina de los años de servicio que lleva cada uno. El motivo de esta conversación fue la jubilación de un inspector que tenía 62 años. El sujeto tiene ahora 22 años de servicios y le faltan 2 años y 2 meses para jubilarse con el 90 por 100 de su sueldo. El sueño le finge primero el cumplimiento de un deseo que abriga hace ya mucho tiempo: el de su promoción a la categoría de inspector. El inspector que se le aparece llevando en el cuello el número 2262 es él mismo; está de servicio en la calle, otro de sus deseos; ha servido ya 2 años y 2 meses y puede jubilarse, como el inspector de 62 años, con el sueldo completo».

 

Reuniendo estos ejemplos con otros análogos que más adelante expondremos, podemos afirmar que la elaboración onírica no calcula, ni acertada ni erróneamente; se limita a reunir en forma de cálculo matemático números entrañados en las ideas latentes y que pueden servir de alusiones a un material no representable. Al obrar así considera los números como material propio para la expresión de sus propósitos y los maneja en la misma forma que a las demás representaciones y que a los nombres y los discursos orales reconocibles como representaciones verbales.

 

 

Es un hecho probado que la elaboración onírica no puede crear discursos originales. Por amplios que sean los discursos o diálogos -coherentes o desatinados-que en el sueño se desarrollen, nos demuestran siempre en el análisis que la elaboración no ha hecho sino tomar de las ideas latentes fragmentos de discursos reales, oídos o pronunciados por el sujeto, manejándolos además con absoluta arbitrariedad. No sólo los arranca de su contexto primitivo, sino que, acogiendo unos y rechazando otros, forma nuevas totalidades, resultando así que un discurso onírico coherente en apariencia se disgrega luego en tres o cuatro trozos al ser sometido al análisis. La elaboración del sueño suele hacer caso omiso en este proceso del sentido que las palabras poseían en las ideas latentes, atribuyéndoles otro completamente nuevo. Un más detenido examen nos permite distinguir en el discurso onírico dos clases de elementos: unos precisos y compactos y otros que sirven de aglutinante entre los primeros y que han sido probablemente agregados para llenar un hueco como agregamos al leer letras o sílabas que un defecto de impresión ha dejado en blanco. El discurso onírico presenta así la estructura de una argamasa constituida por grandes trozos de materias homogéneas unidas entre sí mediante un fuerte cemento.

 

Esta descripción no es, de todos modos, exacta sino con respecto a aquellos discursos orales que presentan un marcado carácter sensorial y son reconocidos por el sujeto como oídos o pronunciados en el sueño. Los demás, aquellos de los que el soñador no puede asegurar que fueron dichos u oídos por él durante el sueño (aquellos que no presentaron una co-acentuación acústica o motora) son simplemente ideas, iguales a las que surgen en nuestra actividad intelectual despierta y pasan muchas veces al sueño sin modificación ninguna. La lectura parece constituir asimismo un manantial -tan generoso como difícil de determinar- del material oral indiferente de nuestros sueños. Pero todo lo que en éstos muestra un marcado carácter de discurso oral resulta derivado de discursos reales oídos o dichos por el sujeto.

 

En los análisis expuestos con otro distinto fin hemos encontrado ya ejemplos de la derivación de tales discursos oníricos. Así, en el sueño «inocente» de la señora que llega tarde al mercado, en el que la frase «No queda ya» sirve para identificarse con el carnicero mientras que un fragmento de la otra: No he visto nunca cosa semejante. No lo compro, cumple la misión de dar al sueño un.aspecto inocente. El día del sueño había reñido la sujeto a su cocinera, diciéndole: «¡No he visto nunca cosa semejante! ¡Hágame el favor de conducirse más correctamente!» e incluye luego en su sueño la primera parte de esta frase, indiferente en sí, para aludir con ella a la segunda muy adaptada a la fantasía entrañada en el sueño, pero que de ser incluida en él hubiera relatado dicha fantasía.

 

Daremos aquí un análogo ejemplo como muestra de otros muchos que conocemos y que prueban todos lo mismo:

 

«Un amplio patio en el que están quemando unos cadáveres. El sujeto dice: `Me voy; no puedo ver esto.' Luego encuentra a dos muchachos, aprendices de carnicero, y les pregunta: `Qué, ¿os ha gustado?' Uno de ellos responde: `No; no estaba bueno.'» Como si hubiese sido carne humana.

 

El inocente motivo de este sueño es el que sigue. El sujeto fue de visita con su mujer, después de cenar, a casa de unos vecinos, gente buena, pero nada apetitosa (atractiva). La señora de la casa, una amable anciana, se hallaba cenando a su llegada y obligó al sujeto a probar de su cena. (Para designar estas apremiantes invitaciones a tomar algo se usa entre hombres una expresión compuesta de sentido sexual.) El sujeto rehusó repetidamente, alegando que no tenía apetito, pero la buena «señora insistió, diciendo: No; no se me irá usted sin tomar algo. Tuvo, pues, que probar lo que le ofrecían, y al acabar dijo: 'Está muy bueno.'» Después, al volver a casa con su mujer, criticó tanto la pesadez de la señora como la calidad de lo ofrecido. El no puedo ver esto, que no aparece claramente en el sueño como dicho, es un pensamiento que se refiere a los encantos físicos de la señora y quiere decir que el sujeto no encuentra placer ninguno en contemplarla.

 

Más instructivo aún es el análisis de otro sueño que comunicaré aquí a causa de la clara oración que constituye su centro, pero cuyo esclarecimiento dejaremos para cuando tratemos de los afectos en el sueño. «Es de noche. Estoy en el laboratorio de Brüeke y oigo llamar suavemente a la puerta. Abro y doy paso al profesor Fleischl (difunto) que entra con varios amigos y se sienta a su mesa después de cambiar conmigo algunas palabras.» Luego sigue un segundo sueño: «Mi amigo Fliess ha venido inesperadamente a Viena en el mes de julio. Le encuentro en la calle con mi amigo P. (difunto) y voy con ellos a un lugar indeterminado, donde se sientan frente a frente en una mesita, acomodándome yo en una de las cabeceras. Fl. habla de su hermana y dice: `En tres cuartos de hora quedó muerta', y luego algo como: `Este es el umbral.' Viendo que P. no le comprende, se dirige Fl. a mí y me pregunta qué es lo que sobre él he contado a P. Embargado entonces por singulares afectos, quiero decir a Fl. que P. (no puede saber nada porque) no vive. Pero dándome perfecta cuenta de que me expreso mal, digo: Non vixit. Luego miro penetrantemente a P., que palidece bajo mi mirada, tomando sus ojos un enfermizo color azul, y se va luego disolviendo poco a poco hasta desvanecerse por completo. Ello me causa extraordinaria alegría, haciéndome comprender que Ernst Fleischl no era tampoco sino una aparición, un revenant, y pienso que tales personas (apariciones) no subsisten sino mientras uno quiere, siendo suficiente nuestro deseo para hacerlas desaparecer.»

 

Este acabado sueño reúne muchos de aquellos caracteres de la elaboración onírica que nos parecen enigmáticos: la crítica ejercida durante el sueño al reconocer el error de decir: Non vixit, en lugar de Non vivit; la inalterable.tranquilidad que conservo ante la aparición de personas que el sueño mismo declara difuntas; por último, lo absurdo de mi deducción final y la alegría que me produce. Me encantaría, pues, poder comunicar aquí su solución completa. Pero en la vida real soy incapaz de conducirme como lo hago en este sueño y sacrificar a miras personales las consideraciones que debo a personas muy queridas. Por mucho que quisiera encubrirlo, el sentido del sueño, que me es bien conocido, habría de avergonzarme. Me limitaré, pues, a interpretar, primero aquí y luego más adelante, al tratar de los afectos en el sueño, algunos de los elementos del que ahora nos ocupa.

 

La escena en la que aniquilo a P. con la mirada constituye el centro del sueño. Los ojos de mi amigo van adquiriendo un extraño color azul y todo él se disuelve luego. Esta escena es la evidente reproducción de otra realmente vivida. Siendo auxiliar en el Instituto Fisiológico tenía mi clase por la mañana temprano, y Brücke averiguó que había llegado varias veces un tanto retrasado. Un día se presentó en el laboratorio a la hora fijada para el comienzo de la clase, esperó mi llegada y me amonestó enérgicamente. Pero lo más terrible no fueron sus palabras, sino la fulminante mirada de sus ojos azules bajo la que quedé realmente aniquilado, como P. en el sueño, el cual invierte a favor mío los papeles. Todos los que conocieron al ilustre hombre de ciencia recordarán sus hermosos ojos azules, cuyo fuego no lograron debilitar los años, y aquellos que le vieron irritado comprenderán sin dificultad los afectos que me sobrecogieron en la ocasión citada.

 

Durante mucho tiempo me fue imposible encontrar el origen del non vixit con el que ejecuto a P. en mi sueño, hasta que recordé que tales dos palabras no aparecían claramente como dichas u oídas, sino como vistas, y entonces supe inmediatamente de dónde procedían. En el basamento de la estatua del emperador José se lee la siguiente bella descripción:

Saluti patriæ vixit
non
diu sed totus.

De esta inscripción había extraído yo aquellas palabras que se adaptaban a la serie de pensamientos hostiles dada a mis ideas latentes y que habían de significar: «Este no tiene nada que decir aquí, pues no vive.» En seguida recordé que mi sueño se desarrolló pocos días después de la inauguración del monumento a Fleischl en el claustro de la Universidad, ocasión en la que vi también el de Brücke emplazado en el mismo lugar y pensé con dolor (en lo inconsciente) que la prematura muerte de mi amigo P. le ha privado de ocupar un puesto al lado de estos ilustres hombres de ciencia. En mi sueño le elevo el monumento que sus altas dotes y su amor a la ciencia le habrían seguramente conquistado. Mi pobre amigo se llamaba también José, como el emperador, en cuyo monumento consta la inscripción antes citada.

Según las reglas de la interpretación onírica, no tenemos aún el derecho de sustituir el non vivit que nos es necesario por el non vixit que nos proporciona mi recuerdo de dicha inscripción. Pero observo que, en la escena de mi sueño, confluyen una corriente de ideas hostiles y otra de ideas cariñosas, referidas a mi amigo P., superficial la primera y encubierta la segunda, corrientes que alcanzan ambas su representación de las palabras non vixit. Por sus méritos científicos, elevo a P. un monumento, pero por haberse hecho culpable de un.mal deseo (expresado al final del sueño) le aniquilo. Al acabar de redactar la frase precedente en el análisis que voy efectuando, me doy cuenta de que en su estructura ha debido de influir el recuerdo de otra muy conocida. ¿Dónde encontramos una antítesis análoga y una yuxtaposición de dos reacciones contrarias que, hallándose referidas a una misma persona y aspirando ambas a una plena justificación, procuran, sin embargo, no estorbarse? Recordemos el Julio César shakespeariano y el discurso en que Bruto trata de justificar su crimen: «Porque César me amaba le lloro; porque era valeroso, le honro; pero porque era ambicioso, le maté.» Ésta frase presenta idéntica estructura que la redactada por mí en el análisis y entraña la misma antítesis que hemos llegado a descubrir en las ideas latentes de mi sueño. Habré, pues, de suponer que desempeño en éste el papel de Bruto. Veamos si existe algún otro indicio que, agregándose a esta sorprendente conexión colateral, pueda confirmar tal hipótesis. El sueño me dice que mi amigo ha venido a Viena en el mes de julio, detalle carente de toda base real. Que yo sepa, jamás ha venido Fl. en tal época a Viena, pero el mes de julio debe su nombre a Julio César, y podía constituir muy bien el indicio buscado, o sea la alusión en el sueño a la idea de que me arrogo el papel del regicida romano.

 

En realidad, he encarnado una vez tal figura, pues a la edad de catorce años representé, ante un auditorio infantil, la escena que Schiller hace desarrollarse entre Bruto y César en su conocido poema. El papel de César fue desempeñado entonces por mi sobrino John, que había venido de Inglaterra y se hallaba pasando una temporada con nosotros. Este sobrino mío, un año mayor que yo, puede ser considerado como una especie de revenant, pues con él vuelve a surgir ante mí el camarada de mis primeros juegos infantiles. Hasta que cumplí cuatro años fuimos inseparables, queriéndonos mucho y peleándonos otro tanto, y esta relación infantil ha fijado decisivamente, como ya hube de indicarlo en otro lugar, la orientación de mis sentimientos en mi trato ulterior con personas de mi edad. Posteriormente ha hallado en mis sueños este sobrino mío múltiples encarnaciones que reavivaban una cualquiera de las facetas de su personalidad indeleblemente impresa en mi memoria inconsciente. Sin duda debió de tratarme con dureza en alguna ocasión y yo debí de mostrarme valeroso, rebelándome contra mi tirano, pues mis familiares me han relatado que interpelado una vez por mi padre con la frase «Por qué has pegado a John?», le respondí: «Le pego por que él me ha pegado antes.» Si tenemos en cuenta que para designar estas riñas infantiles se emplea familiarmente la palabra Wicsen («zurra»), habremos de deducir que la escena relatada es la que transforma el non vixit. La elaboración onírica no desdeña servirse de esta clase de conexiones. Mi hostilidad contra P., carente de todo fundamento real, se deriva, sin duda, de mi complicada relación afectiva infantil con mi sobrino. En efecto, siendo P. muy superior a mí por todos conceptos, podía considerarlo como una nueva edición de mi compañero de niñez.

 

Más adelante habremos de volver sobre este sueño.

 

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